González Linares durante su brillante contrarreloj de Forest |
¿Cuál fue su secreto? ¿Qué pensamiento puede sugerir la sensación de huir de lo que va detrás y perseguir lo que va delante? ¿Cómo se puede ser presa y depredador al mismo tiempo? ¿Es acaso la huida mayor estímulo que la persecución?, o por el contrario, ¿es la ambición más poderosa que el temor?
El mejor ciclista de todos los tiempos recorrió los últimos metros de la carrera envuelto en los clamores de admiración de sus más entusiastas compatriotas. Toda Bélgica estaba pendiente de aquella séptima etapa del Tour de Francia de 1970 que terminaba en el barrio de Forest (Bruselas), compuesta por dos sectores. En el primero, con un recorrido de 119 kilómetros desde Valenciennes, Eddy Merckx fue impecable. Había dicho a los periodistas que “no sólo quiero llegar a mi pueblo de amarillo, sino ganar la etapa”. Y sus palabras eran más que sonidos cuando las pronunciaba un deportista de su naturaleza que ya había obtenido los dulces sabores del triunfo en el Campeonato Mundial de Ruta (1967), en el Giro de Italia (1968 y 1970) y en el Tour de Francia (1969), además de decenas y decenas de victorias que le estaban proporcionando una merecida fama de avaricioso conquistador. Y su codicia parecía no tener límites. No sólo quiso llegar el primero. Cuando se alcanzó la línea fronteriza entre Francia y Bélgica, Merckx no permitió que ningún otro corredor se pusiera por delante. Se había marcado metas simbólicas y no estaba dispuesto a ceder a nadie el honor de entrar en su país por la puerta grande y como el más conocido y admirado ciudadano de Bélgica, incluso por delante de Tintín o del propio rey Balduino.
Por eso dominó toda la carrera liderando el pelotón, mostrándose complacido espectador ante las fracasadas escapadas de los primeros kilómetros y, avanzada la ruta, imprimiendo un fuerte tren para descomponer al grupo que no pudo aguantar su endiablado ritmo. Luego, a unos 15 kilómetros del final, se escapó con Van Impe, al que dejó tirado en el último kilómetro, para entrar como destacado vencedor. Todos eran un juguete de su pedaleo.
La frustración
Horas después, en el segundo sector, en la carrera contrarreloj de Forest, Eddy Merckx, el mejor ciclista de todos los tiempos, se preparaba a culminar el triunfo. Había realizado el mejor tiempo parcial en la mitad de los 7,2 kilómetros del circuito, y todo hacía suponer que, con su habitual facilidad, reduciría los diez minutos y un segundo que había marcado un desconocido corredor español destinado a ser el segundo clasificado. Por eso el griterío era ensordecedor mientras completaba los últimos metros de la carrera, envuelto en los clamores de admiración de sus más entusiastas compatriotas.
Pero cuando se anunció el tiempo de Eddy Merckx, la muchedumbre enmudeció. Los altavoces no se habían equivocado. Merckx había marcado en el cronómetro diez minutos y cuatro segundos. Tras aquellos silenciosos instantes de incredulidad, se escucharon tímidos aplausos para el ciclista español y luego las exclamaciones de los miembros del equipo Kas, dirigido por Dalmacio Langarica, que se ahogaron en abrazos al ganador, un corredor de 24 años, procedente de un pequeño pueblo del valle montañés de Buelna, de 79 kilos de peso y 1,84 metros de altura que había sido campeón de España de fondo en carretera: José Antonio González Linares.
Y se puso a volar
La contrarreloj había sido corta, pero durísima. Los poco más de siete kilómetros tenían tres subidas, la primera de ellas situada a cuatro kilómetros de la salida, después de un largo descenso. González Linares se encontraba fuerte. Días antes, en la primera etapa, en la contrarreloj de 7,4 kilómetros del circuito de Limoges, el cántabro salió como una bala y luego se derrumbó, así que en esta ocasión se concentró para dosificar sus fuerzas. Salió a buen ritmo, pero sin marchar a tope. Pero poco antes de llegar a la mitad de recorrido, se puso a volar. Encorvado sobre la bicicleta, en esa posición fetal y aerodinámica tan característica, tensionando los músculos de unas piernas a punto de estallar, respirando el aire a bocanadas como si quisiera absorber cada metro de la carretera, cruzó la línea de meta aferrándose a la inercia de su bicicleta, roto por el esfuerzo y entre una indiferencia que alguien interrumpió advirtiendo que por el momento había hecho el mejor tiempo de la carrera. Minutos después, cuando se anunció el tiempo de Merckx y supo que se había convertido en un novato que acababa de indigestar el canibalismo del monstruo más feroz del ciclismo internacional, comprendió que aquellos diez minutos cambiarían su vida.
Eddy Merckx ganó aquel Tour. También obtuvo el triunfo en las ediciones de 1971, 1972 y 1974. Volvió a ganar el Mundial de ruta en 1971 y 1974, el Giro en 1972, 1973 y 1974 y la Vuelta en 1973. Aún dicen que sigue siendo el mejor ciclista de todos los tiempos, aunque cuando piensa en aquella contrarreloj de Forest, sigue preguntándose ¿cuál fue su secreto? ¿Qué pensamiento pudo sugerir la sensación de huir de lo que va detrás y perseguir lo que va delante? ¿Cómo se puede ser presa y depredador al mismo tiempo? ¿Es acaso la huida mayor estímulo que la persecución?, o por el contrario, ¿es la ambición más poderosa que el temor? No sabe que todas las preguntas se contestaron aquel día durante los diez minutos de hazaña de José Antonio González Linares.