Rodolfo (Fofo) Amorrortu |
El deporte está lleno de metáforas y representaciones simbólicas. Sus hazañas son gestas épicas y los protagonistas se veneran como héroes salvadores de la nación. Es la licencia de la fantasía, espoleada por el aspecto lúdico del lenguaje que parece jugar con las palabras como si fueran balones que se despejan, se centran o se rematan. Hasta que un alud de letras desordenadas, se desploman amontonadas y compactas para empujarnos al precipicio del monte perdido, donde nos espera la fría realidad. Es el lugar donde no hay sitio para la literatura ni para la crónica, porque sólo es terreno para los verdaderos héroes, los que actúan sin público y despejados del peso de la vanidad.
Aquel alud fue real, no fue una metáfora. Sus cuatro letras portaron toneladas de hielo y nieve que se desparramaron en el verano de 1953 por la cara norte del Monte Perdido, en el Pirineo de Huesca. Y el héroe no fue Ronaldo, ni Messi, marcando un gol en una final de hierba horizontal. El verdadero héroe se llamaba Rodolfo Amorrortu García, era de Santander y tuvo que desenvolverse en un campo de hostilidad helada y vertical.
Dos capitanes y dos tenientes de la Escuela Militar de Montaña fueron sorprendidos en plena escalada por el estruendo de la gran masa, dejando colgados a dos de ellos en mitad de la pared de hielo, mientras que los otros dos cayeron envueltos en los bloques del alud con diversas fracturas. Rodolfo era un simple cabo primero que hacía el servicio militar, pero también un experimentado escalador y deportista de montaña. Cuando recibió el aviso de socorro reaccionó con decisiones firmes e inmediatas.
El relato del diario personal del héroe
He vuelto a emocionarme con la lectura de su diario personal que me facilitó su hija Mar. Después de haber rescatado a los dos oficiales heridos, y con la incertidumbre de saber si aún vivían los que permanecían colgados en la pared de la montaña, ascendió con furia y ansia, trepó con rapidez mordiendo con los crampones, clavando el piolet y arañando con las manos desnudas donde podía, hasta la posición de los otros dos oficiales, mientras caían bloques rebotando por todas partes, chocando y partiéndose en mil pedazos, creando un ambiente aterrador.
Su relato estremece cuando nos cuenta cómo vio a la primera víctima, el capitán Santa Cruz: “Estaba encajado en la pared de hielo cara hacia dentro, mostrando su espalda y un brazo hacia detrás señalando al abismo. Todo él rodeado de sangre…/… Comuniqué el macabro hallazgo y monté un rapel para descender hasta el accidentado. Cuando llegué a su lado vi que estaba totalmente destrozado. Debió caer mezclado con el alud y una repisa lo detuvo provocando que todos los bloques chocaran contra él, aplastándolo y medio enterrándolo. A golpes de piolet le fui sacando, haciendo hueco a su alrededor. A la vez me iba dando cuenta de que no tenía un hueso entero. Al tomarle en brazos me pareció como si fuese un muñeco de gelatina bañado en sangre. Su estatura se había reducido a la mitad. Como pude pasé una cuerda alrededor de su cuerpo y lo fui dejando bajar hasta donde estaba el teniente Vicente. Enseguida descendí y luego llegó el comandante capellán. Bajo el fuerte sol, junto a las rocas rojizas, ignorando el rugido del glaciar, le dio los últimos auxilios espirituales. Ése fue un momento emocionante que se me quedó grabado para siempre y aún hoy me llena los ojos de lágrimas...”
Cruz al Mérito Militar
Sin apenas descanso, Rodolfo emprendió rumbo hacia el otro capitán, en compañía de otra cordada más, sufriendo la cercana caída de otro alud que afortunadamente no les arrastró. Formaron un pasamano y recogiendo cuerda, asegurando cara al vacío, vieron aparecer, balanceándose y chocando contra la pared, el cadáver del otro oficial, el capitán Grávalos. El descenso fue peligrosísimo, con el rumor amenazante del glaciar a punto de devorarlos. En el camino de regreso, por el valle de Pineta, Rodolfo tuvo que auxiliar y transportar a un sargento que fue arrollado por una gran piedra que le destrozó la pierna. Fue una jornada sin celebraciones ni victorias, con un derroche físico descomunal que tuvo como consolación la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco y un enorme respeto de sus mandos y de sus compañeros.
El deporte está lleno de metáforas y representaciones simbólicas. Es la licencia de la fantasía, espoleada por el aspecto lúdico del lenguaje que parece jugar con las palabras como si fueran balones que se despejan, se centran o se rematan. Hasta que un alud de letras desordenadas, se desploman amontonadas y compactas para empujarnos al precipicio del monte perdido, donde nos espera la fría realidad. Es el lugar donde no hay sitio para la literatura ni para la crónica, porque sólo es terreno para los verdaderos héroes, los que actúan sin público y despejados del peso de la vanidad, como Rodolfo Amorrortu, ‘Fofo’. Sólo su muerte, en 2013, abriría las páginas de aquella jornada heroica que muy pocos conocían y que empequeñece cualquier éxito deportivo.
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ResponderEliminarLos deportes en la montaña son una celebración de la naturaleza y la aventura. Ya sea esquiando pendientes empinadas, escalando picos desafiantes o simplemente explorando, la montaña ofrece un escenario épico para el rendimiento atlético y la conexión con la naturaleza.