Alvin Kraenzlein |
En la carrera obsesionada por llegar el primero, los obstáculos en el camino son una maldición inoportuna. No valen los rodeos, ni los derribos, porque perder un segundo también supone perder demasiados metros. Sólo queda interrumpir a saltos el ritmo de las zancadas y continuar avanzando a trompicones. Hasta que un temperamento aguerrido se propuso retar a la maldición, convertirla en insignificante y correr con dignidad, no como saltamontes resignados al contratiempo.
De ascendencia germana, Alvin Kraenzlein nació en 1876 para cambiar la forma de correr y de saltar. Estadounidense de Milwaukee (Wisconsi), estudió en la Universidad de Pensilvania, y en ese ambiente se consagró como uno de los atletas más rápidos, completos y versátiles, especializándose en las carreras de vallas y en el salto de longitud.
No soportaba que, como ocurría desde las primitivas carreras de Oxford, la mecánica en el salto de vallas interrumpiera bruscamente la velocidad del corredor, así que Kraenzlein se propuso remediarlo buscando otra manera de enfrentarse al obstáculo. Lo logró lanzando una pierna extendida como una lanza (ataque), inclinando el tronco hacia adelante y replegando la pierna de impulso con la rodilla en alza para esquivar la valla como una caricia. Con aquella técnica de ataque y caricia, Alvin estableció los últimos récords mundiales de 110 metros vallas y 200 metros vallas del siglo XIX, marcas que perduraron bastantes años. Desde entonces, ya no se habló más de saltar las vallas, sino de pasarlas.
Los Juegos de París (1900)
Alvin Kraenzlein era uno de los atletas más populares cuando acudió a los Juegos Olímpicos de París de 1900, los más desafortunados de la historia desde el punto de vista de la organización, ya que se diluyeron en el oropel de la gran Exposición Universal, de tal manera que no hubo ceremonias de inauguración ni de clausura. Fue un grave error de Coubertin, que vio cómo las competiciones se devaluaron en su ciudad natal como simples espectáculos circenses que además sufrieron una prolongada duración de más de cinco meses, entre el 14 de mayo y el 28 de octubre, perdiendo por ello gran parte de su interés. Pero el atletismo, gracias entre otras cosas a la participación de Kraenzlein, pudo sostener la atención del público que acudió a las pistas del Bois de Bolougne para ver a los mejores corredores, saltadores y lanzadores del mundo.
La primera final en la que actuó Kraenzlein, la de los 110 metros lisos, fue emocionantísima. Su nueva técnica ya se había divulgado entre sus compatriotas, entre ellos John McLean, que se adelantó desde los primeros metros y fue en cabeza hasta la última valla, cuando Kraenzlein le alcanzó y le rebasó, sacándole medio metro de ventaja en la línea de llegada. También participó en la prueba de velocidad, los 60 metros lisos. Alvin ganó marcando un tiempo de siete segundos justos, con el también norteamericano, John Walter Tewksbury en segundo lugar. Ese mismo día, y con más claridad, sería campeón de los 200 metros vallas, salvando los diez obstáculos de 76 centímetros de altura en 25 segundos y cuatro décimas.
Polémica con agresiones
Pero sería el salto de longitud la prueba más polémica y controvertida. Kraenzlein no sólo era el favorito de las pruebas de vallas. El año antes había batido el récord mundial de salto de longitud volando sobre 7,43 metros, aunque poco antes de llegar a París, su compatriota, Myer Prinstein, saltó 7,50 metros. La rivalidad entre ambos saltadores y sus seguidores llegaría a su punto álgido en las pistas parisinas. En las normas del concurso se especificaba que las marcas de la clasificación servirían para la final, y en esa fase, Prinstein fue el mejor con un salto de 7 metros y 175 centímetros. Pero los organizadores fijaron la fecha de la final el sábado, 14 de julio. Prinstein, que profesaba la religión judía, no compitió por respeto al sabbat y porque confiaba en que su rival no lo haría, pero Kraenzlein, de religión cristiana, lo hizo superando a su gran competidor por un centímetro. El triunfo de Kraenzlein irritó tanto a Prinstein que éste, desde las gradas, saltó a la pista y llegó a agredir al campeón, pelea que se propagó entre los seguidores de ambos atletas.
En la carrera obsesionada por llegar el primero, los obstáculos del camino son una maldición inoportuna, pero aquel atleta nunca soportó que nadie le interrumpiera su ritmo de vencedor, ni siquiera en sábado. Kraenzleim consiguió en París cuatro triunfos olímpicos individuales en las pruebas de atletismo, un récord que aún no ha sido superado. Su temperamento aguerrido se propuso retar a la maldición y lo consiguió, lanzando una pierna extendida como una lanza o convirtiendo en insignificantes las fiestas o vallas que no pudieron superar los resignados al contratiempo.
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