Hunde el remo doblándolo como vara de avellano. Las dos embarcaciones están demasiado cerca y sus palas casi se tocan. Apenas se ha iniciado el bogar para completar las cuatro millas. No sabe qué es más salado, si el sudor de su frente o el salitre que el viento le quema la cara. Tampoco sabe cuál es el ritmo que impulsa su tronco y sus brazos, si los gritos del patrón marcando las paladas o el crujir de los estrobos y toletes. O acaso los octosílabos del poeta: “Avante, pues, pedreñero,/ boga, boga, más y más,/ que el mar se torna espumero/ do rima trovas el viento/ de tus remos al compás…”
Se han preparado a conciencia para batirse en el agua. Cuando los barcos llegaban de la pesca y dejaban en el muelle los carpanchos de sardinas y chicharros, ellos salían de nuevo a mar abierta, a ejercitarse hasta las Quebrantas y la Isla de Santa Marina. Y por fin llegó el gran día, el 21 de septiembre de 1919.
La prueba tiene garantías de seriedad. Está organizada por el Club Náutico Montañés, con la siempre excelente disposición del marqués de Valdecilla, Ramón Pelayo, donante de una copa de oro que lleva el nombre del rey: la Copa Alfonso XIII. Además de la copa, el ganador recibirá un premio en metálico de 500 pesetas. Participan cinco embarcaciones: ‘La Flor’, de las Presas; ‘María Cruz’, de Peñacastillo; ‘Rosalía’, de Santander; ‘María de los Ángeles’ de San Martín y los ‘Santos Mártires’ de Pedreña. Esta última es la que está patroneada por Ti-Alfredo (Alfredo Bedia Vélez), hombre curtido por el viento y los soles del Cantábrico que en 1895 ganó como remero la famosa bandera de Los Cabildos. En su barco de pedreñeros hay varios familiares suyos, como sus hermanos, Generoso y Antolín Bedia, y sus hijos, Julio, Hilario y Venancio Bedia Sota. También reman otros Bedia, como José Bedia Sierra, que años más tarde sería el afamado patrón Pepe Bedia, así como los hermanos Román y Jacinto Castanedo Bedia y Amalio Bedia Rodríguez. El resto de los doce remeros de los ‘Santos Mártires’ son Esteban Portilla Oria, Diego Portilla Portilla y Manuel Corino Teja.
Suena el cañonazo
A las cinco y doce minutos suena el cañonazo y comienza la regata. Las camisas blancas de los remeros esconden brazos de cabria y pechos de fuelles. Sus caras de bronce viejo se arrugan dibujando expresivas muecas de esfuerzo. La boga es vigorosa desde el principio, y aunque nadie es capaz de asegurar qué trainera ha tomado la delantera, algunos intuyen que es la proa de los ‘Santos Mártires’ la que recorta el agua con más filo.
Cuando llegan a la primera boya se confirma la previsión. Los pedreñeros entran y salen de la maniobra en primer lugar. Luego le sigue ‘La Flor’ a una distancia de un largo aproximadamente, y en tercer lugar, con una ciaboga bastante deficiente, navega la ‘María Cruz’, que poco después, a unos cuatrocientos metros de la primera boya, abandona la regata. La pugna entre los ‘Santos Mártires’ y ‘La Flor’ deja atrás a la otra traina, mientras que los pedreñeros aumentan la ventaja sobre sus seguidores.
A punto de enfilar la línea imaginaria de la llegada, alguien cuenta 45 paladas por minuto, y en esa boga profunda, el barco de Pedreña entra victorioso mientras el aire se escandaliza con aplausos, lanzamientos de cohetes y sirenas de los barcos que han contemplado la lucha de los hombres de mar en los muelles santanderinos. Es cuando los remos se desarman, flotando descansados, arrastrados e inertes por la inercia del navegar y luego, recuperados y altivos, se alzan en señal de triunfo, como mástiles que esperan vestirse con una bandera.
Aún jadean los remeros, dudando si es más salado el sudor de su frente o el salitre que el viento les quema las caras. Tampoco saben cuál fue el ritmo que impulsó sus brazos, si los gritos del patrón marcando las paladas o el crujir de los estrobos y toletes. O acaso haya sido el de los octosílabos del poeta: “En alto tienen los remos/ y más en alto las frentes,/ y aún vienen bogando lejos,/ admirados y maltrechos,/ los que creyeron vencerles…”
Aquella tripulación fue el principio de una serie de éxitos que convertirían a la S. D. de Remo Pedreña en el orgullo del Cantábrico. Ganó el primer campeonato de España de Traineras celebrado en Portugalete en 1944, logrando el triunfo también en 1947, 1948, 1965, 1966, 1967, 1968 y 1970. En 1945 fue la primera embarcación no vasca que obtuvo la Bandera de la Concha, que también conseguiría en 1946, 1949, 1976 y, por qué no decirlo, también en 2005, porque la justicia del esfuerzo en la mar siempre se impondrá a los caprichos partidistas de jueces de regata que no saben perder. Así que, incluso aquel día, los remos inertes por la inercia del navegar, se recuperaron altivos para alzarse en señal de triunfo, como mástiles que esperan una bandera que siempre flameará al son de la lírica épica: “Por Cantabria, que tiene por galas/ los harapos de sus navegantes,/ levantad, remadores, las palas/ de los remos como armas triunfantes…”
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