Jesús Castro |
Tiene 42 años y todavía está en forma. Corre por la playa como un chiquillo y de vez en cuando echa de menos el balón. Han pasado cerca de diez años desde que abandonó el fútbol profesional, todo por culpa de una maldita hernia discal. Fue una pena, porque en realidad se encontraba en un estupendo momento de su carrera deportiva, con una edad perfecta para que el tesoro de su experiencia comenzara a brillar. Nada menos que dieciséis temporadas defendiendo la portería de su único equipo, el Real Sporting de Gijón, y de ellas trece en Primera División. Qué tiempos tan buenos: los ascensos, el subcampeonato de Liga, las dos finales de la Copa del Rey… Siempre le acompañarán todos esos recuerdos, incluso ahora, en la playa, cerca de la desembocadura del río que separa Asturias de Cantabria.
De pronto, el recreo de los pensamientos se interrumpe. Unos gritos de socorro alertan todos sus sentidos. A la izquierda de la cala, un padre se desespera, frustrado y sin fuerzas, intentando rescatar en el agua a sus dos hijos de 7 y 9 años. Los tres corren peligro de ahogarse debido a los remolinos que forman las olas cuando sube la marea. No es algo nuevo para él, porque la semana pasada, en ese mismo lugar, tuvo que salvar a otros dos niños que arrastraba la corriente. Qué imprudencia. Parece que nadie hace caso de la bandera roja.
La carrera hacia la orilla
Como impulsado por un muelle, ha convertido el sosiego de los recuerdos futbolísticos en una renovación de la naturaleza intuitiva e intrépida del guardameta. Aspira una gran bocanada de aire, antes de iniciar la carrera hacia la orilla, y se arroja al mar con ese ímpetu que los porteros tienen cuando salen de su área, obligados por las circunstancias, conscientes de cargar con la responsabilidad, pendientes de la anticipación y alentados por la seguridad en sí mismos. Siempre son la última esperanza del equipo, los que no dudan nunca.
En la playa de Amió, en Pechón (Val de San Vicente), el guardameta ha cubierto con éxito su portería, ha sorteado las traidoras amenazas del revoltoso e imprevisible oleaje y ha logrado rescatar al padre y a los dos hijos.
- “... Y hasta las olas del mar/ entonan el alirón.”
Pero el último esfuerzo ha consumido la energía del salvador. Su generosidad le ha dejado flotando indefenso en el capricho de las corrientes, y la mar se lo traga como aceptando un trueque fatal. Se marcha dejando su portería a cero, y las olas que acuden a recibir la muerte del Deva, en Tina Mayor, y luego se rinden besando el arenal, parece que susurran palabras y versos ya escritos que nadie oye.
- “¡Ay fiera! En tu jaulón medio de lino,/ se eliminó tu vida./ Nunca más, eficaz como un camino,/ harás una salida/ interrumpiendo el baile apolomida...”
Jesús Castro González (Oviedo, 1951-1993), hermano del que fuera gran delantero internacional, Quini, murió en la acción más noble y trascendente que puede imaginar y realizar un ser humano: arriesgar y ofrecer su vida por la de los demás.
Para evocar aquella acción heroica, y acaso para recordar la conveniencia de respetar y acatar las banderas que nos advierten del peligro, en Amió, con el símbolo de dos manos unidas fraternalmente, permanece una placa de metal que dice: “En recuerdo de Jesús Castro González. Un buen hombre, un buen deportista que dio generosamente su vida por la de otros en esta playa. La afición sportinguista. 26 de julio de 1993”.
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