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martes, 20 de septiembre de 2016

El primer magnífico

Pagaza
Son siete. Como las siete maravillas del mundo, o los siete magníficos. Y como aquellos pistoleros salvadores de un pueblo oprimido, deberían evocarse con la música que Elmer Bernstein escribió para la famosa película. Siete hombres extraordinarios, siete jugadores fantásticos que sobresalieron entre los ya privilegiados futbolistas que tuvieron el honor de vestir la camiseta del Racing. Los siete son los únicos que jugaron en la selección nacional española absoluta de fútbol con la feliz circunstancia de que lo hicieron siendo futbolistas del Racing, no del Real Madrid, ni del F. C. Barcelona, ni del Atlético de Madrid… Eran futbolistas del Racing. Sus nombres (que suene esa música, por favor) son: Francisco Pagaza, Óscar Rodríguez, Enrique Larrínaga, Fernando García, Rafael Alsúa, Pedro Munitis y Salva Ballesta.

Entre esos siete magníficos, el primero de ellos, Francisco Pagazaurtundúa González (Santurce, 1894-1958) introduce al Racing en uno de los acontecimientos históricos más importantes del fútbol español: la creación de su selección nacional.

Los Juegos Olímpicos

Acabada la I Guerra Mundial, los Juegos Olímpicos de 1920, en Amberes (Bélgica), celebraron la reanudación de la paz entre las naciones. España hizo un gran esfuerzo para presentar deportistas al acontecimiento, de tal manera que logró incluir al mayor número de participantes hasta entonces, un total de 59, entre ellos los 22 del equipo de fútbol que se había creado para la ocasión. El 28 de agosto de 1920, en el estadio La Butte de Bruselas, bajo una fina lluvia, saltaron al terreno de juego los primeros futbolistas que representaron a España en una competición: Zamora; Otero, Arrate; Samitier, Belauste, Eguizábal; Pagaza, Sesúmaga, Patricio, Pichichi y Acedo.

La selección española inició con este partido su camino para conseguir la medalla de plata, ya que ganó por uno a cero a la selección de Dinamarca. El racinguista Pagaza tuvo su protagonismo en el gol de la victoria. La crónica de Manolo de Castro (‘Handicap’) en ‘Madrid-Sport’, relata que “Pagaza recoge un pase de Belauste, corre la línea como un gamo, se interna, ‘shoota’ fuertemente, el portero devuelve con dificultad, y el mismo Pagaza recoge de nuevo el pelotón en la línea de ‘goal’, para centrar suave hacia atrás, y Patricio, que venía arreando a gran tren, ‘shoota’, sesgado y raso, con la derecha, por la izquierda de Hansen, a la esquina de la red”. Así se marcó el primer gol de la selección española de fútbol. Pagaza jugó cinco de los seis partidos que la selección disputó en los Juegos Olímpicos, y a su regreso a Santander, el Racing le ofreció un homenaje de reconocimiento por el éxito deportivo.

Ambiente familiar acomodado

Quizás el ambiente familiar de Pagaza no era el propicio para que se convirtiera en jugador de fútbol. A diferencia de otros muchos futbolistas, su familia gozaba de cierto poder adquisitivo y acomodo social. Era el mayor de los tres hijos del arquitecto bilbaíno Emiliano Pagazaurtundúa, y de Amalia González, que era profesora de piano en el Conservatorio de Música de Madrid. En este ambiente, Pagaza fue uno de esos afortunados que, después de acabar los estudios básicos en la localidad vizcaína de Orduña, tuvo ocasión de estudiar en Inglaterra, donde jugó al fútbol en varios equipos juveniles.

Con el tesoro de su experiencia inglesa, en 1912 comenzó a jugar en el Arenas Club de Guecho, uno de los grandes del Campeonato del Norte. En el Arenas estuvo hasta 1920, aunque en la temporada 1916-17 jugaría en el Athletic Club de Madrid. Tenía amigos en Santander y solía venir a la ciudad a jugar partidos amistosos. Fue uno de los hombres del Arenas que en 1919 arrebató el título de campeón del Norte a los racinguistas. Con el club vizcaíno, ese mismo año se proclamaría campeón de la Copa del Rey. Al año siguiente, se incorporó al Racing, manteniéndose hasta 1926, con el paréntesis de jugar con la Real Sociedad Gimnástica de Torrelavega la temporada 1923-24. Marcó 7 goles en los 34 encuentros que jugó con el Racing. Después de su etapa en Santander se marchó a Madrid a defender los colores del Racing Club de Madrid, donde se retiraría como jugador en 1927.

Pagaza, entrenador

No se despegaría del fútbol, porque continuó ejerciendo como entrenador. Después de haber dirigido a equipos como el santanderino Eclipse F. C., Real Sporting de Gijón y Racing Club de Sama, Pagaza se incorporó a la disciplina del Racing Club de Santander en la temporada 1929-30, cuando el equipo montañés ya había estrenado la Primera División. Luego entrenó al C. A Osasuna para regresar al Racing en la temporada 1932-33, y después de haber dirigido al R. C. D. Mallorca, de nuevo se vino a Santander para gestionar la crisis de juego del Racing (entonces Real Santander) en la temporada 1941-43, con el triste resultado de descender por primera vez a Tercera División. Luego entrenaría al Hércules C. F. y al C. D. Numancia, este último equipo en Segunda División, cuando en la temporada 1949-50 coincidió con el gran Racing que recuperaría la división de honor. El equipo soriano de Pagaza sería el que acabó con la racha de trece victorias consecutivas de aquel legendario equipo liderado por el ímpetu y genialidad de Rafael Alsúa. Los racinguistas perdieron aquel día por el resultado de dos a uno.

Tras regresar de presenciar un encuentro de fútbol en Bilbao, falleció en Madrid el 18 de noviembre de 1958. El Racing celebró una misa en su memoria, mientras que en su localidad natal, Santurce, le rindieron homenaje poniendo su nombre a una calle.

Son siete. Como las siete maravillas del mundo, o los siete magníficos. Siete hombres extraordinarios, siete jugadores fantásticos que sobresalieron entre los ya privilegiados futbolistas que tuvieron el honor de vestir la camiseta del Racing. Los siete son los únicos que jugaron en la selección nacional española absoluta de fútbol con la feliz circunstancia de que lo hicieron siendo futbolistas del Racing. El primero de ellos fue Pagaza, que introdujo al club cántabro en uno de los acontecimientos históricos más importantes del fútbol español: la creación de su selección nacional y su éxito en Amberes. Pagaza vivió en la Gran Vía madrileña, justo en frente del hotel Amberes, cuyas luces veía desde su ventana, acaso para insinuarle que el nombre de esta ciudad belga y olímpica le acompañaría siempre.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El ‘Cuco’ y las primeras regatas

Un balandro de la época en la bahía de Santander
Viento, mar y salitre; telas que se estiran y proas de madera que cortan las olas. El agua salpica las pieles curtidas y el vaivén de la cubierta no puede romper el equilibrio de los pies anclados y las manos sujetas al timón.

El placer de navegar por navegar ya se ha metido en la sangre de los jóvenes de Santander. Cuarenta y dos de ellos crearon el Club de Regatas y comenzaron su actividad. Poco a poco, se puso en liza a remeros y tripulantes de botes a vela. Y fueron aparecieron barcos que lucirían en su palo el grimpolón del Club de Regatas. El ‘yachting’ se estaba poniendo de moda y en Santander se botaría el más grande balandro de recreo de la costa cantábrica. Arqueando unas doce toneladas, duro y marinero, su dueño, José Abascal, quiso construirle en la ribera de El Astillero, donde se hicieron las famosas naves de guerra, y que le bautizara el mismo sacristán de la catedral, Ciriaco Rubio, con aquel nombre tan peculiar y santanderino: El ‘Cuco’.

El ‘Cuco’ obtuvo los primeros éxitos de la vela santanderina. En 1883, cruzó apuestas con otros barcos bilbaínos para hacer el trayecto Santander-Bilbao y Bilbao Santander en menos tiempo, pero un enorme temporal dejó a los barcos vascos sin botalón ni botavara, arrastrándolos a la deriva. El ‘Cuco’ eludió los destrozos, pero la apuesta quedaría en pie. Al año siguiente, la prensa se volcó en la organización de una regata en Santander que se celebró el 29 de julio. Participaron barcos cántabros y vizcaínos. Ganó el ‘Cuco’ ante el vuelco del ‘Montebello’.

La más reñida

Pero la más reñida de todas aquellas primeras regatas fue la que se celebró el 2 de agosto de 1885, también en Santander, entre barcos santanderinos y bilbaínos. La flota cántabra estaba compuesta por el ‘Cuco’, el ‘Marina’ el ‘Ana María’ y el ‘Anita’, mientras que los vascos contaban con el ‘Felicia’, el ‘Chirta’, el ‘Montebello’ y el ‘Esperanza’. Era una prueba de seis millas. Para su organización, se habían preparado dos embarcaciones de apoyo, ambas de la ‘Corconera’, empresa de vaporcitos de la bahía que se distinguían por su número y prestaban varios servicios.

El disparo de cohetes anunció la salida del Corconera número 7, a bordo del cual iba el jurado y los socios del Club de Regatas. Luego lo haría el Corconera número 6, también llamado ‘Hércules’, por ser el más grande de todos, y que partiría engalanado de banderas y gallardetes, llevando a un público selecto, entre los que se encontraban hermosas e intrépidas damas, y a la banda municipal, que en proa tocaba varios números musicales. Toda la línea de la costa estaba llena de curiosos, algunos provistos de gemelos para seguir la regata.

Desde el Corconera número 7, colocado a sotavento de la boya, se hicieron las señales de prevención y salida. Y con viento del Nordeste, los barcos partieron a las tres de la tarde. El número 7 cruzaba en todas direcciones para auxiliar a los veleros que lo necesitaran, mientras que el número 6, se mantenía en la entrada de la bahía, como espectador. En él habían embarcado algunos periodistas, entre ellos José Estrañi, director de ‘El Cantábrico’ y famoso pacotillero.

El periodista asustado

A media regata, el viento dio un cambiazo y sopló de Noroeste, sorprendiendo a algunas embarcaciones. Hubo mucha igualdad y muchos nervios, no tanto entre los balandros que participaban, como en el Corconera número 6, donde Estrañi, nacido en Albacete y con escasa experiencia en asuntos de la mar, estaba más pendiente de las maniobras del patrón, señor Bohigas, que la de los barcos que entraban en el regateo, porque asustado por los cohetes que se lanzaban desde el barco, corría de proa a popa, o viceversa, como pollo sin cabeza. Dicen que uno de los cohetes salió culebreando en otra dirección y pasó rozando una de las orejas de Estrañi que tardaría mucho en recuperarse del soponcio. Acaso por eso el resultado de la regata fue incierto. Unos, como ‘El Aviso’, aseguraron que el ganador fue el ‘Cuco’, mientras que otros hablaron de una discutida decisión por el puesto de honor entre el ‘Cuco’ y el ‘Chirta’ que causó polémica y algo más, porque hubo bronca en el barrio de pescadores entre cántabros y vizcaínos (llegados éstos para vender su pesca), esgrimiendo ambas partes los remos como arma de combate.

Al final todo quedó en concertar una apuesta entre el ‘Cuco’ y el ‘Chirta’ a base de salvar en menos tiempo la distancia entre las dos barras de Bilbao y Santander. Pero nadie supo nunca cómo terminó aquella discusión.

Viento, mar y salitre; telas que se estiran y proas de madera que cortan las olas. El agua salpica las pieles curtidas y el vaivén de la cubierta no puede romper el equilibrio de los pies anclados, excepto los de José Estrañi, que sigue corriendo de proa a popa, o viceversa, como pollo sin cabeza, sin prestar atención a la gloria del balandro más victorioso y formidable del Cantábrico: el ‘Cuco’.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Un campeón único para la historia del golf

Seve levanta la copa del Open Británico en 1979
Cuando se contempla la globalidad, el mejor sólo es un concepto inalcanzable atrapado en el tumulto de subjetividades. Su rastro es una chispa de espejismo que salta al frotar la decisión de un instante con la superficie de la genialidad. En excepcionales ocasiones, esas chispas provocan incendios de enormes magnitudes, arrasan con lo establecido y sientan las bases para iniciar un nuevo principio de todo. Entonces la abstracción del mejor se aparta para dejar paso y reverenciar al gran protagonista de la renovación.

El golf se incendió en el verano de 1979, en el Royal Lytham & St. Annes, durante la celebración del Open Británico. Las primeras chispas comenzaron a aparecer en los últimos cinco hoyos de la segunda vuelta, porque aquel joven jugador español no había tenido un buen comienzo. Tenía una bella estampa que destacaba entre el resto de jugadores. Vestía con la oscura elegancia del azul, con un jersey Slazenger y un polo blanco que adornaba su cuello. Los pasos de su caminar por el campo delataban una elegancia y seguridad impropia de sus 22 años. Hubiera sido simple apariencia, pero en aquellos cinco últimos hoyos de la segunda vuelta, con el viento de cara, Seve consiguió cuatro ‘birdies’ y dio un giro decisivo al torneo. En la tercera vuelta, se emparejó en el recorrido con Hale Irwin, que iba en cabeza y pudo mantener la distancia con él. El resultado, antes de la última jornada, continuaba liderado por Irwin, seguido de Ballesteros a dos golpes. Pisándole los talones, a un golpe de Seve, estaban Jack Nicklaus y Mark James.

El día decisivo

En el día decisivo, el golf se puso del lado de Severiano Ballesteros. Ya en el primer hoyo, el de Pedreña se puso en primera posición al hacer ‘birdie’, mientras que en el siguiente, Irwin se apuntó un doble ‘bogey’. Los periodistas británicos dudaban de que la juventud de Ballesteros pudiera soportar tanta presión, porque el primer puesto variaba constantemente, hasta que en el hoyo 13, Seve hizo un ‘birdie’ increíble con un ‘pat’ de nueve metros desde el collarín del ‘green’, donde había dejado la bola después de haber caído a un ‘bunker’ de calle, a unos sesenta y cinco metros del ‘green’. En ese momento, recuperó la delantera y no la perdió más.

En el hoyo 16 hizo su memorable jugada desde el aparcamiento para hacer un nuevo ‘birdie’. Los dos últimos hoyos fueron igualmente apasionantes.

En el 18, Irwin, que finalmente acabó a seis golpes del campeón, sacó un pañuelo de su bolsillo y lo agitó al público en señal de rendición. Fue él quien bautizó a Seve como “el campeón del parking”, acaso para menospreciar su juego improvisado y falto de ortodoxia. Fue el primero que advirtió del incendio que tanta chispa de genialidad había originado.

Aquel joven de Pedreña que dio sus primeros golpes en la arena de la playa, con un hierro 3 que le ayudó a desarrollar su gran capacidad para imaginar lo impensable, había comenzado a cambiar el golf.

Seve logró cerca de cien triunfos como profesional, entre ellos cinco en el Grand Slam. Fue campeón del mundo por equipos, despertó el interés de la Ryder Cup que agonizaba con tanta monotonía de triunfos norteamericanos y se convirtió en el primer deportista global que tuvo España, el más internacional y el más conocido y reconocido. Sin embargo, ser el mejor tantas veces no fue su gran mérito.

Su espectacular y genuina manera de jugar provocaría que millones de personas empezaran a gozar con este deporte. Con Seve, el golf se quitó la corbata y los pantalones de cuadros para comenzar a practicarse en los aparcamientos, debajo de los árboles, de rodillas y con golpes inverosímiles. Quizás no fue el mejor, porque el mejor sigue siendo un concepto inalcanzable, atrapado en el tumulto de subjetividades. Pero Severiano Ballesteros revolucionó el golf, lo popularizo y lo acercó a todas las clases sociales. Él sentó las bases para iniciar un nuevo principio y por eso la abstracción del mejor se apartará siempre para dejarle paso y reverenciar su memoria de deportista único e irrepetible.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El gran salto de Santillana

Santillana
Fue un salto a destiempo, demasiado anticipado, de esos que al principio deleitan elevándose por encima de los defensores, pero luego, en el instante preciso de la llegada del balón, nos humillan descendiendo, mientras todos suben y exhiben el estúpido fracaso de la falta de coordinación. Además, con la altura que había alcanzado aquel nuevo delantero centro del Racing, el ridículo iba a ser mayúsculo.

Pero me equivoqué. Y de qué manera. Aquel delantero no descendió. Como si el cielo le hubiera proporcionado ese punto de apoyo con el que Arquímides aseguró poder mover el mundo, su cuerpo sobresalió entre una nube de jugadores, su cadera realizó un violento giro, cuya inercia convirtió en látigo su cuello, y su frente, yunque de carne y hueso con los ojos abiertos, chocó contra la pelota emitiendo un sonido de trueno que confirmó que aquella exhalación no fue un engaño visual de nuestra fantasía. Después de tantos años, es el gol más impresionante que he visto y que he oído en mi vida.

Monaguillo y marcero


Hacerse futbolista entre amigos que cantan marzas para comprar botas y camisetas, tenía que ser síntoma de buenos augurios. Así comenzó a hacerse jugador de fútbol Carlos Alonso González, un chaval de Santillana del Mar, alumno del ‘Regina Coeli’ y monaguillo en las misas del padre Antonio Niceas. Tras jugar en el torneo de la Amistad, se incorporaría al juvenil Satélite, filial del Barreda Balompié. Su entrenador, Valentín Cuétara, fue quien le bautizó con el seudónimo de Santillana, llevando el nombre de la hermosa villa románica más lejos que el célebre marqués autor de las ‘Serranillas’.

Tenía unas facultades físicas excepcionales, aunque su técnica dejaba mucho que desear. Muy pronto comenzó a jugar con el equipo regional, aportando sus goles al ascenso del Barreda Balompié a Tercera División en 1970. Aquel año sería internacional juvenil y se proclamaría campeón de Aficionados tras ganar en la final a la Cultural de Guarnizo. El joven Santillana se estaba preparando para dar su impulso más potente.

El entrenador racinguista, Manuel Fernández Mora, fue quien le echó el ojo. Tuvo que lidiar con otras ofertas, porque a Santillana también le quería la R. S. Gimnástica de Torrelavega, el R. C. Deportivo de La Coruña y el C. F. Barcelona. Pero eligió el Racing, aunque en aquel tiempo, el equipo peleaba por el ascenso a Segunda División. Aún no había terminado la temporada 1969-70, cuando el conjunto cántabro fue a jugar la primera edición del Trofeo de La Galleta. Los santanderinos ya se habían comprometido a participar pensando que para finales de junio la temporada terminaría, pero ésta tuvo que prolongarse debido a los emocionantes partidos de promoción de ascenso contra el C. D. Ilicitano, así que para solucionar el compromiso, el club decidió acudir a Aguilar de Campoo llevando parte de los jugadores no convocados, varios jóvenes del Rayo Cantabria y algunos juveniles, entre ellos el recién llegado de Santillana del Mar. El 28 de junio, el Racing, dirigido por José Antonio Saro, ganó al Real Valladolid por uno a cero, gol marcado de un formidable remate de cabeza de Santillana. Meses después, debutó oficialmente como racinguista en los Campos de Sport, el 13 de septiembre de 1970, contra la U. P. Langreo. Jugaron aquel día Corral; Chinchón, Argoitia (Santi), José María; García, ‘Zoco’; Aguilar, Cabello, Linares (Santillana), González e Isidro.

Excelente rematador

Se confirmaría como excelente rematador en la cuarta jornada, cuando el Racing recibió al Pontevedra C. F. y a los diez minutos, un avance por la derecha de García brindó al joven ariete la posibilidad de exhibir su potente salto vertical, elevándose varios centímetros sobre sus marcadores y rematando de cabeza el uno a cero. Santillana fue afinando su puntería y sus recursos. Sería el autor de los tres goles de la victoria ante el Onteniente C. F. y sería vital para que el Racing eludiera la promoción al marcar el único gol contra el C. D. C. Moscardó que llevó la firma de su remate de cabeza, a pase de Aguilar, cuando faltaban once minutos para el final. Era el gol número 17 del delantero con el que sería Pichichi de Segunda División, aunque compartiéndolo con el jugador del Córdoba C. F., Manuel Cuesta. Meses después, tras jugar 36 partidos con el Racing, se incorporó al Real Madrid con Aguilar y Corral en una operación que salvó al club de la difícil situación económica que atravesaba.

En poco más de un año, con el impulso tomado desde los Campos de Solvay, aquel juvenil logró dar el salto desde categoría regional a Primera División, alcanzando el éxito del Campeonato de Liga en su primera temporada con los madridistas. Sigue siendo el internacional cántabro con más partidos disputados, cincuenta y seis. Como si el cielo le hubiera proporcionado ese punto de apoyo con el que Arquímides aseguró poder mover el mundo, Santillana sobresalió entre todos los futbolistas por sus impresionantes saltos, impulsos y remates de cabeza. Que nadie lo dude. Ni Zarra, ni Churchill podrán compararse nunca con él. Fue la mejor cabeza de todos los tiempos.