Seve levanta la copa del Open Británico en 1979 |
Cuando se contempla la globalidad, el mejor sólo es un concepto inalcanzable atrapado en el tumulto de subjetividades. Su rastro es una chispa de espejismo que salta al frotar la decisión de un instante con la superficie de la genialidad. En excepcionales ocasiones, esas chispas provocan incendios de enormes magnitudes, arrasan con lo establecido y sientan las bases para iniciar un nuevo principio de todo. Entonces la abstracción del mejor se aparta para dejar paso y reverenciar al gran protagonista de la renovación.
El golf se incendió en el verano de 1979, en el Royal Lytham & St. Annes, durante la celebración del Open Británico. Las primeras chispas comenzaron a aparecer en los últimos cinco hoyos de la segunda vuelta, porque aquel joven jugador español no había tenido un buen comienzo. Tenía una bella estampa que destacaba entre el resto de jugadores. Vestía con la oscura elegancia del azul, con un jersey Slazenger y un polo blanco que adornaba su cuello. Los pasos de su caminar por el campo delataban una elegancia y seguridad impropia de sus 22 años. Hubiera sido simple apariencia, pero en aquellos cinco últimos hoyos de la segunda vuelta, con el viento de cara, Seve consiguió cuatro ‘birdies’ y dio un giro decisivo al torneo. En la tercera vuelta, se emparejó en el recorrido con Hale Irwin, que iba en cabeza y pudo mantener la distancia con él. El resultado, antes de la última jornada, continuaba liderado por Irwin, seguido de Ballesteros a dos golpes. Pisándole los talones, a un golpe de Seve, estaban Jack Nicklaus y Mark James.
El día decisivo
En el día decisivo, el golf se puso del lado de Severiano Ballesteros. Ya en el primer hoyo, el de Pedreña se puso en primera posición al hacer ‘birdie’, mientras que en el siguiente, Irwin se apuntó un doble ‘bogey’. Los periodistas británicos dudaban de que la juventud de Ballesteros pudiera soportar tanta presión, porque el primer puesto variaba constantemente, hasta que en el hoyo 13, Seve hizo un ‘birdie’ increíble con un ‘pat’ de nueve metros desde el collarín del ‘green’, donde había dejado la bola después de haber caído a un ‘bunker’ de calle, a unos sesenta y cinco metros del ‘green’. En ese momento, recuperó la delantera y no la perdió más.
En el hoyo 16 hizo su memorable jugada desde el aparcamiento para hacer un nuevo ‘birdie’. Los dos últimos hoyos fueron igualmente apasionantes.
En el 18, Irwin, que finalmente acabó a seis golpes del campeón, sacó un pañuelo de su bolsillo y lo agitó al público en señal de rendición. Fue él quien bautizó a Seve como “el campeón del parking”, acaso para menospreciar su juego improvisado y falto de ortodoxia. Fue el primero que advirtió del incendio que tanta chispa de genialidad había originado.
Aquel joven de Pedreña que dio sus primeros golpes en la arena de la playa, con un hierro 3 que le ayudó a desarrollar su gran capacidad para imaginar lo impensable, había comenzado a cambiar el golf.
Seve logró cerca de cien triunfos como profesional, entre ellos cinco en el Grand Slam. Fue campeón del mundo por equipos, despertó el interés de la Ryder Cup que agonizaba con tanta monotonía de triunfos norteamericanos y se convirtió en el primer deportista global que tuvo España, el más internacional y el más conocido y reconocido. Sin embargo, ser el mejor tantas veces no fue su gran mérito.
Su espectacular y genuina manera de jugar provocaría que millones de personas empezaran a gozar con este deporte. Con Seve, el golf se quitó la corbata y los pantalones de cuadros para comenzar a practicarse en los aparcamientos, debajo de los árboles, de rodillas y con golpes inverosímiles. Quizás no fue el mejor, porque el mejor sigue siendo un concepto inalcanzable, atrapado en el tumulto de subjetividades. Pero Severiano Ballesteros revolucionó el golf, lo popularizo y lo acercó a todas las clases sociales. Él sentó las bases para iniciar un nuevo principio y por eso la abstracción del mejor se apartará siempre para dejarle paso y reverenciar su memoria de deportista único e irrepetible.
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