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jueves, 29 de diciembre de 2016

Arteche, el defensa de la lealtad

El ejemplo es el mejor profesor de los valores humanos, también entre los futbolistas. En un grupo marcado por el inevitable egoísmo de querer jugar, ser un verdadero compañero puede resultar complicado. Pero siempre hay hombres más fuertes que los demás, que dan un paso adelante para enfrentarse con el problema y son capaces de transmitir los secretos de la lealtad.

A Juan Carlos Arteche, entonces capitán del Atlético de Madrid, no le tembló la mano cuando el 14 de abril de 1988 entregó a los periodistas un comunicado en defensa de su compañero, Quique Setién, y contra “las descalificaciones, insultos personales y humillaciones, así como las continuas injerencias de la dirección del club en forma de veladas o manifiestas amenazas”. Había comenzado el caprichoso y dictatorial periodo de Jesús Gil, y el comunicado, leído por el propio Arteche en el vestuario y aprobado por todos los jugadores, suponía toda una declaración de guerra al impetuoso dirigente. 

Sus primeros pasos deportivos

Aunque nacido en Maliaño, Juan Carlos Arteche se vino a vivir con su familia al barrio de Porrúa de Santander cuando contaba seis años de edad. Tras estudiar en el colegio Puente Porrúa, comenzó a jugar al fútbol en los equipos escolares del colegio La Salle, donde terminaría el bachillerato, aunque en un principio se tomó más en serio los partidos de tenis y de baloncesto, donde destacaba por su altura. Se incorporaría al equipo juvenil del Racing y luego a la selección cántabra de esa categoría que dirigía Manuel Fernández Mora. Fue precisamente Fernández Mora, que pasó a dirigir a la Gimnástica de Torrelavega, el que solicitó su cesión para incorporarle a su equipo en la temporada 1975-76, donde debutó en Tercera División. Cuando regresó al Racing, Arteche se estableció en el primer equipo, con el que debutó oficialmente el 22 de septiembre de 1976, en un partido de Copa del Rey disputado en el campo de Linarejos, contra el Linares C. F. El resultado fue de empate a dos. Al mes siguiente, el 24 de octubre, debutaría en Primera División en Mestalla, donde los santanderinos perdieron por cuatro a dos ante el Valencia C. F. 

Después de formar en el Racing una eficacísima línea defensiva con compañeros como Pedro Camus, Manolo Díaz, Lolo, Portu y el emblemático y veterano Manolo Chinchón, fue traspasado al Atlético de Madrid en el verano de 1978, después de haber jugado con el Racing 56 partidos y anotado 4 goles. 

En el Atlético de Madrid

Central de gran seguridad, inteligencia, fuerza, entrega y contundencia que se manejaba muy bien en el juego aéreo, Arteche mejoró esas cualidades, obteniendo otras en el Atlético de Madrid, como el sentido de la colocación y el control de balón, influenciado por su compañero de equipo, el brasileño Luiz Pereira. Con los atléticos ganó la Copa del Rey de 1985, derrotando al Athletic Club de Bilbao. También ganó la Supercopa de España esa temporada, y en 1986, fue subcampeón de la Recopa de Europa tras perder en la final de Lyon (Francia) ante los entonces soviéticos del Dinamo de Kiev. Además, en cuatro ocasiones fue jugador internacional con la selección nacional absoluta. 

El ejemplo es el mejor profesor de los valores humanos y, afortunadamente, siempre hay hombres más fuertes que los demás, que dan un paso adelante para enfrentarse con el problema y son capaces de transmitir los secretos de la integridad. En la temporada 1982-83, el entonces presidente cántabro del Atlético de Madrid, Vicente Calderón, había entregado a Arteche, en un hospital, la insignia de oro y brillantes del club, después de haber marcado dos emocionantes goles, dar la victoria a su equipo ante el Betis (4-3) y salir del campo en camilla con la rotura del menisco. Aquello no lo tuvo en cuenta Jesús Gil que expulsó a Arteche porque no pudo soportar que un hombre fuerte se cruzara en su camino, y menos que convenciera a sus compañeros para mantenerse fieles a un compromiso de honradez. Su muerte en 2010 resaltaría la figura de este profesor de valores humanos y de este seguro, inteligente, fuerte, entregado y contundente defensa de la lealtad.

lunes, 19 de diciembre de 2016

El regate mágico del Rayo de la tasa

El delantero está completamente acorralado. Se ha refugiado en una de las esquinas del campo, acaso buscando la salida honrosa de provocar un córner. Dos defensas han levantado un muro del que parece imposible salir. Los espectadores saben que en unos instantes perderá el balón. Pero el delantero ha hecho algo extrañísimo. Encarándose a ambos rivales, ha envuelto y escondido la pelota por la parte posterior, ha provocado un salto rápido y nervioso que parece no conducir a ninguna parte y se ha colado entre ambos, yendo derecho hacia la portería. Los defensores no le persiguen. Han visto con sus propios ojos que el jugador se ha escapado sin el balón.

Es cierto. José Antonio Saro, uno de los jugadores del Rayo Cantabria de la temporada 1957-58, se ha escapado sin el balón, pero éste, venido del cielo, se ha pegado de nuevo a sus pies como un perro fiel a la llamada de su amo. Avanza unos metros con él, paralelo a la línea de meta y luego centra hacia atrás para que uno de sus compañeros marque un nuevo gol. Los dos defensores, inmóviles e incrédulos, se miran preguntándose qué ha pasado.

¿Que qué ha pasado? Para contestar a esa pregunta hay que remontarse a un José Antonio Saro con diez años, en el campo de Buenavista de Oviedo, observando cómo un jugador argentino llamado Sará elevaba por detrás la pelota por encima de su cabeza, haciéndola caer hacia delante. Aquel malabarismo se convirtió en un obsesionante reto. Fue un momento impactante de su infancia deportiva, porque desde aquel día, con una pelota de goma en sus pies, Saro se obsesionó con el regate impensable hasta que consiguió controlarlo.

Un equipo irrepetible

El Rayo Cantabria de la temporada 1957-58 no fue un conjunto campeón, pero cautivó a los públicos gracias a la calidad de su juego, alcanzando una fama que, salvando las distancias, podría compararse con la que obtuvo el Racing de la temporada 1949/50. Aquel Rayo, que obtuvo el tercer puesto del competitivo grupo de Tercera División cántabro-vizcaíno, fue el que practicó el fútbol más ofensivo y espectacular. El Baracaldo, que fue el campeón, marcó 69 goles en los treinta encuentros ligueros, pero el Rayo anotó 83, alcanzando una media de 2,76 goles por partido. José Antonio Saro, el autor de aquel regate tan espectacular, fue el máximo anotador del equipo con 19 goles, seguido de Larrinoa (17), Yosu (13), Julio Santamaría (10), Laureano (7), Zaballa (5), Miera (3), Gómez (2), Ruiz (1), Velasco (1), Gutiérrez (1), Cordero (1) y otros tres que se marcaron, a modo de desesperación ajena, en propia puerta. El club rayista desplegó a lo largo del campeonato una puntería excelente sobre la meta adversaria, y comenzó a acostumbrar al público de los Campos de Sport a goleadas que tenían como dígito mágico la tasa de cinco o más de cinco. Y así, en sus partidos de casa, el Rayo ganó 5-2 al C. D. Villosa, 7-2 al Deusto, 6-0 al Durango, 5-0 al Valmaseda, 5-0 al Portugalete, 9-1 al Padura, 5-1 al Galdácano y 6-0 al Naval. No era extraño que antes de los partidos los aficionados se saludaran enseñando abiertos los cinco dedos de la mano aludiendo a la tasa.

El Racing, una víctima más

La mordaz eficacia rematadora de aquel equipo filial no sólo lo sufrieron los equipos rivales. Hasta el mismo Racing tuvo que resignarse al desparpajo futbolístico de aquel joven Rayo de la tasa. Era habitual que el Rayo y el Racing jugaran, generalmente los jueves, un partido de entrenamiento para observar en acción a los jugadores de ambos equipos. Naturalmente, en aquellos partidos siempre ganaba el Racing. Pero en la temporada 1957-58 las cosas cambiaron. En la primera vez que se enfrentaron los dos equipos, el partido finalizó con la victoria rayista por 5-2. En principio, sólo fue una anécdota que no supuso más que comentarios jocosos entre los futbolistas. Sin embargo, a la semana siguiente, el Rayo volvió a ganar el partido por el mismo resultado. Los racinguistas dejaron de hacer bromas y se decidió no volver a disputar aquellos partidillos.

Jugadores inolvidables

Aquellos jugadores del Rayo de la tasa aún permanecen en la memoria de los viejos aficionados, y merecen que sus nombres y apellidos no se olviden tan fácilmente: Teodoro Hernando Martín, portero seguro, sobrio y con grandes condiciones físicas; Fermín Martínez Cobo, el otro guardameta que llegaría a jugar en el Real Madrid y que pudo haber sido una gran figura si hubiera tenido más decisión en las salidas; Joaquín Gómez Perullera, contundente defensa central con excelentes condiciones físicas; José Luis Bustillo Obregón, otro defensa central con gran facilidad para adaptarse a cualquier puesto; José Luis Herrero Bielva (Morito), lateral derecho técnico y rápido que siempre trataba de salir con el balón controlado; Laureano Ruiz Quevedo, el centrocampista de gran visión de juego que fue el armador del equipo; Alfredo Gutiérrez Sanfelices, rápido y capaz de intervenir en una gran zona del centro del campo; Francisco Fernández Larrinoa, delantero centro oportunista y peleón; Pedro Zaballa Barquín, el extremo derecho rápido y peligroso que llegaría a ser internacional absoluto con el C. F. Barcelona; Eugenio Ruiz, interior y media punta muy bullidor y con buena visión del juego; Carlos Velasco Casuso, interior o extremo, veloz y habilidoso; Julio Santamaría Mirones, delantero centro o interior de gran clase, con mucha sangre fría y gran habilidad para el remate; Manuel Salcines Corral (Chisco), lateral técnico que trataba muy bien a la pelota; Antonio Alonso Imaz (Tacoronte), defensa central corpulento y seguro, con muy buena colocación; Gregorio San Emeterio San Martín (Gorio), centrocampista de clase y buen pasador; José Ramón Cordero Fernández, extremo ambidiestro, luchador, rápido y habilidoso; Fernando Trío Zabala (Yosu), extremo y delantero centro muy hábil y con buena técnica, que además del Racing jugaría en el Valencia C. F. y en el Athletic Club de Bilbao; Vicente Miera Campos, centrocampista, con muchísima clase, de gran rendimiento, que tras jugar en el Racing pasaría al Real Madrid, donde actuaría de lateral, llegando a ser internacional absoluto y José Antonio Saro Palleiro, el jugador al que el balón, venido del cielo, se pegaba a sus pies como un perro fiel a la llamada de su amo, el jugador que por sus goles, por sus pases y sobre todo por su regate mágico, personifica la grandeza de aquel brillante Rayo de la tasa, el que dejaba a los defensores inmóviles, incrédulos y preguntándose qué había pasado.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

El primer cántabro en el Tour de Francia

Cipriano Elis
Hay caminos que se descubren y caminos que se abren. Caminos fáciles y cómodos que no llegan demasiado lejos y caminos de espinas que se conquistan para llegar a metas impensables. Nadie sabe más de caminos tortuosos que los corredores ciclistas. Para ellos no existen los bellos paisajes, sólo etapas de sufrimiento que se repiten día a día.

El ciclismo cántabro en el Tour de Francia conserva dos nombres propios que se pronuncian con respeto y admiración. Los dos abrieron caminos que plantearon nuevos retos deportivos a sus sucesores. El primero es Vicente Trueba, la famosa ‘Pulga de Torrelavega’ que en 1933 se convirtió en el primer Rey de la Montaña de la gran carrera internacional. El segundo es el santanderino de Peñacastillo, José Pérez Francés, el único que ha logrado subir al pódium final en París, obteniendo la tercera plaza en 1963, detrás del ganador, Jacques Anquetil, y de Federico Martín Bahamontes. Pero también hay un tercer nombre, tan desconocido como cualquiera de los que puede señalarse al azar en el listín de teléfonos, y que gracias a mi amigo Ángel Neila, ya sé que es tan importante como Trueba o Pérez Francés. Se llamaba Cipriano Elis de la Hoz (Muriedas 1907-1984) y fue el primer corredor nacido en Cantabria que participó en el Tour.

Hijo de emigrantes

Sus padres, Mariano Elis Andrés y Rafaela de la Hoz Díaz, naturales de Dueñas (Palencia), habían emigrado a la localidad francesa de Carcassonne, en el Languedoc, y vinieron a trabajar en la construcción del ferrocarril del Cantábrico a Muriedas, donde nació Cipriano, el último de sus quince hijos. Su familia regresaría a Francia cuando él tenía tres años, y en 1925 participó en sus primeras carreras como aficionado. Fue en 1928 cuando participó en el Tour de Francia. Lo hizo dos años antes que los hermanos José y Vicente Trueba, aunque siempre habrá que tener en cuenta al leonés afincado en Torrelavega, Victorino Otero, que ya había participado en el Tour de 1923 y 1924.

La participación de Elis no sería tan brillante como la de Trueba o Pérez Francés. De los 162 ciclistas que tomaron la salida en aquella edición de 1928, fueron 121 los que no pudieron llegar al final, entre ellos Cipriano. El Tour era mucho más duro que ahora. El recorrido final era de 5.375 kilómetros, muchos de los cuales, precisamente los más difíciles que accedían a los puertos de montaña, eran de tierra polvorienta. Hay que tener en cuenta que en las ediciones de hoy en día, además del buen estado de las carreteras y de las modernas y ligeras bicicletas, el recorrido no llega a los 4.000 kilómetros. Elis abandonó en la quinta etapa, entre Brest y Vannes. Pero no fue un fracaso, sólo estaba abriendo camino.

Embestido por un vehículo

Tras la experiencia del Tour continuó madurando y compitiendo, sobre todo en Cataluña y Levante. Y en 1935 lo intentaría otra vez. La U.V.E. (Unión Velocipédica Española) lo incluyó en la selección española que disputaría el Tour de Francia, junto con Vicente Trueba, Salvador Cardona, Federico Ezquerra, Mariano Cañardo, Emiliano Álvarez, Antonio Prior e Isidro Figueras, que a última hora ocupó la plaza de Fermín Trueba por encontrarse enfermo. Aquel Tour de 1935 fue un auténtico desastre y varios corredores tuvieron que abandonar por culpa de la mala organización. Uno de ellos fue Elis, que quedó eliminado en la primera etapa debido a una caída al ser embestido por un vehículo seguidor de la prueba. Cipriano quedó tirado y sin sentido en la cuneta durante media hora, con un aparatoso desgarro en un codo. Aun así, se subió de nuevo a la bicicleta y recorrió los casi 200 kilómetros que separaban Pontoise (donde se produjo el accidente) de Lille. Aquella etapa fue una de los más admirables gestos de superación que puede realizar un deportista. Herido, ensangrentado, conmocionado y exhausto, logró llegar a la meta, aunque entraría fuera de control.

Tras la guerra del 36, ya residente en Chera (Valencia), volvió a competir con regularidad, consiguiendo un meritorio quinto puesto en la Vuelta a España de 1942. Al año siguiente, sufrió un grave accidente en la Vuelta Ciclista a Cataluña, cuando iba segundo en la clasificación general, al chocar contra un vehículo que venía en sentido contrario. Pero aunque se pensaba que ya no volvería a subirse a una bicicleta, Cipriano Elis fue uno de los ciclistas españoles que más pruebas disputó en 1944 y 1945, especialmente en pista, proclamándose subcampeón de España en ruta por regiones. En 1946, con 39 años, dejaría de correr, aunque no se desvinculó del mundillo ciclista, pues fue mentor, entre otros, de Bernardo Ruiz, vencedor de la Vuelta a España de 1948 y primer español que hizo podio en el Tour de 1952.

Hay caminos que se descubren y caminos que se abren. Caminos fáciles y cómodos que no llegan demasiado lejos y caminos de abandonos, de caídas y de desesperanzas, que se conquistan para llegar a metas impensables. Y herido, ensangrentado, conmocionado y exhausto, Cipriano Elis nos mostró que el esfuerzo es el único camino que siempre constituye un éxito en sí mismo. Fue el ejemplo que nos proporcionó el primer corredor cántabro que participó en el Tour de Francia.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El origen de la galerna

Paco Gento con el equipaje del Racing
El tiempo es la goma de borrar más incisiva y eficaz. Pero algunos nombres parecen estar escritos con tinta indeleble, y más que escritos, esculpidos en piedra, prolongando la grandeza de sus hazañas por los siglos de los siglos… Sólo el viento y el agua son capaces de poner en duda la entereza de tanta solidez, aunque hay recuerdos, como el de Paco Gento, que se han aliado con la lluvia y el viento para permanecer y permanecer.

Fue el ganador de seis Copas de Europa, fue el mejor extremo del mundo, y aunque los tiempos del marquesado de Vicente del Bosque hayan amenazado su hegemonía, sigue siendo el futbolista español más laureado de la historia. Qué fácil es deleitarse con tanto éxito apegado al Real Madrid. Pero la galerna más súbita y arrasadora que haya pasado por los campos de fútbol, también tuvo su origen modesto y apacible…

Su endiablada velocidad

Francisco Gento López nació en Guarnizo, en el seno de una familia donde el fútbol no era desconocido, no en vano, su padre, Antonio Gento, fue uno de los primeros jugadores de la Cultural Deportiva Guarnizo. Cuando tenía siete años de edad, Francisco obtuvo su primer éxito deportivo en una carrera de velocidad organizada por el Frente de Juventudes de Guarnizo, y desde los doce años, cuando comenzó a jugar en el Frajanas una serie de competiciones domésticas, esa endiablada velocidad le acompañaría siempre en los terrenos de juego. Tres años después, ya formaba parte de la A. D. Nueva Montaña y al año siguiente, en 1950, se integró en la S. D. Unión Club.

Carácter rebelde

El Racing no podía dejarle escapar y le incorporó al Rayo Cantabria, donde tuvo que falsificar su ficha para poder jugar, ya que aún no había cumplido los 18 años. No se arrugaría al dar el salto desde juveniles a Tercera División. Pocos saben del carácter rebelde e indómito de los inicios de Paco Gento. Siendo niño se escapó de casa desobedeciendo la prohibición de su madre, Prudencia, de no acudir a los Campos de Sport para ver un partido, y jugando en el Rayo, tuvo la osadía de protestarle indignado a su entrenador, Teto Sanz, por no alinear a su primo, Mendi, en un encuentro disputado en Navarra, contra el Izarra. Y recibió una lección, porque Mendi jugó a costa de Gento que se quedó en el banquillo. Pero Gento no era carne de banquillo. Ya había comenzado a tomar carrerilla y se mostraba imparable. En pocos meses era la gran promesa del fútbol cántabro y su debut en el Racing se daba por hecho. En las entrevistas en la prensa se sentía seguro de sí mismo cuando afirmaba que no tenía ningún tipo de complejos por jugar en Primera. “Con la misma serenidad que actué por primera vez en el Rayo cuando llegué de Los Barrios, estoy seguro que jugaría en un club de más categoría”, afirmaba con la “veteranía de un bisoño” en una entrevista realizada en 1952. Tres meses después de estas declaraciones, el 22 de febrero, Gento vestía la camiseta del Racing en Primera División en Los Campos de Sport, frente al C. F. Barcelona que contaba con la reaparición de Ladislao Kubala, después de una lesión. 

Catorce partidos

Qué poco duró Gento en el Racing. Tenía un contrato de cinco temporadas, pero sólo jugó catorce partidos. Fueron catorce partidos de un juego de extremo tradicional, siempre pegado a la banda izquierda, rápido, valiente (nunca volvía la cara) y sobre todo potente, mucho más de lo que insinuaba su presencia física. Su regate en carrera tumbaba a los rivales, su ‘dribling’ era seco, cortante y su explosiva salida, siempre sacaba ventaja en los primeros metros. Años después, un zaguero del Manchester United, añadiría otra de su terrible característica: “Gento corre mucho, pero lo peor es cómo se para”.

El tiempo es la goma de borrar más incisiva y eficaz. Pero Paco Gento se escribe con tinta indeleble, tinta de viento y lluvia que sigue azotando el recuerdo futbolístico, como la galerna que definió su fútbol de arranque, soplando vigorosa en los campos de Europa y América, pero originada en la calidez apacible de Guarnizo: con su madre y sus hermanas María Antonia, Consuelo y María Belén; en el ambiente de fútbol de su padre y hermanos menores, Julio y Antonio, que también serían futbolistas del Racing; y en el oleaje de catorce partidos que revolvieron la atmósfera para desatar un fenómeno deportivo-meteorológico e inolvidable.