Firmes y alineados ante las autoridades, Solá, Pico, Mendaro, Ceballos, Baragaño, Larrinoa, Santi, Ibarra, Óscar, Larrínaga y Cisco intentan cantar en el campo del Velódromo de Vincennes con la misma entereza que sus rivales del Wolverhampton Wanderers de Birmingham. Un cronista español afirmaría de los ingleses que “escucharon el Dios salve al Rey, rígidos, religiosos, como una tripulación sobre la cubierta de un acorazado”. Más inseguros y disonantes, la mayor parte de ellos improvisando sonidos que disimulaban el desconocimiento de la letra, los racinguistas, apoyados por un disco que trajeron a requerimiento telegráfico de los organizadores, lograron entonar aquel nuevo himno: “Soldados, la patria/ nos llama a la lid,/ juremos por ella/ vencer o morir…”.
Subcampeones
Hacía poco más de un mes que estos mismos jugadores se habían proclamado subcampeones de Liga. Lástima de aquel triple empate que les colocó detrás del Athletic Club de Mr. Pentland. Entonces el equipo se pronunciaba con cierto aire solemne y señorial: Real Racing Club, pero el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, y las cosas cambiaron.
El Torneo Internacional de París
Había más de diez mil personas en el velódromo que sabían que el equipo favorito del Torneo Internacional de Fútbol de la Exposición Colonial de París era precisamente el conjunto inglés. También participaban, además del Racing santanderino, el First de Viena F. C. (Austria), el Royal Antwerp F. C. (Bélgica), el Urania Ginebra Sport F. C. (Suiza), el S. K. Slavia de Praga (Checoslovaquia), el Club Français (Francia) y el Racing Club de París, equipo organizador junto con los diarios ‘Excelsior’ y ‘Le Petit Parisien’. Pero los ingleses eran los ingleses. Los jugadores cántabros no se dejaron impresionar por la reputación y profesionalidad de sus adversarios, aunque éstos parecían desenvolverse en el aguacero del campo mucho mejor. En uno de sus avances, el delantero centro del Wolver, Hartill, fue objeto de un claro penalti que lanzó Lawton, pero el portero racinguista, Cristóbal Solá, despejó el disparo enviando el balón a córner. El público, que parecía frío y distante, comenzó a aplaudir y a entusiasmarse, dando muestras de claras simpatías por los españoles. En la banda derecha, Santi comenzó a internarse con cierta facilidad, aunque Óscar, el delantero centro, era el hombre más peligroso del Racing y el que más murmullos levantaba cuando tocaba la pelota. El gol se presentía, y llegó tras una bella ofensiva conducida por Óscar que culminó Larrínaga rematando raso y cerca del poste. Antes de que se llegara al descanso, Óscar hizo gala de la potencia de su chut anotando otro tanto. En la segunda parte, los ingleses fueron más ofensivos y acortaron distancias gracias a un gol de Bottril. Pero los racinguistas consiguieron equilibrar los empujes de sus rivales y a falta de cinco minutos para el final, una mano del defensa Lawton provocó otro penalti que Baragaño aprovechó para establecer el tres a uno.
Excelentes críticas
El periodista del diario Excelsior de París, André Glarner, escribió una crónica donde decía que los santanderinos habían hecho “el mejor fútbol que nunca se había visto en París”, y el presidente del club inglés, durante el lunch que posteriormente organizaría ‘Le Petit Parisien’, con la presencia del máximo dirigente de la Federación Internacional, Jules Rimet, afirmaría que “ha ganado el mejor pero, con franqueza, ni remotamente suponíamos la clase de que el Racing de Santander ha dado muestras”.
El Racing de la joven República española había causado excelentes impresiones entre los críticos internacionales el mismo día en que por primera vez se mostraba en el extranjero su bandera tricolor. Fue un equipo de Santander el que se encargaría de izarla victoriosa aquella tarde parisina del domingo, 8 de junio de 1931, aunque sus jugadores sólo supieron cantar el himno de Riego jugando, sobre la hierba mojada, “serenos, alegres, valientes, osados…”, logrando con su fútbol que se les contemplara como “los hijos del Cid”.
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