El gol se sueña. Es el primer entrenamiento del delantero. Orbita en el deseo de su subconsciente aliviando la fatiga de su constante búsqueda y de su anhelo irracional e incontrolable. El delantero sueña con el gol con los ojos cerrados, vuela por el campo alcanzando todos los balones, se estremece cuando las redes de la portería reciben sus remates y hasta, en un acto de bondad infinita, se compadece del portero y de los defensores batidos.
Pero a veces, el sueño de Telmo Zarra se queda atado a la frustración. Nota como alguien le sujeta de la camiseta, le impide moverse con la agilidad onírica que acostumbra y despierta enojado protestando de esa sombra que se anticipa a su pensamiento. Es la pesadilla de siempre, la pesadilla de Alfonso Aparicio.
Un empate histórico
Hacía frío en Madrid aquel 29 de enero, cuando Zarra y Aparicio se movían en el campo del Metropolitano como una pareja de baile mal avenida. Aquel encuentro de la temporada 1949-50 entre el Atlético de Madrid y el Athletic Club de Bilbao, encendió muy pronto la llama de los goles, elevando la temperatura. En el minuto 69, Iriondo había marcado el sexto gol de su equipo y el tercero de su cuenta particular, dejando el marcador en un seis a tres que dejaba claro que la victoria estaba sacando billete para ir a Bilbao. Pero Alfonso Aparicio, el gran defensa cántabro, comenzó a empujar a sus compañeros hacia la recuperación de la fe. Abandonó el marcaje de Zarra y se fue al ataque como un delantero centro, arrastrando la voluntad de todo su equipo.
Helenio Herrera se desesperaba en el banquillo, sobre todo porque no veía frutos en aquella osada e improvisada avalancha de sus pupilos. Por fin se señaló un penalti que convirtió en gol Ben Barek (4-6) en el minuto 84. Aunque no había demasiado tiempo, los madrileños renovaron su ímpetu, robaron la pelota tras el saque de gol de los vizcaínos, y un minuto después, Calsita anotó el 5-6. Todo era posible. Cuando los relojes marcaban el minuto 89, Alfonso Aparicio, acaso sintiéndose responsable de tanto gol encajado, se lanzó al centro de Mencía como un poseso y marcó de cabeza el último gol. El resultado de aquel partido sigue siendo el empate con más goles que se ha producido en la Liga española.
Seguidor del Racing
Alfonso Aparicio (Santander, 1919-1999) tenía ocho años cuando vio su primer partido en los Campos de Sport de El Sardinero. Creció como seguidor racinguista y con unas irrefrenables ganas de jugar al fútbol, iniciándose en los patios de recreo del antiguo colegio de los Agustinos de Santander. También jugó en los equipos del Daring Club y el Magdalena. Era tanta su afición y deseo por jugar, que en el Unión Juventud Sport de Santander llegó a pagar dinero por hacerlo, pero fue por poco tiempo, porque la guerra del 36 lo cambió todo.
Se alistó voluntario en el cuerpo de Aviación, algo que sería decisivo en su carrera futbolística. En Salamanca, zona de retaguardia, se creó en 1937 un equipo con los militares de este cuerpo, donde coincidiría con otros grandes futbolistas como el santanderino Germán o el torrelaveguense Fernando Sañudo. Cuando se reanudó el Campeonato de Liga en 1939, el denominado Club Aviación Nacional se fusionó con el Athletic de Madrid para poder participar en la competición, y el entrenador, el legendario Ricardo Zamora, contó con aquel mocetón de 1,80 metros de altura para el proyecto de su equipo, el Club Atlético Aviación, que ganó las dos primeras Ligas de posguerra.
Declarado en rebeldía
En 1942, y debido a unos desacuerdos económicos, Aparicio fue declarado en rebeldía. Las costumbres se habían militarizado en el club rojiblanco, y las reclamaciones del jugador no sirvieron de nada. Fue suspendido por dos años y medio y se marchó a Santander exiliado, pero no perdió su forma física porque continuó entrenando con el Racing. El exilio en su ciudad de nacimiento duró unos dos años, y estuvo a punto de fichar por el club cántabro. Sin embargo el problema con el Atlético de Madrid se resolvió y la incorporación oficial de Aparicio al Racing no pudo llevarse a cabo, aunque sí jugó algunos partidos amistosos con la camiseta racinguista.
Con Helenio Herrera como entrenador consiguió otros dos títulos de Liga. En 1951 abandonó el Atlético de Madrid para jugar sus últimas campañas en el Boavista de Oporto, equipo que llegó a entrenar. Aparicio fue uno de los primeros que jugó de defensa central, ya que hasta entonces sólo había dos defensas laterales, y el sistema de la WM se iba introduciendo en España. Aquella nueva forma de entender el fútbol también contribuiría a que se convirtiera en la pesadilla de Telmo Zarra, despertándole de sus sueños de gol y enojándole como sombra que siempre se anticipó a su pensamiento.
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