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jueves, 27 de abril de 2017

Un campeón de raza para el boxeo

Viste un traje amplio y de tonos claros. Sobresale entre todos los pasajeros del barco por el color de su piel, pero también por su talla y por su envergadura. Cuando observa la multitud de curiosos que se han acercado a recibirle, su boca se abre para sonreír descubriendo una dentadura blanquísima y un alma infantil. Es el 3 de mayo de 1915 cuando Jack Johnson, ‘El Gigante de Galveston’, desembarca del Trasatlántico ‘Reina Cristina’, procedente de Cuba, y pisa por primera vez los muelles de Santander.

La expectación que ha despertado en la ciudad es enorme. Todos cuentan historias de sus hazañas mientras se le colma de atenciones. Le muestran Liérganes y Solares e incluso Juan Pombo le deja su automóvil para que disfrute apretando el acelerador por la recta de Heras. Abrumado de atenciones, no puede negarse a complacer los deseos de tanto admirador a los que muestra su técnica, su valor, sus manos enguantadas y su torso desnudo mientras pega puñetazos al aire. Es el boxeador más importante de la época y el primer hombre de color en obtener el título mundial de los pesos pesados.

Familia de esclavos

De una familia de esclavos, Jack Johnson nació quince años después de que en su país se aboliera la esclavitud. Arraigado en la pobreza, viajero en trenes de mercancías y arrestado por vagabundear por las ciudades, de niño trabajó en variados y dispares oficios, entre ellos cuidador de caballos y pescador de corales. Pero en estas dos profesiones recibiría golpes más contundentes que los encajados en el ring, ya que una coz le partiría una pierna y el coletazo de un tiburón le rompería una costilla. Fueron dos motivos para decidir ser boxeador, además de su facilidad para manejar los puños y la ciencia que aplicaba en cada combate.

Comenzó en Chicago trabajando de ‘sparring’ y muy pronto tuvo problemas con las autoridades. Uno de los combates en los que actuó estaba prohibido y terminó en la cárcel, donde por cierto aprendió los secretos del pugilismo. A base de puro orgullo, superó una enorme depresión cuando su mujer le abandonó. Alguien que le vio borracho en un bar le señaló como un hombre acabado que jamás volvería a boxear. Y aquella sentencia le hizo levantarse.

En 1904, gracias al dinero obtenido en sus combates, se compró su primer coche, una casa en Chicago y se fue a Europa con contratos en Londres, París, Bruselas y Berlín. El estilo de Johnson no era espectacular. Le gustaba mantener la distancia y prestar atención a su rival desde una posición defensiva. Tenía una gran facilidad para esquivar los golpes y para analizar minuto a minuto a su adversario, pendiente de algún error que pudiera cometer. Cuando el error aparecía, sus golpes lo aprovechaban al cien por cien.

El primer púgil negro campeón del mundo

Sus triunfos le invitaron a ser un aspirante a conquistar el título mundial, pero la hegemonía blanca quiso impedírselo con todas las artimañas posibles. Tuvo que perseguir literalmente al campeón del mundo, el canadiense Tommy Burns, hasta Australia, para conseguir que aceptara poner en juego su título. Y el 26 de diciembre de 1908, en el estadio Huge Deal Mackintosh de Sydney, Jack Johnson logró aquel combate que cambiaría la historia del boxeo. Hubo 20.000 testigos que presenciaron la gran superioridad del púgil negro. En el decimocuarto asalto, Burns estaba completamente agotado y las autoridades tuvieron que suspender la pelea, dando como ganador por K. O. técnico a Johnson.

Aquella victoria indignó a la afición boxística blanca, abundando las muestras de racismo y reclamándose desde la prensa la necesidad de recuperar el honor perdido. ¿Cómo era posible que un negro pudiera imponerse a una raza que había sido la predominante en el pugilato? Se buscó al hombre que encarnara “La Gran Esperanza Blanca”, pero Johnson ganó a todos los aspirantes que se pusieron por delante, incluido al excampeón del mundo, James Jackson Jeffries, que obligado por la presión mediática, tuvo que abandonar su retiro y volver al ring para recibir una soberana paliza que obligó a su mánager a arrojar la toalla.

Amigo de las juergas

Demasiado mujeriego y amigo de las juergas nocturnas, fueron éstos los puntos flacos que las autoridades aprovecharon para intentar noquear al campeón. En 1913, fue detenido acusado de trasladar a una mujer por la frontera del estado “con propósitos inmorales” y sentenciado a la máxima pena, un año de cárcel. Pero Johnson no quiso volver a la cárcel. Huyó de los Estados Unidos haciéndose pasar por un famoso jugador de béisbol y se dedicó a boxear en el extranjero. En 1915, puso su título en juego en La Habana ante Jess Willard y lo perdió en el asalto número 26, confesando posteriormente que se había amañado la pelea.

Pocos días después de este combate, Johnson llegaría a Santander. En el salón Pradera de la ciudad, en sesión privada, exhibiría su esgrima apoyado por la proyección de una colección de películas que él mismo explicaba. Muchos de aquellos espectadores habían practicado el boxeo en sus correrías por el extranjero y volverían a enguantarse las manos para comenzar a adiestrarse. Semanas más tarde, los empresarios comenzaron a organizar las primeras veladas en Cantabria.

Johnson volvió a su país en 1920 y no se libró de la cárcel. Murió en un accidente de tráfico en 1946. Aquel hombre que supo desafiar la soberbia de una raza que se consideraba superior, fue el ejemplo de deportistas como Joe Louis o Mohamed Ali y también el de los primeros boxeadores de Cantabria que pudieron admirar su técnica, su valor, sus manos enguantadas y su torso desnudo mientras pegaba puñetazos al aire.

sábado, 15 de abril de 2017

El futbolista que regateó al exterminio

Nemes con la camiseta del Hungaria
Aquellos prisioneros eran esqueletos andantes. En cada paso hacia ninguna parte se escapaban pedazos de sus almas perdidas en trabajos forzados, sufrimientos y lágrimas. Soldado de un ejército enemigo de la Alemania nazi, aquel chaval de poco más de veinte años era un estudiante de Educación Física y un prometedor futbolista en su Hungría natal, hasta que el servicio militar le llevó a defender a su país de la ocupación alemana y fue hecho prisionero, con el agravante de que era judío. Cuando en el campo de concentración tuvo que soportar cómo moría su amigo íntimo y también futbolista, Vidor, presintió que pronto se acabaría su historia. Pero siempre hay salidas para un buen delantero.

Una coz que marcaría su camino

Hay patadas que cambian el rumbo de una vida, como la que impactó en la cabeza del joven Gyorgi Neufeld Frommer (Budapest, 1919-Madrid, 1988) cuando ordeñaba una vaca en la granja de su padre. Tenía como ídolo deportivo a su hermano, Alexander, futbolista internacional húngaro que se hacía llamar Nemes. El chiquillo jugaba al fútbol en los infantiles del M. T. K. de Budapest y lo hacía muy bien, pero su padre quería que se dedicara al negocio familiar de la importación y exportación de ganado. Hasta que aquella coz le dejó conmocionado. Fue una especie de señal que el destino enviaba sobre el futuro de Koko, que así se le llamaba cariñosamente, ya que su padre comprendió que la ganadería no sería su porvenir. Así encarriló su camino de futbolista el nuevo Nemes, un extremo derecho rápido, habilidoso y goleador que cautivó al entrenador Janos Kalmar para que firmara su primer contrato profesional con sólo 17 años.

En el campo de concentración nazi

Cuando se convirtió en una de las más firmes promesas del equipo profesional, llegó la locura de la guerra, la ocupación nazi, los fusiles amenazantes, la rendición y el hacinamiento en los campos de concentración por el frente del Este. En 1942, en el campo alemán de Voronyesh, cerca de Stalingrado, Nemes logró escaparse de las garras alemanas, aunque lo hizo para caer en otro campo de prisioneros, el de Marsanks, controlado por el bando ruso que le trataría mejor, ya que debido a los conocimientos adquiridos en su primer año de estudios de Educación Física, estuvo exento de los trabajos forzados y ayudó en la atención de los enfermos.

Cuando en 1945 llegó la paz mundial, Nemes encontró un panorama desolador en su patria. Sus padres y seis de sus once hermanos fueron asesinados, cayendo en una honda depresión. Sólo el fútbol era capaz de recuperar su ánimo y la llamada del Hungaria le abre el camino. Pero Budapest es una ciudad llena de recuerdos que le aplastan. Por eso se traslada a Francia, donde vive su hermana Katherine, y ficha por el Stade Français, que le cede al F. C. Sete (1946-48) y luego al F. C. Girondins de Burdeos (1948-49), equipo con el que consigue el ascenso a Primera División, proclamándose máximo goleador de la categoría. Es cuando conoce al representante Luis Guijarro, que le animará a jugar en España, y más concretamente en Santander, en un equipo que se estaba reforzando en un gran proyecto liderado por su presidente, Manuel San Martín.

En Santander

En Santander recuperó la alegría y el fútbol feliz de antes de la guerra mundial. Debutó con el Racing en el primer partido de la temporada 1949-50, el 4 de septiembre, cuando el equipo cántabro presentó la alineación formada por Ortega, Lorín, Amorebieta, Ruiz, Herrero, Felipe, Nemes, Cánovas, Mariano, Herrera y Echeveste. Nemes fue autor de uno de los dos goles que derrotaron al Ferrol en una tarde donde un tornado se llevó parte de la cubierta de la grada norte de los Campos de Sport. Sin embargo el verdadero tornado de aquella temporada fue el propio Racing. Nemes, junto con el talento de Rafael Alsúa, sería una de las piezas básicas de aquel ascenso tan impactante en el fútbol nacional, gracias a su rapidez, habilidad, potencia de disparo y capacidad goleadora. Marcó 21 goles en los 28 partidos oficiales que jugó aquella temporada. El Real Madrid no desaprovechó la ocasión para ficharle, aunque la fractura de una de sus piernas durante un entrenamiento le tendría apartado varios meses de la temporada 1951-52. Acabó sus días como profesional en el Hércules de Alicante, fijando luego su residencia en Madrid.

Años después dejó de ser refugiado político y pudo regresar a Budapest para visitar las tumbas de sus familiares. Y en cada paso por el cementerio volvieron a escaparse pedazos de su alma, como cuando los esqueletos andantes del campo de concentración caminaban entre trabajos forzados, sufrimientos y lágrimas. Y de nuevo soportaría la muerte de sus seres queridos y luego volvería a llenarse de las ganas de vivir que le enseñaron el fútbol, Santander y el Racing, porque siempre hay salidas para un buen delantero.

viernes, 7 de abril de 2017

La llegada a España de Mr. Pentland

Mr. Pentland (Dibujo de Pastrana)
Cuando el Racing nació, él moría como futbolista en el Halifax Town F. C. Aún tendrían que pasar varios años para que el destino uniera a ambos en una empresa que convertiría al conjunto cántabro en un verdadero equipo de fútbol. Pero hasta entonces, tendría que esperar a que su frase favorita quedara grabada en la carne de su experiencia: “Los teams, como los caracteres, se forman en las derrotas, no en los éxitos”.

Frederick Beaconsfield Pentland (Wolverhampton, 1883-1962) tuvo muy mala suerte cuando decidió emprender la aventura de entrenar. Conocía a la perfección una metodología ignorada en prácticamente todo el mundo, así que tras colgar las botas, dejó las islas para enseñar lo que más sabía, jugar al fútbol. Había sido jugador, entre otros equipos, del Queens Park Rangers F. C., donde llegó a ser internacional con Inglaterra. Allí aprendió que el carácter es el diamante que talla al resto de las piedras de nuestra personalidad. Así que con ese prestigio y conocimiento, aceptaría la aventura de preparar a la selección de Alemania para acudir a los Juegos Olímpicos de 1916. Llegó a Berlín en 1913, y al año siguiente, el archiduque Francisco de Austria fue asesinado en Sarajevo. En pocas semanas, la mayor parte de los países del viejo continente estaba en guerra y Alemania era enemiga acérrima de Inglaterra. Su nacionalidad le condenó y quedó preso durante cuatro años para convencerse, entre el resto de los prisioneros, de que el talento se hace en la soledad, y el carácter en las tempestades del destino.

Seleccionador de Francia en Amberes (1920)

Liberado tras el fin de la Gran Guerra, marchó a Francia a entrenar al A. C. Strasbourg, y su trabajo fue reconocido por la Federación Francesa de Fútbol, proponiéndole dirigir a su selección nacional para competir en los Juegos de Amberes de 1920. Y allí se gestaría su llegada a Santander. Fue una casualidad. Pentland pasaba largos ratos hablando con uno de sus jugadores, René Petit, entonces futbolista del Real Unión Club de Irún, que a su vez era amigo de Pagaza, jugador racinguista que había sido seleccionado con el equipo español. Los tres tenían en común que hablaban inglés, y durante sus charlas, Pagaza convenció a Pentland para que fichara por el club santanderino para el siguiente año. El inglés, que sentía cierta atracción por España, aceptó inmediatamente.

Mr Pentland llegó a la estación de ferrocarril de Santander el 6 de abril de 1921, con su traje oscuro, su bombín, su puro, y vistiendo unos guantes blancos. Tenía 37 años y era el prototipo de ‘gentleman’, con una exquisita corrección en el saludo, en la conversación y en el trato con los jugadores. Pero también era inflexible con los días, con los horarios y con la intensidad de los entrenamientos. Jamás hubo tanta disciplina en el Racing. Incluso exigió a los jugadores que se cuidaran en sus vidas privadas. Entre los escritos que publicó en la prensa, probablemente ayudado con las traducciones de Pagaza, defendía que “un jugador puede pasar todo el día entrenándose y desentrenándose por la noche y nunca estará así en condiciones de ser un buen futbolista”. No necesitaba gritar para imponer sus criterios. Se vestía de corto y enseñaba su magnífico toque de balón para convencer a sus pupilos.

El sentido colectivo

El Racing consiguió adquirir un verdadero sentido colectivo y convirtió el desmarque en el fundamento del juego de ataque. También insistía en mejorar la técnica individual de sus hombres, enseñando la forma de controlar el balón y disparar con fuerza, acciones básicas para los cambios de juego de banda a banda que eran una práctica que pretendía imponer en sus equipos.

Mr. Pentland dedicó una especial atención a la cantera, preocupándose personalmente por el equipo filial. Pero las cosas buenas siempre duran poco. Tenía la obsesión de que cada jugador debía adaptarse a todos los puestos, de tal manera que los cambiaba constantemente de posición. Aquellas costumbres ponían nerviosos a los aficionados y no gustaba demasiado a la directiva que finalmente dudó en renovarle, aunque la verdadera razón de su marcha era el alto precio de su salario, mil pesetas al mes, que había obligado a los socios a desembolsar cuotas extraordinarias. Fue el dinero mejor invertido del club en toda su historia.

Cuando el Racing nació, él moría como futbolista en el Halifax Town F. C. Años después, cuando llegó a Santander, los Campos de Sport se convirtieron en una academia de conocimientos y de disciplina que sólo su autoridad fue capaz de imprimir en aquellos jugadores con talento, pero carentes de esa singular condición que permite identificar a quienes carecen de ella. Porque formó su carácter y convirtió a aquellos chiquillos en uno de los equipos más potentes del Campeonato del Norte. Su frase favorita, aquella de que “Los teams, como los caracteres, se forman en las derrotas, no en los éxitos”, se quedó para siempre en Santander para apoyar el impulso de las futuras victorias.