Alguien pintó el amor ciego y con alas. Ciego, para no ver la realidad y guiarse a tientas por el contacto de dos fantasías; con alas, para huir tan lejos como la imaginación lo permite, porque huir es la única victoria posible ante el torrente de deseos incontrolables que atan la voluntad, arruinan la razón y provocan el último suspiro de la sabiduría.
Gerardo Coque Benavente (Valladolid, 1928-2006) continuaba huyendo cuando llegó a Santander. Nadie como él había sufrido con las quemaduras de aquella relación volcánica donde los que están fuera, ven antes el humo que las llamas los que, ensimismados, arden y se consumen por dentro. Pero con su mirada en proceso de recuperación, disimulando el aleteo malherido de su rumbo y algo chamuscado, Coque saltó al campo de Las Llanas para demostrar que aún seguía siendo un gran futbolista. Aquel día, 25 de octubre de 1959, le acompañaron en Sestao, en su bautismo racinguista, Larraz, Duró, Santamaría, Trueba, ‘Crispi’, Pardo, Raluy, Montejano, Sampedro y Nando ‘Yosu’.
El éxito precoz
Acaso no fue fácil digerir el éxito y la celebridad desde una humilde panadería de Valladolid, sin la coraza que proporciona la experiencia de la edad. Porque Coque sólo tenía 17 años cuando debutó en el primer equipo del Real Valladolid, con el que consiguió cosas que nunca se habían visto en la capital castellana, como ascender a Segunda División en 1947 gracias a una promoción derrotando al Racing, y al año siguiente, subir por primera vez en la historia a la máxima categoría con dos goles suyos ante el R. C. Deportivo de La Coruña. En 1950, su equipo logró llegar a la final de la Copa del Generalísimo y él mismo marcaría el gol del empate que obligaría a jugar la prórroga contra el Athletic Club, que finalmente se impondría por cuatro a uno. Su fútbol fue creciendo y el 1 de junio de 1952 se convirtió en el primer jugador vallisoletano en ser internacional absoluto con España, cuando se ganó por seis a cero a Irlanda, con el gesto heroico de anotar el primer gol y jugar hasta el final con un brazo roto, sujeto con un fuerte vendaje.
Madrid, Lola Flores y la farámbula
En 1953 llegó su gran recompensa. Fue traspasado al Club Atlético de Madrid y el mundo se mostró a sus pies. Tenía 25 años y en una tarde de farándula, el actor Paco Rabal le presentó a Lola Flores, la famosa cantante que acababa de tener un romance con el futbolista del C. F. Barcelona, Gustavo Biosca. Dicen que la folclórica se encaprichó de Coque para darle celos a Biosca. Lo cierto es que Coque se rindió ante la enorme sensualidad de ‘La Faraona’, retrasó su boda con su novia de Valladolid y se dejó llevar por las noches de cabarets de moda y las juergas de tabaco, finitos, cantares y zapateados. Y Coque fue disipando su valioso talento futbolístico.
La huida de cante y baile a Sudamérica
La relación con Lola Flores decayó cuando la artista se fue de gira y regresó con un novio panameño. Fue entonces cuando Coque decidió casarse. Pero cuando Lola despachó al panameño, no resistió la tentación de caer de nuevo ante sus encantos. Otra vez las juergas nocturnas invadieron la vida del futbolista, mientras que su esposa, indignada, volvió a Valladolid. Y Coque empezó a faltar a los entrenamientos sin que nadie supiera de su paradero, hasta que se descubrió que se había marchado con Lola Flores a Sudamérica para acompañarle en su espectáculo de cante y baile. El Atlético le denunció ante la Federación por incumplimiento de contrato, pero Lola Flores envió al club la cantidad de 50.000 pesetas como pago de una parte de la ficha, “porque el único sitio donde Coque tiene que meter goles es aquí”, comentaba altiva y desafiante, señalándose entre sus ingles.
Rehacer su vida
Tras dos años de una tortuosa relación de celos y broncas, el romance entre Coque y Lola Flores terminó cuando la cantante se enamoró del guitarrista Antonio González, ‘El Pescadilla’, con el que se casaría. La mujer de Coque le perdonó y el jugador intentó rehacer su vida regresando a los campos. En 1957 fichó por el Granada C. F., pero no contaron mucho con él. Luego fue a su club de toda la vida, el Real Valladolid, donde colaboró en un nuevo ascenso a Primera, aunque no rindió como se esperaba, y después llegó a Santander. En el Racing volvió a brillar, junto a una delantera formada por Zaballa, Sampedro, Galacho, Coque y ‘Yosu’, con la que los montañeses subieron a Primera División en 1960. Coque marcó aquella temporada nueve goles para contribuir al último éxito de su carrera deportiva. Y así terminó su huida, porque huir fue la única victoria posible ante el torrente de deseos incontrolables que atan la voluntad, arruinan la razón y provocan el último suspiro de la sabiduría.
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