La emoción colectiva nos hace autómatas. Todo por culpa de ese contagio que se transmite como la electricidad al sumergirnos en el gentío, convirtiéndonos en una diminuta parte de un todo incontrolable. Entonces somos enfermos solidarios, capaces de sincronizar nuestros gestos, nuestras acciones y, si no fuera porque la infección los diluye, hasta nuestros pensamientos. Y en cuanto el balón entra en la portería rival, los brazos se alzan, las piernas saltan, los ojos parecen salirse de su órbita y las bocas gritan al unísono la misma palabra. Es igual la raza, la religión, la clase social o cualquier otra condición de la naturaleza humana: ¡Gol!
En el Metropolitano de Madrid
A José María de Cossío le gustaba compartir esa emoción colectiva. Acaso por eso fue un asiduo erudito de los dos espectáculos de masas más importantes de la España del siglo XX: el fútbol y los toros. Amante de la vida social y del carácter lúdico de la vida, Cossío fue sabio introductor de los placeres del fútbol entre los poetas de la generación del 27. De todos es conocida su influencia para que Rafael Alberti se quedara con la boca abierta admirando el arrojo de Platko en los Campos de Sport, pero casi anónima es la presencia de Cossío y Federico García Lorca en el estadio metropolitano de Madrid para ver un partido de la selección española de fútbol donde actuaba el racinguista Fernando García.
En uno de sus artículos publicado en ABC con el título “El tema taurino y la Generación del 27”, y que ha llegado a mis manos gracias a Rafael Gómez, se recoge esta sabrosa anécdota futbolística con un García Lorca del que sólo se conocía su afición al tenis:
“... recuerdo que en una tarde de no hay billetes pretendía, conmigo y otros amigos, penetrar en un campo de fútbol. Detuviéronle los porteros encargados de ellos y Federico, con una imponente dignidad, le preguntó al portero: “¿Usted no me conoce?”. El portero se encogió de hombros dando a entender que no le conocía; y entonces, echándole un decisivo valor al asunto, dijo muy dignamente: “Yo soy Samitier”. A lo que el portero tuvo una reacción valiente y le dijo: “Usted lo que es, es un sinvergüenza.” Intervenimos todos y, naturalmente, pasamos”.
El diario de Cossío
La localización y la fecha de esta anécdota, se rescata en el diario personal de José María de Cossío. En los renglones dedicados al 8 de enero de 1936, en Madrid, Cossío apunta: “Partido de seleccionados contra un equipo checo... Encuentro en el partido con Federico García Lorca”. Entonces José María y Federico ya estaban hermanados por la amistad. El de Tudanca había estado presente en las representaciones de Fuenteovejuna que la compañía de teatro de Lorca, ‘La Barraca’, había ofrecido durante los cursos de la Universidad Internacional de Verano de Santander que organizaba la Sociedad Menéndez Pelayo, y en donde Cossío había sido profesor, recibiendo de la compañía el entrañable título de “barraquito honorario”, nombramiento que permitía entender la vida de los faranduleros y sus bromas llenas de ingenio y vivacidad, como la que nos ha recordado Benito Madariaga cuando García Lorca, invitado en Tudanca por Cossío, se subió a un árbol y a gritos comenzó a recitar una escena de teatro. Quizás fue lo que García Lorca intentó hacer aquella futbolística tarde de enero, interpretar una nueva obra de teatro.
La selección de España contra el S. K. Zidenice
El partido de fútbol que se disputó aquel día, miércoles, en la capital de España, ofrecía como atracción ver a la selección nacional que tenía que enfrentarse a Austria once días después, y jugaba uno de sus partidos de preparación contra el S.K. Zidenice de Brno. El partido, que finalmente García Lorca pudo presenciar gracias a la influencia que D. José María ya tenía en las esferas futbolísticas (Cossío era entonces presidente del Racing y había sido delegado federativo de la misma selección nacional), se jugó a las tres y cuarto de la tarde en el estadio Metropolitano, situado cerca de la barriada madrileña de Cuatro Caminos. García Lorca, con su arrebatadora estimulación dramática, quiso superar las cinco pesetas que costaba la entrada de Tribuna con una difícil interpretación, nada menos que la de José Samitier, exjugador del F. C. Barcelona y Real Madrid, también amigo de Cossío, que llevaba el merecido apodo de ‘El Mago del balón’. Quizás resultó ser un personaje demasiado conocido para los porteros del estadio que no comprendieron la calidad y el arrojo de su papel.
Con la mediación de José María de Cossío, que como presidente del Racing acudió a ver al seleccionado jugador racinguista, Nando García, el poeta de Granada pudo contemplar aquel encuentro donde la selección española ganó dos a uno, con goles cuyas circunstancias (un remate de Lángara a pase de Emilín y un disparo de Herrerita a pase de Luis Regueiro) adquieren valor no por su belleza, eficacia u oportunidad, sino por haber sido celebrados en el campo por dos hombres tan significativamente vinculados con la cultura y la literatura que se dejaron llevar por “el encanto de sumirse en la masa”, contagiados de la enfermedad que sincroniza nuestros gestos, nuestras acciones y acaso nuestros pensamientos para gritar al unísono la palabra ¡Gol!
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