lunes, 20 de noviembre de 2017

El señor de los árbitros

El silbato negro de balaquita sonó tres veces seguidas. El último toque fue un poco más largo, como surgido de la expiración que supone el final de la vida. Es así como mueren los partidos de fútbol, presentados ante el juicio final de un resultado inamovible. Pero aquel último aliento del partido también fue el último de una carrera deportiva escasamente reconocida, pero excepcional. Su mayor mérito fue que nadie habló de él en aquella crónica. Todo se centró en Ricardo Gallego levantando el trofeo de campeón, en el exquisito y tempranero gol de Rafael Gordillo picando la pelota o en la despedida definitiva de futbolistas como Camacho o Maceda. Fue un partido limpio y fácil (él lo hacía fácil), donde sólo mostró dos tarjetas amarillas, una a Emilio Butragueño, del Real Madrid, y la otra a Fernando Hierro, entonces jugador del Real Valladolid. Después del último soplido, recogió el balón, felicitó a sus linieres y se marchó discreto a los vestuarios mientras el delirio de los jugadores y de los aficionados del Real Madrid, teñían de blanco el estadio Vicente Calderón tras la final de la Copa del Rey. Ocurrió el 30 de junio de 1989.

La vocación de la justicia

Victoriano Sánchez Arminio (Santander, 26 de junio de 1942), no fue un niño como los demás. Jugó a fútbol en el colegio, como todos, pero pronto descubrió su vocación de impartir justicia entre el descontrol de patadas infantiles del patio de recreo. Así que a los quince años, cuando todos soñaban en ser delanteros, Victoriano cogió un silbato y se vistió de madurez. Con paciencia y seriedad, se fue labrando ese camino lento, seguro y silencioso que garantiza el éxito. Su primera actuación como árbitro principal en un partido de categoría nacional, fue en 1967. En la siguiente temporada, ya era árbitro de Segunda División, categoría en la que se mantuvo seis campañas. En la temporada 1976-77, logró dar el salto a la Primera División, donde dirigió 149 partidos, debutando en el que disputó el Málaga C. F. contra la U. D. Salamanca. Un año después, obtuvo la escarapela de la FIFA y dirigió partidos en el Mundial de España (1982) y México (1986), en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles (1984) y en la Eurocopa de 1984.

Ser árbitro no es nada fácil, al menos ser un buen árbitro. Marcar un gol a veces es más sencillo que apreciar con exactitud los movimientos de los jugadores e interpretar sus acciones. Así lo reconoció José María de Cossío, aquel intelectual comprometido con el Racing que afirmaría que “el oficio de árbitro de fútbol tiene del juego, todas las difíciles cualidades de la improvisación, de la rapidez en la visión, del conocimiento de todo el mecanismo técnico y reglamentario, de la decisión para el juicio inmediato, hasta de las condiciones físicas para seguir el juego con ilusión y sin fatiga; en una palabra, las mismas cualidades del practicante del juego”. Cossío también añadiría otras cualidades inherentes a los buenos árbitros de fútbol: “las virtudes cardinales, cimiento del carácter, que es imposible expresar mejor que con las palabras que aprendimos en el catecismo de la doctrina cristiana…”

El homenaje de El Sardinero

Y así, con la “prudencia, fortaleza, justicia y templanza”, acostumbrado a ser garantía, amenaza y descarga de todo tipo de frustraciones, Sánchez Arminio recorrió en el campo más kilómetros que cualquier futbolista. Sin números a su espalda, nunca pateó un balón ni recibió ovaciones de un público acostumbrado a increparle con sus dos apellidos y a convertirle en chivo expiatorio de las derrotas de su equipo, hasta que un día, en el campo municipal de El Sardinero, alguien se acordó de él y miles de palmas incendiaron la explosión de un reconocimiento, ofreciéndole la posibilidad, después de treinta años, de tocar el balón como un futbolista. Fue el 9 de agosto de 1989, dos meses después de su retirada, cuando realizó el saque de honor del partido amistoso entre el Racing y el Real Madrid que sirvió para su homenaje.

Entre todos los árbitros de Cantabria, Sánchez Arminio atesora el más apreciado palmarés, y han sido varios los que, por ejemplo, lograron arbitrar una final de Copa, como Fermín Sánchez González (1924), Rafael García Fernández (1953) o más recientemente, Alfonso Pérez Burrul (2005). Pero Victoriano tuvo ese honor en tres ocasiones (1982, 1986 y 1989) y en 1993, se convirtió en el responsable del más alto estamento arbitral en España. En su casa, seguramente aún conserve una reproducción de la histórica carabela de Juan de la Cosa, la ‘Santa María’, con una leyenda donde se resalta “su ejemplar y brillante trayectoria como árbitro internacional de fútbol y modelo de comportamiento y nobleza de su tierra cántabra” que Cantabria dedicó al señor de los árbitros.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Amós y la gracia que deslumbró a Víctor de la Serna

La ley de las gradas es tan sencilla como inflexible. Después de seis partidos jugados y seis perdidos, aquellos miles de aficionados que habían aclamado al equipo tras su clasificación en la apertura liguera de la Primera División, se habían derrumbado. Por eso, cuando los hombres de Patrick O’Connell pisaron los Campos de Sport después de recibir la soberana paliza de ocho goles en Atocha, contra la Real Sociedad, el público rompió en sonoros desahogos de pitos y abucheos. Pero las leyes del fútbol también sientan las bases para que todo se transforme, como la materia, que ni se crea ni se destruye. Y la gracia en el oficio de un jugador fue capaz de envolver el juego del equipo, recuperar el entusiasmo de los aficionados e inspirar al periodista, Víctor de la Serna, para descubrirnos la esencia del fútbol: “Echarle gracia a las cosas. Echarle gracia a la vida, al oficio, al lenguaje, a los movimientos; acertar con el ritmo de una actividad. He ahí el gran secreto que sólo descubren los elegidos…”


Un peque de Mr. Pentland

Amós Francisco Javier de la Torriente Rivas (Santander, 1905-1976) fue uno de esos elegidos. Formó parte del selecto grupo de los “peques” de Mr. Pentland y luego continuaría su progresión jugando en el New Racing hasta debutar en el primer equipo racinguista en 1923. Se mantuvo en el Racing de Santander durante toda su vida deportiva y contó con el privilegio de ser uno de los jugadores que logró la histórica clasificación para formar parte de los diez clubes que fundarían la Primera División. Aunque su puesto era el de extremo derecha, la incorporación de Santi Zubieta le llevaría a jugar por la banda izquierda, donde haría célebre su habilidad para regatear y su tacto para colgar pases medidos al área. Su estado de gracia fue clave para que los aficionados olvidaran la pésima primera vuelta de aquel primer campeonato de Liga, con un Racing desfondado por la tortuosa fase de clasificación de empates y prórrogas, con el efímero descanso de tres días que separaron el partido final de la temporada, en Madrid, contra el Sevilla F. C., y el del inicio de la siguiente, contra el F. C. Barcelona, en Santander. Por eso el juego racinguista, que en las primeras partes se mantenía sólido, se hundía tras el descanso para caer batido una y otra vez.

La segunda vuelta

Pero en la segunda vuelta llegaría el estado de gracia de Amós que se culminó el 9 de junio de 1929, cuando el conjunto santanderino recibió en los Campos de Sport a la Real Sociedad de los ocho goles. El conjunto donostiarra mantenía la garra que el año anterior había demostrado en El Sardinero, en la triple final de la Copa del Rey que le había enfrentado al F. C. Barcelona, así que las apuestas se inundaron a favor de los vascos que comenzaron marcando a los 15 minutos gracias a un disparo de Mariscal. Los hombres de O’Connell no se desmoralizaron y muy pronto lograron el empate por un penalti lanzado por Amós. Cuando faltaban dos minutos para que acabara la primera parte, Larrínaga lanzó en profundidad un pase hacia Amós, y éste, sobre la marcha, empalmó un disparo cruzado imparable hacia la portería adversaria. En la segunda parte, la codicia del Racing no se apagó. Gómez-Acebo remató de cabeza un pase de Julio Torón para marcar el tercero y poco después, los racinguistas marcaron otros tres tantos en ocho minutos, dos de ellos obra de Gómez-Acebo y el otro de Loredo.

El artículo en 'El Cantábrico'

El Racing devolvió la goleada a los guipuzcoanos con un Amós de velocidad de vértigo, pases medidos y una armonía que deslumbraría al periodista Víctor de la Serna, que en ‘El Cantábrico’ dejó escrito un artículo titulado “La gracia en el oficio”:

“…En esa nadería de correr tras una pelota, o correr con una antorcha, un hombre y otro hombre se diferencian. Uno puede hacer una cosa lamentable y triste, en que la humana arquitectura se ‘degringole’ en un gesto feo y desapacible; en un gesto bárbaro o en una silueta rota. El otro hombre puede hacer una bella cosa; puede, sencillamente, echarle gracia al oficio, dotarle de esa cosa tan maravillosa que también se conoce con una palabra griega: estilo…/… Si cada jugador de fútbol le echara al oficio la cantidad de gracia, la calidad de estilo que Amós de la Torriente le echó anteayer al suyo, el juego inglés se habría convertido en una cosa graciosa y bella, digna del himno, del relieve y del friso”.

La ley de las gradas es tan sencilla como inflexible. Los sonoros desahogos de pitos y abucheos pueden transformarse en aclamaciones de admiración simplemente con “echarle gracia a la vida, al oficio, al lenguaje, a los movimientos…”, como hizo aquel día Amós de la Torriente y como podemos hacer todos en cada una de las actividades que emprendamos.
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