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domingo, 25 de marzo de 2018

El secreto de la locomotora humana


Su rostro refleja la máxima expresión del sufrimiento de un fondista. La fatiga, dominada por su cuerpo atormentado, se conmueve en constantes espasmos mientras lucha, zancada a zancada, contra su inquebrantable voluntad. Sus brazos, con vocación de alas, elevan los codos para proporcionarle un estilo único, aunque poco ortodoxo. Tanto esfuerzo no puede concentrarse en una sola carrera. Su secreto comenzaría a dejar de serlo en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948.


Una emocionante carrera

En el estadio de Wembley, la final olímpica de los 5.000 metros lisos ha entrado en su último kilómetro. Uno de los cuatro corredores que van en cabeza, el belga Reiff, ha cambiado el ritmo, dejando descolgados, por este orden, al holandés Slykhuis, al checo Zatopek y al sueco Ahiden. Cuando la campana advierte de la última vuelta, Zatopek, que parecía hundido, comienza su sorprendente aceleración. Rebasa a Slykhuis y se lanza como un poseso a la caza del belga. Ante el inesperado y brutal tirón de Zatopek, el público se ha levantado emocionado de sus asientos, aunque pronto comprende que el esfuerzo del checo será en vano. Son unos 60 metros de ventaja los que Reiff lleva a su entusiasta seguidor cuando faltan 300 metros para la meta. Zatopek, que ha continuado reduciendo la distancia, da otro sorprendente cambio de ritmo cuando le faltan 200 metros. Su velocidad contrasta con la lentitud con la que el belga hace los últimos 100 metros. Gesticulando como si estuviera sufriendo la peor tortura, Zatopek intenta recuperar 50 metros en 150. Las 80.000 personas que llenan el estadio, aclaman aquel vigoroso ataque final: “¡Za-to-pek, Za-to-pek!..”. Las voces parecen frenar el esfuerzo del belga que se desespera al escuchar las pisadas y la cercana respiración de su rival, como si tuviera detrás una locomotora a punto de engullirle. En el último segundo, acaso por la misteriosa fuerza que surge en los momentos de pánico, Reiff ha logrado lanzarse sobre el hilo para proclamarse ganador, entre los delirantes gritos de un público que ha estado a punto de presenciar lo imposible. Porque Emile Zatopek estuvo aquel día a dos décimas de segundo de convertir lo imposible en realidad.


El entrenamiento fraccionado

Emil Zatopek (Koprivnice, 1922-2000), aprendiz en una fábrica de zapatillas, tenía un secreto, porque tanto esfuerzo no podía concentrarse en una sola carrera, así que decidió fragmentarlo. Fue el primero que desarrolló el entrenamiento fraccionado, o ‘interval training’, con sesiones donde, por ejemplo, corría 5 series de 200 y 25 series de 400, a un ochenta por ciento de la máxima intensidad, recuperándose con un paso ligero o trote que endurecía con más series y menos tiempo de recuperación.


Cuatro medallas de oro olímpicas

Con este sistema de entrenamiento que poco después asumiría la mayor parte de los atletas, Zatopek acabaría con la hegemonía de los “finlandeses voladores” en las carreras de fondo. Fue cuatro veces campeón olímpico. Ganó en los 10.000 metros en Londres (1948), y en los 5.000, 10.000 y maratón en Helsinki (1952), la patria de tantos grandes fondistas a los que relegó a un segundo plano. En Helsinki compartió las mieles del triunfo con su esposa, Dana Zatopkova, que logró el oro en el lanzamiento de jabalina. También fue tres veces campeón de Europa, en 5.000 y 10.000 metros en 1950, y en 10.000 en 1954. Nadie pudo ganarle en los 5.000 entre octubre de 1948 y junio de 1952. También fue invencible en los 10.000 metros desde mayo de 1948 hasta julio de 1954, haciendo 38 carreras consecutivas en primer lugar. Estableció 13 mejores marcas mundiales en distancias métricas y 5 en medidas inglesas entre 1949 y 1955 y fue el primer hombre en correr más de 20 kilómetros en una hora (20.052 metros). El Cross Internacional de Lasarte de 1958 puso fin a su trayectoria deportiva, donde obtuvo 261 victorias en las 334 carreras que disputó.


El sufrimiento de un fondista

El recuerdo de su rostro sigue reflejando la máxima expresión del sufrimiento de un fondista, incluso cuando después de ser un héroe nacional en Checoslovaquia, fue marginado por el régimen comunista al apoyar la Primavera de Praga en 1968. Su fatiga, su cuerpo atormentado, sus espasmos, su inquebrantable voluntad, sus brazos con vocación de alas, su estilo único y, sobre todo, el secreto de fraccionar su enorme esfuerzo para multiplicar las recuperaciones de sus latidos, le convirtieron en el mejor fondista de la época, tan imparable como una auténtica locomotora humana.

sábado, 10 de marzo de 2018

Las saetas de Cuca

Cuca
No era marzo, que era abril. Así que los cánticos petitorios de los marceros ya se habían diluido entre los partidos que el Racing había disputado con cánticos de victorias. En marzo, el Racing había ganado al Barcelona en su campo de Les Corts (2-3), había derrotado al Madrid en los Campos de Sport (4-3) y acababa de salir victorioso del siempre emocionante encuentro contra el Athletic Club, en Santander (2-1). ¿Qué más se podía pedir a los jugadores del Racing? Es verdad que desde 1936 (fecha en cuestión) han pasado muchos años y el ánimo de los futbolistas de entonces estaba radiante, adherido a la excelente crítica que los periodistas hacían de su juego. Así que no me resisto a la tentación de contar la historia de las saetas de Cuca (Ricardo García) y los poetas racinguistas que mi amigo Fernando Vierna me ha rescatado de la hemeroteca. 

Reunión de poetas y futbolistas

Todo ocurrió en el bar Suizo, en Santander, propiedad de Manolo Ibarra, uno de los emblemáticos jugadores del club. Allí se reunía la flor y nata del racinguismo, pero también lo más selecto del periodismo deportivo y de los hombres de letras, algo que sin duda tenía mucho que ver con que José María de Cossío fuera presidente del Racing. Aquel día, según el cronista Sollerius (Luis Soler) que jocosamente nos cuenta la velada, los jugadores del Racing estaban entusiasmados invitando a chatos a varios poetas que acompañaban a Cossío, entre los que se mencionan (agárrense) a Gerardo Diego, Jesús Cancio y Pío Muriedas. La cuestión es que, como el próximo partido del Racing era en Sevilla, contra el Betis, la conversación se disfrazó de semana santa y de saetas, y de repente surgió el nombre de Cuca, el veloz extremo racinguista que, aunque natural de Sama de Langreo, era el más “flamenco” de todos. Fue cuando sonó la voz de José María de Cossío: “Pues si hay ‘cantaor’ y aquí hay varios poetas, -dijo- se hacen unas saetas y a cantarlas en Sevilla”.

Jesús Cancio y la primera saeta

Sigo el relato textual de Sollerius que señala que “Jesús Cancio, que era el que estaba más sereno, se fue a un rincón, tiró de estilográfica, y a poco, le entregaba unas cuartillas a Cuca. Éste pidió dos chatos, los tomó y, después de driblar a Paco González (entrenador), que estaba a su lado, cantó: En el patio de Caifás/ se oyen oles y falsetas./ Seguramente que es Chas,/ que se arranca por saetas./ Escucha un poco y verás”. La mención a Chas, el delantero centro del equipo, la interpretación de Cuca y la letra de Cancio, levantaron en el bar una sonora ovación que calentó el ambiente. Se animó Milucho, “quien desabrochándose el cuello, y después de escupir de costado, cantó con voz emocionada: Mucho más que por la pena/ de ver a su hijo en la cruz,/ llorará La Macarena/ al ver la media docena/ de goles del Racing Club”. 

El intento de Chas

Incluso se dice que el propio Chas, en un arrebato de osadía, intentó levantarse para cantar también, “pero se vio acosado por los defensas Ilardia y Ceballos y desistió de hacerlo”. Así que fue de nuevo Cuca el que se lanzó para deleitar la atención de los presentes: “Dicen que Poncio Pilatos/ le dijo al señor Cossío:/ Yo esperaba cuatro gatos,/ y te traes once jabatos/ de padre y muy señor mío”. Y para finalizar el veterano Pepe Beraza gritó “¡La última!”, y Cuca, recurriendo de nuevo al buen improvisar de Jesús Cancio, volvió a romper el aire con su voz: “¡Ay Nazareno bendito,/ Jesús el del Gran Poder:/ por su dolor infinito,/ que el Racing de Santander/ dé el ‘pal’ pelo al ‘Oselito’”. 

Las previsiones

Sollerius acabó su graciosa crónica del bar Suizo sentenciando: “Si después de tantas saetas el Racing no gana en Sevilla, ¡ojalá le gane el Hércules!”. Y como suele suceder, no acertó ni una. El Racing perdió en Sevilla por tres a uno y luego, en la siguiente jornada, ganó al Hércules por cuatro a dos. Fue el último partido liguero de los cántabros en los Campos de Sport antes de la guerra civil. Más motivos para seguir cantando saetas.

jueves, 1 de marzo de 2018

Kubala, un refugiado del Hungaria


Llegó a Santander a finales de junio de 1950. El Hungaria, un equipo huérfano, sin campo ni socios; un equipo nómada, sin rumbo y sin partidos oficiales, se había convertido en un refugio de libertad para unos futbolistas huidos del telón de acero. Cuando pisaron los Campos de Sport para mostrar su enorme talento y calidad, un jugador racinguista, Jorge Nemes, les recibió emocionado y comenzó a abrazarlos. Eran sus compatriotas, entre ellos Ladislao Kubala, quien se instalaría en España para convertirse en uno de los jugadores más sobresalientes de la época.

Una humilde familia

Ladislao Kubala Stecz nació en Budapest en 1927 en el seno de una humilde familia eslovaca. Su padre, Pablo, era albañil y había sido futbolista profesional, mientras su madre, Ana, trabajaba en una fábrica de cartón. Comenzó a jugar en el Ganz y con 17 años le fichó el Ferencvaros. Con esa temprana edad debutó en la selección nacional húngara. Luego marchó a Checoslovaquia a jugar con el Bratislava, dándose el caso de que llegó a ser internacional de nuevo, pero en la selección nacional checoslovaca. Poco después regresó a Hungría a jugar en el Vasas de Budapest. Kubala, como muchos otros futbolistas oprimidos por la dictadura soviética, no podía fichar por equipos occidentales para abrirse camino en su profesión. Prisionero en los campeonatos del comunismo, la obligatoriedad del servicio militar fue el motivo que le impulsó a tomar la decisión que marcaría su destino.

Con el disfraz de soldado ruso

Jugándose la vida, huyó a Austria en un camión con matrícula falsa, disfrazado de soldado ruso. De allí pasó a Italia, donde estuvo a punto de fichar por el Torino, pero finalmente lo hizo en el Pro Patria, librándose así de la muerte, ya que a última hora no viajó en el avión que regresaba de Lisboa y que se estrelló en Superga, acabando con la vida de todos los futbolistas del “Torino Grande”. Aunque en Italia gozaba de libertad como refugiado político, la FIFA les impuso el castigo de un año sin poder jugar partidos oficiales ante la denuncia de la Federación húngara. Fue cuando hablando con su cuñado y mentor, Fernando Daucik, entonces entrenador de fútbol, ambos encontraron la fórmula para poder jugar partidos en Europa Occidental sin romper la disciplina de la FIFA, creando un equipo de exiliados que se llamó Hungaria, término latino de su país de origen que también daba nombre a un poema sinfónico de Franz List. Era el verano de 1949.

La gira del Hungaria

La gira por España del Hungaria, tras recorrer Madrid y La Coruña, se detuvo en los Campos de Sport el 29 de junio de 1950. El equipo racinguista, el famoso que logró el regreso a Primera, celebraba con este partido el cierre final de su brillante temporada. Antes del encuentro, el capitán racinguista, Felipe, recibiría de los federativos la Copa de Campeón de Segunda División.  El primer tiempo terminó con la victoria local por dos a cero, tantos marcados por Mariano y Alsúa. En la segunda parte, los húngaros acortaron distancias con un gol de Tuberky, pero Pin marcó el tercero a pase de Alsúa. Echeveste, a pase de Madrazo, marcaría el cuarto tanto racinguista. Finalmente, el joven Ladislao Kubala anotaría el segundo gol húngaro, estableciendo el definitivo cuatro a dos.

Rumbo a Barcelona

Pocos días después, Kubala partiría hacia Barcelona para jugar contra el R. C. D. Español. El secretario técnico del C. F. Barcelona, José Samitier, no le dejaría marcharse a ningún otro lugar, y allí se quedaron sus grandes condiciones físicas, sus desmarques, sus prodigiosos regates, su gran dominio de la pelota y sus eficaces tiros a gol. Y con este club conseguiría cuatro títulos de Liga, cinco de Copa y dos Copas de Feria, marcando una época en el club catalán.

El Hungaria, un equipo huérfano, sin campo ni socios; un equipo nómada, sin rumbo y sin partidos oficiales, tenía el mayor patrimonio del mundo, sus futbolistas huidos del telón de acero y amantes de la libertad. Entre ellos, Ladislao Kubala. Dicen que junto al madridista Alfredo Di Stéfano, obligaron a sus respectivos clubes a construir o ampliar sus estadios para dar cabida a tanta gente que quería verlos jugar. Los dos marcarían una etapa brillante del fútbol español.