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domingo, 21 de julio de 2019

Las dentelladas de 'Torito' Zuviría

No era capricho ni casualidad el apodo que le puso su compañero Toye cuando ambos jugaban en el Club Atlético Unión de Santa Fe. Porque bajaba la cabeza para empujar la jugada, corría frenético tras el balón como bestia tras el capote encarnado y si alguien se cruzaba en su camino con un ligero contacto, el apodo se convertía en superlativo para levantar por el aire a cualquier rival que se hubiera atrevido a ponerse por delante. Así eran las embestidas de Rafael Dalmacio ‘Torito’ Zuviría, uno de los fichajes argentinos del Racing tras derogarse la prohibición de contratar extranjeros en el fútbol español en 1973. No parecía demasiado técnico, pero el caso es que sus internadas por la banda izquierda eran letales para los rivales. A trancas y barrancas, con más rebotes que toques distinguidos de conducción y con constantes resoplidos de tesón, Zuviría llegaba y centraba para que en la mayor parte de las ocasiones la cabeza de Aitor Aguirre rematara aquel fruto del esfuerzo que tanto valoraría la afición racinguista. 

Desde el río Paraná

Zuviría nació el 10 de enero de 1951 en Santa Fe, ciudad bordeada por el río Paraná. De una familia humilde con ocho hijos, el joven Rafael comenzó a jugar en un equipo de barrio llamado San Cristóbal, donde se desenvolvía como delantero centro hasta que se incorporó a las secciones inferiores del Unión de Santa Fe, donde permaneció jugando de extremo izquierdo hasta 1970, debutando en Primera División. Luego se incorporó al Sportivo Belgrano (1970-71) y Argentino Juniors (1972-73), equipo desde el que pasaría a España para fichar por el Racing. Zuviría debutaría con el conjunto cántabro, a las órdenes de Maguregui, el 2 de septiembre de 1973 durante el partido contra el Zaragoza que se disputó en los Campos de Sport.

Sus dientes

Quizás debido a su bravura, el extremo argentino había llegado a España sin buena parte de sus dientes, así que llevaba dentadura postiza que uno de sus compañeros en el Racing, Manuel Chinchón, recuerda “de caballo” por el tamaño que tenía, y que tiempo después cambiaría por otra más moderna. Su integración con los compañeros sería plena, y aunque algunas veces en los desplazamientos y concentraciones se vivían momentos de cierto aislamiento, Zuviría supo muy bien imponerse con una gracia especial no exenta de contundente convicción. Algunos de sus compañeros me contaron una anécdota que repetiría en algunas ocasiones. En las comidas, la avidez con la que los futbolistas devoraban las ensaladas y otros alimentos servidos en fuentes, provocaba que alguno de ellos se quedara sin probar bocado. En esas circunstancias, y para evitar el ayuno impuesto por el barullo, el argentino se quitaba su dentadura postiza y la colocaba en el recipiente para advertir que aquello ya tenía estómago propietario. 

Del Racing, al Barcelona

Zuviría estuvo jugando en Primera tres de las cuatro temporadas en las que vistió la camiseta del Racing, jugando 132 encuentros y anotando 33 goles. Consiguió el ascenso en 1975 y experimentó un notable progreso deportivo, hasta el punto de convertirse en el máximo goleador del equipo en su última temporada, la de 1976-77, superando al ariete Aitor Aguirre. Aquello le abriría las puertas para fichar por el Barcelona (1977-82), donde obtendría su madurez futbolística jugando de lateral derecho. En su primera temporada en Barcelona conquistó la Copa del Rey (1978) y más tarde la Recopa de Europa (1979). Zuviría sería decisivo con un gol en el partido de vuelta ante el Anderlecht que supuso la prórroga y más tarde el pase de los catalanes en la tanda de penaltis. También logró la Recopa de Europa y la Copa del Rey en 1982. Terminada su etapa con los azulgranas pasaría al Mallorca (1982-84), con los que ascendería a Primera en 1983, regresando a su país de origen para jugar en el Defensores de Belgrano (1985-87) y el modesto La Emilia de San Jorge (1987-88). 

Zuviría dejó un muy grato recuerdo en la afición racinguista y también entre sus compañeros que nunca más le dejaron sin probar las ensaladas. Nadie como él supo marcar territorio y conquistar espacios a dentelladas, en el campo de juego y fuera de él.

miércoles, 3 de julio de 2019

El conde de Villalobos, el primer gimnasta español


En el picadero de aquella antigua escuela de equitación, convertida en pista circense, aquel joven rodeado de un público expectante se mueve con la gracia de la perfección. Ha subido a una mesa donde se encuentra una silla de cuatro patas que descansa frágil y vulnerable sobre tres botellas de vidrio. Con una minuciosidad científica, ha subido a la silla y luego ha conseguido sostenerse de pie sobre el delgado filo superior del respaldo. Su ejercicio es un reto a la gravedad que asume con cierta arrogancia, metiendo las manos en los bolsillos y doblando ligeramente una de las rodillas como desdeñando su proeza. Parece un gesto surgido de un temperamento especial. Y así es. El funambulista es nada menos que un noble, don Francisco Aguilera Becerril (Madrid, 1817-1867), conde de Villalobos, que ha roto las convencionales normas de su clase social para abrir un nuevo camino de la gimnasia en España. Cuando termina su actuación recibe los aplausos de una de las primeras exhibiciones del Instituto de Gimnástica, Equitación y Esgrima de Madrid, el primer gimnasio de la capital que el mismo Aguilera impulsó en 1841 con otros socios. Pero en realidad esas exhibiciones sólo son un señuelo para una empresa mucho más ambiciosa. 

Un libro que hace justicia

Recuperar el protagonismo de personajes injustamente olvidados, rescatando sus logros y elevándolos al exacto nivel de sus méritos es una de las satisfacciones que pueden disfrutar los profesores del INEF de Madrid, Ángel Mayoral González y Manuel Hernández Vázquez gracias a su trabajo sobre Francisco Aguilera condensado en el libro ‘El conde Villalobos. Los orígenes de la gimnasia en España’ (2018), descubriéndole como figura clave de la historia de la educación física en España. 

Aguilera, un joven dotado de habilidades físicas y de un gran espíritu de superación, escandalizó a la nobleza cuando quería dedicarse al toreo, aunque finalmente practicaría el funambulismo como único medio en su época para introducirse en el campo de la gimnasia. 

Con un profundo sentido patriótico, la vida de Francisco Aguilera se convirtió en un constante empeño por concienciar a la sociedad de los beneficios de la gimnasia. Tuvo estrechos contactos con Francisco Amorós, el creador de la escuela gimnástica francesa, aunque siempre manteniendo la independencia de sus propios criterios. Estudiaría diversas disciplinas como autodidacta e inventaría su propio método basado en la observación, experimentación y un profundo estudio de la anatomía. 

Pionero de la educación física en España

Fue el primero que propuso la creación de una escuela para formar profesores de educación física (1844) y fue asesor, promotor y creador de varios gimnasios públicos y privados. Siendo concejal del Ayuntamiento de Madrid (1850-1865) promovió los gimnasios municipales e incluso diseñó treinta y tres aparatos gimnásticos. 

En 1863 recibió el encargo de la planificación y la gestión de los gimnasios reales en Aranjuez, La Granja y Madrid para la instrucción de los hijos de Isabel II y Francisco de Asís, el Príncipe de Asturias, el futuro Alfonso XII, y la Infanta Isabel, para lo que redactó un programa de instrucción gimnástica con una descripción de ejercicios y orientaciones metodológicas. 

Inventor de aparatos gimnásticos

Algunos aparatos gimnásticos de su invención fueron presentados en el pabellón español de la IV Exposición Universal de París de 1867. Acaso entregado con demasiada intensidad a las gestiones de aquella exposición, la salud de Aguilera no pudo resistir el derroche de tanta energía y tesón por difundir los beneficios de la gimnasia y moriría en su casa de Madrid el 1 de julio de ese año de “congestión cerebral”, sin haber podido recoger la medalla de bronce que la organización de la Expo le concedería. 

Mayoral y Hernández Vázquez señalan en su obra sobre Aguilera que “de esa entrega inefable en pro del establecimiento y desarrollo de la gimnasia en la sociedad española no se encuentra réplica, ni antes ni después, en la historiografía de la actividad física voluntaria”, acaso porque su generosa dedicación, igual que sus ejercicios de equilibrio sobre el respaldo de las sillas, también fueron un reto a la ley de la gravedad social de una época que nos ayudó a superar por medio de la educación física.