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miércoles, 3 de julio de 2019

El conde de Villalobos, el primer gimnasta español


En el picadero de aquella antigua escuela de equitación, convertida en pista circense, aquel joven rodeado de un público expectante se mueve con la gracia de la perfección. Ha subido a una mesa donde se encuentra una silla de cuatro patas que descansa frágil y vulnerable sobre tres botellas de vidrio. Con una minuciosidad científica, ha subido a la silla y luego ha conseguido sostenerse de pie sobre el delgado filo superior del respaldo. Su ejercicio es un reto a la gravedad que asume con cierta arrogancia, metiendo las manos en los bolsillos y doblando ligeramente una de las rodillas como desdeñando su proeza. Parece un gesto surgido de un temperamento especial. Y así es. El funambulista es nada menos que un noble, don Francisco Aguilera Becerril (Madrid, 1817-1867), conde de Villalobos, que ha roto las convencionales normas de su clase social para abrir un nuevo camino de la gimnasia en España. Cuando termina su actuación recibe los aplausos de una de las primeras exhibiciones del Instituto de Gimnástica, Equitación y Esgrima de Madrid, el primer gimnasio de la capital que el mismo Aguilera impulsó en 1841 con otros socios. Pero en realidad esas exhibiciones sólo son un señuelo para una empresa mucho más ambiciosa. 

Un libro que hace justicia

Recuperar el protagonismo de personajes injustamente olvidados, rescatando sus logros y elevándolos al exacto nivel de sus méritos es una de las satisfacciones que pueden disfrutar los profesores del INEF de Madrid, Ángel Mayoral González y Manuel Hernández Vázquez gracias a su trabajo sobre Francisco Aguilera condensado en el libro ‘El conde Villalobos. Los orígenes de la gimnasia en España’ (2018), descubriéndole como figura clave de la historia de la educación física en España. 

Aguilera, un joven dotado de habilidades físicas y de un gran espíritu de superación, escandalizó a la nobleza cuando quería dedicarse al toreo, aunque finalmente practicaría el funambulismo como único medio en su época para introducirse en el campo de la gimnasia. 

Con un profundo sentido patriótico, la vida de Francisco Aguilera se convirtió en un constante empeño por concienciar a la sociedad de los beneficios de la gimnasia. Tuvo estrechos contactos con Francisco Amorós, el creador de la escuela gimnástica francesa, aunque siempre manteniendo la independencia de sus propios criterios. Estudiaría diversas disciplinas como autodidacta e inventaría su propio método basado en la observación, experimentación y un profundo estudio de la anatomía. 

Pionero de la educación física en España

Fue el primero que propuso la creación de una escuela para formar profesores de educación física (1844) y fue asesor, promotor y creador de varios gimnasios públicos y privados. Siendo concejal del Ayuntamiento de Madrid (1850-1865) promovió los gimnasios municipales e incluso diseñó treinta y tres aparatos gimnásticos. 

En 1863 recibió el encargo de la planificación y la gestión de los gimnasios reales en Aranjuez, La Granja y Madrid para la instrucción de los hijos de Isabel II y Francisco de Asís, el Príncipe de Asturias, el futuro Alfonso XII, y la Infanta Isabel, para lo que redactó un programa de instrucción gimnástica con una descripción de ejercicios y orientaciones metodológicas. 

Inventor de aparatos gimnásticos

Algunos aparatos gimnásticos de su invención fueron presentados en el pabellón español de la IV Exposición Universal de París de 1867. Acaso entregado con demasiada intensidad a las gestiones de aquella exposición, la salud de Aguilera no pudo resistir el derroche de tanta energía y tesón por difundir los beneficios de la gimnasia y moriría en su casa de Madrid el 1 de julio de ese año de “congestión cerebral”, sin haber podido recoger la medalla de bronce que la organización de la Expo le concedería. 

Mayoral y Hernández Vázquez señalan en su obra sobre Aguilera que “de esa entrega inefable en pro del establecimiento y desarrollo de la gimnasia en la sociedad española no se encuentra réplica, ni antes ni después, en la historiografía de la actividad física voluntaria”, acaso porque su generosa dedicación, igual que sus ejercicios de equilibrio sobre el respaldo de las sillas, también fueron un reto a la ley de la gravedad social de una época que nos ayudó a superar por medio de la educación física.

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