Nacer y morir no son verbos de una única vez. Bien lo saben aquéllos sobre los que soplaron vientos de guerra. Patrick O’Connell vistió uniforme en la I Guerra Mundial, sufrió la locura de la independencia de Irlanda y sepultó su etapa de jugador de fútbol embarcando hacia el sur. Durante la navegación sentía cómo en las islas se quedaba el glorioso partido de los nueve hombres y medio, el escándalo del amaño contra el Liverpool, la denuncia de sus compañeros del Manchester United… y cuando desde el barco, la línea del horizonte comenzó a perfilar la costa del norte de España, sabía que allí nacería un hombre nuevo. Tenía entonces 34 años.
Llegada a Santander
O’Connell llegó a Santander el 10 de noviembre de 1922, cuando el Racing también se preparaba para afrontar una nueva etapa. El fútbol cántabro había tomado la decisión de independizarse del egocentrismo excluyente del vizcaíno, poniendo en marcha su primer campeonato donde, además del Racing, participaría su equipo filial, el New Racing. Como anteriormente había hecho Mr. Pentland, O’Connell puso sus ojos en los más jóvenes y se entusiasmó con ellos. Comprendía que eran el futuro del club y comenzó a diseñar ese futuro en los entrenamientos. Dirigía al Racing y al New Racing con un tacto exquisito. Trataba de evitar el agotamiento y la exigencia, sabiendo que ninguno de los jugadores era profesional. Aún joven, enseñaba con el ejemplo y deslumbraba con sus carreras, con su técnica, y con su disparo. Incluso la directiva quiso incorporarle al club como jugador, pero en España aún se mantenía la prohibición de que jugaran extranjeros, aunque actuó en varios partidos amistosos. Quería que se jugara al primer toque, que se erradicaran los individualismos en el recorrido de la pelota y que cada uno de los futbolistas se mentalizara en la acción colectiva del equipo. Y su trabajo fue dando resultados. Consiguió que el Racing ganara aquella fase clasificatoria para crear la Primera División, dirigiendo al equipo en el primer campeonato de la Liga española. Fueron los grandes logros deportivos del Racing.
Toros con José María de Cossío
Los siete años que pasó en Santander enriquecieron su vida personal. Se empapó de la idiosincrasia española. Disfrutó de la buena mesa, de los excelentes vinos, de la amistad con los jugadores. Entabló amistad con José María de Cossío, entonces directivo del Racing, de quien se contagió de la afición a los toros, asistiendo a las corridas, e incluso, vestido con chaqueta corta, participando en varias capeas. Pero sobre todas las cosas, su vida se enriqueció recuperando el amor. Se enamoró de una muchacha irlandesa y católica, Ellen, institutriz que la Reina Victoria tenía para atender al príncipe y a los infantes en el Palacio de la Magdalena.
El éxito sevillano
Tras su éxito en el Racing, fichó por el Real Oviedo y en 1932 viajó a Sevilla, otra de las ciudades que siempre llevaría en su corazón, donde escribió con grandes letras el nombre del Betis en la historia del fútbol español, porque en un partido memorable disputado en Santander contra el Racing, los sevillanos conquistarían el campeonato de Liga. Aquel éxito fue el más importante que obtuvo en España y el que le lanzaría para entrenar al F. C. Barcelona. Fue cuando la locura de la guerra del 36 volvió a interrumpir su progresión. Había sobrevivido a otras guerras, ¿por qué no a ésta? Viajó a México y a Nueva York con su nuevo equipo para jugar varios partidos amistosos, y cuando regresaron a España, sólo volvieron Calvet, Mur, Amorós y O’Connell. Y el irlandés aguantó en Barcelona a pesar de los bombardeos que también destrozaron la sede del club. Cuando vino la paz, O’Connell volvió a Sevilla, con su Betis, prolongando los días felices y ascendiendo a este equipo a Primera División. Luego fichó por el Sevilla C. F., consiguiendo el subcampeonato de Liga en la temporada 1942-43.
Los tiempos del infierno comenzaron a arder cuando de nuevo regresó al Betis, porque en la temporada 1946-47, O’Connell sufrió la vergüenza de llevar a los sevillanos a Tercera División. En esa misma temporada también descendería el Racing, y el técnico irlandés compensó de alguna manera su pérdida de prestigio volviendo a entrenar al conjunto montañés. Fue un acierto porque los cántabros subieron a Segunda División.
La llegada de su hijo Daniel
Y regresó a Sevilla, donde fijó su residencia, y allí le visitó un día la personificación del pasado que siempre quiso olvidar. En Irlanda había dejado a su primera mujer, con la que había tenido cuatro hijos: Patrick, Nancy, Ellen y Daniel. Nunca había faltado el envío de dinero para sostener a su secreta familia irlandesa, pero el pequeño de sus hijos, Daniel, averiguó el paradero de su padre y se presentó en la ciudad andaluza. Sólo quería conocerle. La cita fue en el Parque de María Luisa y O’Connell fue frío como el hielo. Miró a su hijo con indiferencia y sus primeras palabras fueron para que le contara noticias del Manchester United. Luego le presentó en sociedad como si fuera su sobrino.
Nacer y morir no son verbos de una única vez. Bien lo saben aquéllos sobre los que soplaron vientos de guerra. Patrick O’Connell sepultó su etapa de entrenador y puso rumbo al norte, a Inglaterra. Vivió sus últimos años en casa de uno de sus hermanos, donde murió el 27 de febrero de 1959, en Saint Pancras, al norte de Londres.
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