Bailan enfrentados, con los puños enguantados cerca de sus caras. La música es el murmullo del público, con gritos de crítica o exaltación que salpican el ambiente cargado de humo de tabaco. El réferi revolotea cerca con pequeños saltos, como si quisiera participar en el baile. Unas veces se aparta con agilidad felina y otras se implica decidido a advertir o a separar a los púgiles. Los brazos se disparan como proyectiles hacia los rostros, mientras los cuerpos se balancean violentamente para evitar los golpes. Es difícil que alguno de ellos supere la defensa y el constante movimiento y llegue plenamente cargado hasta el rival. Es difícil, pero aquel día ocurrió. Pepe Ungidos no pudo esquivarlo.
Peleón en la escuela
José Ungidos Durán nació en la localidad cántabra de Torrelavega el primer día de diciembre de 1934. Era el sexto de los ocho hijos que tuvieron Virgilio y Consuelo, y de su niñez sabemos dos cosas que serían determinantes para su futuro. La primera es que no le gustaba la escuela y, acaso por ello, sabemos la segunda, que es que se peleaba a menudo con sus compañeros para desahogar un carácter inquieto y travieso.
Su primer empleo fue en la construcción, donde entabló amistad con Paquito García, un joven que practicaba el boxeo. Así que de vez en cuando Ungidos iba a verle pelear hasta que en una de las veladas faltó un púgil y su amigo le animó a que le sustituyera. Fue la primera vez que se subió a un ring. El combate fue nulo, pero aquella experiencia le abriría el apetito para continuar en este deporte.
Boxear no le resultó fácil. Su familia no quería que lo practicara y Ungidos tuvo que sortear los impedimentos que le puso su madre encerrándole en la habitación a partir de las siete de la tarde. Con ayuda de su hermano Eleuterio, que también boxeaba, se escapaba por la ventana con una cuerda para ir al gimnasio.
La carrera de Pepe Ungidos dio un gran paso cuando en 1957 acudió al Campeonato de España de Aficionados en Madrid y se alzó con el título de los pesos súper ligeros tras derrotar en la final en la plaza de Las Ventas al madrileño Martín. Su prestigio y su experiencia fueron aumentando y tras una estancia en las Palmas, se dio cuenta de que no tenía rivales en el campo amateur.
Su estancia en París
Su progreso deportivo maduraría con un viaje a París donde tomó contacto con púgiles de mayor categoría y prestigio internacional. En realidad, su labor era de ‘sparring’, manera de adquirir sensaciones moviéndose entre grandes campeones como Félix Chiocca, que había sido campeón de Europa. Pero el púgil que más le impresionó fue el norteamericano Davey S. Moore, que había participado en los Juegos Olímpicos de Helksinki (1952) y como profesional era uno de los favoritos para ser aspirante al campeonato del mundo del Peso Pluma. Nunca olvidó los golpes con aquel púgil.
El salto al profesionalismo
Aquella experiencia fue un tesoro para su salto al profesionalismo. A pesar de su escasa estatura, Ungidos tenía una compensada complexión física y una gama de golpes difíciles de contener, además de una pulida técnica y una planificada estrategia en sus combates. Quienes le vieron pelear recuerdan sus actuaciones llenas de entrega total y de una audacia y valentía que levantaban al público de los asientos.
En octubre de 1959, unos meses después de que Davey S. Moore ganara el título mundial del Peso Pluma, Ungidos se alzó con el título de campeón de España de los pesos welter frente a Ben Buker. Fue un combate que tuvo lugar en la plaza de toros de Santander y ante 15.000 personas, la mayor parte de Torrelavega. En aquel combate, Ungidos fue un huracán de golpes y derribó a su rival en un par de ocasiones, aunque ganaría a los puntos.
Su forma de boxear comenzó a tener fama por sus apretadas y emocionantes peleas que despertaban interés y expectación entre el público, entre ellas las que mantuvo con Luis Folledo, con el título de campeón de España en juego. Fueron dos combates donde el intercambio de golpes era constante desde el primer asalto.
Su victoria agridulce
Con ese estilo tan bravo y personal, Ungidos viviría en El Malecón de Torrelavega el momento más agridulce de su carrera deportiva. Fue el 11 de junio de 1961 ante un público entregado. Se enfrentaba a Manuel Correa poniendo en juego el título de campeón de España de los pesos medios. El intercambio de golpes de ambos fue muy intenso en los dos primeros asaltos. Los brazos se disparaban como proyectiles y los cuerpos se balanceaban violentamente para evitar los golpes. Era difícil que alguno de ellos superara la defensa y el constante movimiento y llegara plenamente cargado hasta el rival. Pero en el segundo asalto, Correa conectó un golpe pleno y potente en el globo ocular derecho de Ungidos que pasó desapercibido, ya que Ungidos continuó buscando a su adversario derrochando su excelente preparación física. Pepe Ungidos ganó el combate y el título, pero la importancia de la lesión de su ojo se comprobaría posteriormente. El desprendimiento de retina le ocasionaría la pérdida de visión del ojo dañado, lo que provocaría su temprana retirada, en plenitud de forma, a los 26 años.
La muerte de Davey Moore
Dos años después, el 21 de marzo de 1963, Davey S. Moore saltó al ring contra Sugar Ramos para luchar por el título mundial del Peso Pluma. Ramos le golpeó haciéndole tambalear y le aporreó hasta que cayó, golpeándose la base del cuello con una de las cuerdas del cuadrilátero e hiriéndole en la nuca. El árbitro pararía el combate dando campeón a Ramos, pero Davey S. Moore cayó en coma cuando llegó al vestuario y murió horas después.
La canción de Bob Dylan
Ungidos conoció la fatal noticia cuando ya había perdido la visión de su ojo. Recordó los golpes de aquel boxeador en París y acaso escucharía la canción que Bob Dylan dedicó al desafortunado boxeador norteamericano titulada ‘Who killed Davey Moore’ (¿Quién mató a Davey Moore?). Nadie, o quizás todos, fuimos responsables de la muerte de Davey Moore y nadie, o quizás todos, fuimos responsables de cegar a Pepe Ungidos.
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