Laureano, gimnástico, marcado con el círculo en 1962
La dinámica del fútbol es tan básica como el secreto de la existencia. Todo es cuestión de crear y destruir. El delantero esboza ideas y ejecuta acciones generando espejismos que ocultan sus verdaderos propósitos. Es el creador. El defensa acosa las voluntades de sus rivales y las reduce a fracasadas intentonas. Es el destructor. Uno es un artista, el otro, una especie de bárbaro. Dicen que los futbolistas con talento tienen un don, y los destructores simplemente carecen de él. ¿Pero qué pasa cuando un creador utiliza su arte para destruir? ¿Es un ángel que se convierte en demonio?
Un ángel con el balón
Laureano Ruiz Quevedo (Escobedo de Villafufre, Cantabria, 1936), fue un ángel con el balón. Con excelentes condiciones técnicas, como futbolista tuvo una gran visión que facilitaba el orden táctico de sus compañeros. Jugó en el Unión Club (1951-52), Rayo Cantabria (1954-57 y 1957-58), Racing (1956-57 y 1958-59), Jaén (1959-60), Laredo (1960-61) y Gimnástica de Torrelavega (1961-65), pero fue como entrenador cuando más sobresalieron sus cualidades, algo hasta cierto punto lógico si tenemos en cuenta que, siendo jugador juvenil, ya dirigía a un equipo de barrio donde se encontraba Vicente Miera. Años después, como jugador del Rayo, fue el seleccionador juvenil y aficionado de Cantabria, y siendo jugador gimnástico, protagonizó una de las anécdotas más curiosas, porque entrenaba a dos clubes, el Rayo y El Sardinero, dándose la circunstancia de que ambos llegaron a la final del Torneo de Barrios de 1962 donde por decoro se ausentaría de ambos banquillos. Su carrera simultánea de jugador y entrenador continuó con la excepcionalidad de jugar en la Gimnástica y dirigir a los infantiles del Racing que conquistarían en 1965 el primer campeonato de España del club santanderino.
La revolución del rondo
Laureano fue un genio en la difícil tarea de inculcar a los jóvenes conceptos futbolísticos que no sólo marcarían el destino de extraordinarios futbolistas, sino que revolucionarían el fútbol español. Está considerado como el creador del estilo vistoso y eficaz que tanto ha caracterizado al Barcelona. Dicen por Cataluña que el fútbol de toques y pases constantes para mantener el balón encandiló a Johan Cruyff cuando éste era jugador del Barcelona y Laureano dirigía a los juveniles del conjunto catalán con los que conquistó el campeonato de España en seis ocasiones. Laureano empleaba un eficaz ejercicio con sus chavales para practicar aquel fútbol basado en el arte del desmarque y que se extendería rápidamente por toda España. Era el rondo, una práctica donde los futbolistas tienen que combinar entre ellos los pases mientras les acosan uno o dos jugadores que obligan a soltar con rapidez la pelota. Con Laureano se gestaría ese fútbol dinámico de toques y de posesión de balón que haría famoso al equipo catalán con la personificación de Johan Cruyff y luego con Guardiola, circunstancia que el mismo club azulgrana ha reconocido en diversos actos de homenaje que le han brindado en Barcelona.
Sistema para desquiciar
Pero Laureano, que llegó a dirigir al primer equipo del club catalán en la temporada 1975-76, teniendo entre sus jugadores a Johan Cruyff, también tuvo una época donde aplicó su talento a la destrucción endemoniada, y si inventó el rondo para jugar como los ángeles, también ideó el más odioso sistema para desquiciar la creatividad de los rivales: ‘el retroceso’.
Eran tiempos en los que Lauri jugaba en la Gimnástica de Torrelavega (1961-65), una etapa donde los torrelaveguenses solían jugar la fase de ascenso a Segunda División, algo que hicieron en 1962, 1964 y 1965. Tal y como explicó el mismo Laureano en una reunión de veteranos en 2008, la maniobra de ‘el retroceso’ consistía en que cuando el equipo jugaba fuera de casa y Laureano recibía el balón en campo contrario, sorprendía a todos conduciendo la pelota hacia su propia área y se paraba pisando el balón a esperar a los rivales. Cuando éstos, desconcertados, corrían hacia él, Laureano cedía el balón a su portero que lo recogía con las manos (aún no se había prohibido hacerlo). La jugada se prolongaba cuando el guardameta devolvía el balón a Laureano que repetía la operación. ‘El retroceso’ tenía sus variantes, como cuando la Gimnástica se enfrentó al Numancia en Soria. Después de la décima vez en que se practicó ‘el retroceso’, cuando casi todos los numantinos iban a atacar a Laureano, éste, en vez de ceder el balón al portero, lo adelantó a Fredo Alonso (Marquitos II) que estaba desmarcado, anotando el gol de un valioso empate.
Claro que ‘el retroceso’ también tenía sus inconvenientes, tal y como me lo contó uno de sus protagonistas, el guardameta y cómplice de la jugada, Gerardo Nárdiz, que defendía la portería gimnástica en un partido contra el Sestao en 1963. En la enésima vez que Nárdiz y Laureano se intercambiaron el balón, el público de Las Llanas, desquiciado, comenzó a amenazar al guardameta cántabro y la Guardia Civil tuvo que escoltarle el resto del encuentro que terminó como quería la Gimnástica, con empate a cero.
Entre el ensueño y el ‘retroceso’, Laureano nos recuerda que crear y destruir forman parte indisoluble del fútbol y de la propia existencia.