En los Salesianos de Zaragoza nadie imagina cuál es la meta del delantero centro del equipo de fútbol. Es un chaval interno con aires rurales que pone empeño en cada partido, corriendo de arriba abajo sin descanso. Dicen que viene de un valle recóndito de las montañas de Cantabria, donde cuidaba vacas, subía y bajaba agua y leña por las cabañas y cuatro veces al día trotaba por los más de tres kilómetros que separaban su casa de la escuela. Con la sangre paterna de la Vega de Pas y la materna de Sampedro, aquel chaval de 14 años decía con orgullo que era pasiego. Y aunque corría mucho, nadie pensaba que su origen le pudiera convertir en un gran futbolista. Tampoco hubo ocasión de demostrar lo contrario, porque en el camino de aquel hipotético destino de José Manuel Abascal (Alceda, 1958) se cruzó un profesor de Tecnología, D. Jenaro Bujeda, que como responsable del equipo de atletismo, andaba desesperado por el colegio buscando al último integrante del equipo para participar en un cross. “¿Cuántos metros dice que hay que correr?”, preguntaba aquel joven futbolista al que casi le da un patatús al oír la cifra de tres mil. No se creía capaz de aguantar tanto, pero aquel profesor daba la asignatura más hueso del curso y decir que sí podía ayudarle a aprobarla.
La primera carrera
Aquello de ‘veni, vidi, vici’ no fue exclusivo de Julio César. También José Manuel Abascal llegó, vio y venció. Calzando unas viejas botas de fútbol ganó la prueba. Pero fue en la siguiente carrera cuando José Manuel se enganchó al atletismo. Todo por un trofeo que despertaría su talento y su avidez de victorias. Y no desaprovechó las oportunidades. Fue elegido para una concentración en La Toja y más tarde la Federación Española de Atletismo le proporcionó una beca en la Residencia Blume de Barcelona. Allí se puso en manos del preparador, Gregorio Rojo, y comenzó su feliz trayectoria.
Primeros éxitos
Fue campeón de Europa junior de 3.000 metros (1977), campeón de España y primer español en correr los 1.500 por debajo de 3:40. En esta misma prueba logró la plata en el Campeonato de Europa de pista cubierta y el oro en el Europeo al aire libre (1982). Al año siguiente repitió plata en la pista cubierta, consiguió el bronce en los Juegos del Mediterráneo y el oro en el Campeonato Iberoamericano. Sin saberlo, él ya había experimentado el entrenamiento de altura por las montañas del Pas cuando era un niño, pero su entrenador comenzó a aplicarlo en su preparación para los Juegos de Moscú. Abascal aumentó su resistencia en entornos con poco oxígeno en altitudes de México y los Alpes suizos. Luego pasaría largos días concentrado en los Picos de Europa pensando en los Juegos de Los Ángeles (1984).
En Los Ángeles
Era prácticamente imposible luchar por las medallas. En los 1.500 se imponía el imperio británico de Sebastián Coe, Steve Cram y Steve Ovett. En la primera ronda, Coe fue segundo en la segunda serie (3.45.30), Ovett ganó la tercera (3.49.23) y Cram la sexta (3.40.33). Pero el tiempo más rápido fue el del cántabro (3.37.68). Buena señal. Las semifinales se celebraron al día siguiente. Abascal ganó la primera con una excelente marca (3.35.70), por delante del norteamericano Scott (3.35.71), de Coe (3.35.81) y del keniata Joseph Chesire (3.35.83). En la segunda semifinal se impuso Cram (3.36.30).
La gran final
La final, sin jornada de descanso, se corrió el 11 de agosto. Los doce corredores formaron un abierto semicírculo para tomar la salida. Abascal, el cuarto más pegado al interior, era el más agachado, como si estuviera concentrado ante una prueba de velocidad. Había llegado a Los Ángeles para entrar en la final, lo había conseguido y estaba dispuesto a dejarse la piel en cada metro. Y así fue.
El pistoletazo de salida despertó un ritmo lento, como temeroso y vigilante, hasta que pasada la primera vuelta el norteamericano Scott se puso en primera posición. Sabiendo de la velocidad final de los británicos, a Abascal le convenía un ritmo más rápido y rompedor, así que el pasiego tomó la cabeza a unos 600 metros de la meta estirando la carrera. Cuando sonó la campana de la última vuelta, Coe, Cram y Ovett eran los perseguidores del cántabro que mantenía un intenso ritmo. Ovett no lo resistió y abandonó. A falta de 300 metros Abascal seguía en primera posición. Cram intentó pasarle, pero Coe se adelantó y ambos superaron a Abascal. En los últimos metros, el ataque del cántabro se convirtió en una defensa numantina de su posición porque Joseph Chesire venía pisándole los talones. Parecía que huía, pero no estaba huyendo. En realidad, José Manuel Abascal miraba anhelante cómo la meta se iba engrandeciendo, cada vez más cercana, para entrar en la historia del atletismo español consiguiendo la primera medalla olímpica en pista. Y nadie fue capaz de arrebatársela a un pasiego.