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miércoles, 25 de mayo de 2022

Un racinguista llamado Manuel Arce

Manuel Arce junto a un retrato de José María de Cossío

Le recuerdo en el campo sorprendido y lleno de curiosidad. Y también arrepentido de no haber gozado de los placeres del fútbol hasta bien entrados los años. A pesar de que las gradas de El Sardinero no son aptas para personas con problemas de movilidad, él se tomaba lo de subir los peldaños con el espíritu de un escalador ciclista. Y aquel esfuerzo, que no era escaso, tenía la recompensa de una visión excelsa del espectáculo deportivo que descubrió con la Peña Racinguista Cossío. 

Compromiso con los jóvenes

No es cuestión de extenderse sobre la biografía de este personaje tan importante de la cultura cántabra del siglo XX, pero sí resaltaré, en el poco tiempo que tuve ocasión de conocerle, su firme compromiso con las generaciones jóvenes y con los nuevos retos, como el de fundar y presidir una peña racinguista en memoria de José María de Cossío. Ése fue el anzuelo que le pusimos para que aceptara nuestra propuesta, porque Cossío fue decisivo en su carrera como escritor. Y el 14 de junio de 2013, exactamente cien años después de que un grupo de diecinueve jóvenes formalizara el acta fundacional del Santander Racing Club, quince escritores, periodistas, exfutbolistas y personas relacionadas con la cultura, guiados por Manuel Arce, se desplazaron a la Casona de Tudanca para firmar, en la misma mesa de despacho de Cossío, el acta fundacional de la nueva peña racinguista surgida con el ánimo de evocar al que fuera presidente del Racing entre 1933 y 1936.

José María de Cossío y Manuel Arce

Cossío y Arce tuvieron caminos comunes. Ambos fueron editores, atesoraron cartas, fotografías y manuscritos como instrumentos para prolongar recuerdos y amistades, abrieron puertas a jóvenes poetas e impulsaron diversas iniciativas culturales. Cossío sería un hombre clave para que Arce pudiera abrirse camino como novelista, al ser el máximo defensor para que ganara el premio de novela ‘Concha Espina’ en 1955, con su obra ‘Testamento en la montaña’. Cossío convenció al jurado afirmando: “El premio está aquí. Lo supe en cuanto leí la dedicatoria. Es un libro de un escritor”.

Devoción por el Racing

Otro de los aspectos comunes de ambos fue su cariño hacia el Racing, aunque la vinculación de Arce con el fútbol, exceptuando algunos tímidos contactos durante su servicio militar en el Regimiento Valencia de Santander, sólo surgiría en los últimos años de su vida. Cossío fue uno de los primeros intelectuales españoles que se acercó al mundo del fútbol sin complejos, e incluso llegó a esparcirlo entre los jóvenes poetas del 27. Aunque tarde, Manuel Arce se llenó de entusiasmo para seguir los pasos racinguistas de su primer defensor literario, y ya con una salud delicada, quiso rejuvenecerse sintiendo los colores verdiblancos. Le recuerdo emocionado en el primer partido del nuevo Racing, tras el plante de La Liberación, después de ganar a la Cultural Deportiva Leonesa con gol de Koné. Manuel Arce fue invitado al palco que volvió a ser un lugar de honor, sin rugidos de minuto trece, con celebraciones por la victoria ante el equipo leonés y sobre todo por derrotar a una jerarquía deportiva déspota y corrupta.

Obligado aislamiento

Todos sentimos su distanciamiento de la vida cultural, deportiva y social, recluido en la residencia ‘Virgen del Faro’ de Santander. Visitar a un reo de El Dueso era más fácil que intentar saludar a Manuel Arce en aquella residencia de la que ya nunca más saldría. Qué suplicio alejarle de sus libros, de sus escritos, de sus fotos, de su ordenador y de la terraza de su Barlovento con vistas a la mágica bahía de Santander. Su muerte fue una señal racinguista, porque murió el 14 de junio, la fecha en la que el Racing se formalizó como sociedad y la fecha en la que le nombramos presidente de la Peña Cossío.

“Llegará el día en el que uno sólo estará vivo en la memoria ajena: lo presiento”, escribía Manuel Arce en sus ‘Aforismos’. Ese día ha llegado, aunque se nos haya privado de todo reconocimiento a su persona e incluso se nos haya hurtado la posibilidad de despedirnos de él en un funeral. Pero no se saldrán con la suya. Estoy seguro.


sábado, 30 de enero de 2021

Dos racinguistas tras el balón exiliado




No fue como el de los millares de familias que tuvieron que huir del régimen franquista tras la guerra del 36, pero en las dos experiencias más importantes del exilio futbolístico en la guerra civil participaron dos jugadores vinculados al Racing que fueron internacionales vistiendo la camiseta del club cántabro.


Ellos fueron Enrique Larrínaga Esnal (Sestao, 1910- México, 1993) y Fernando García Lorenzo (El Astillero, 1912- Santander, 1990). Ambos terminaron su última temporada antes del conflicto bélico en las filas del Racing, pero poco después, Larrínaga formó parte de la selección de Euskadi que jugó en varios países europeos y americanos entre abril de 1937 y junio de 1939, mientras que García, fichado por el Barcelona, se incorporó a la gira que este equipo realizó por México y Nueva York entre junio y septiembre de 1937. Ambos acabaron sus vidas deportivas en México.


Larrínaga y la selección de Euskadi


No hay noticias sobre las tendencias o compromisos ideológicos de Larrínaga, a parte de su amor por su tierra vasca, aunque sí participó en varios partidos de fútbol de carácter benéfico organizados por agrupaciones políticas, probablemente aprovechando su fama y calidad como deportista. Dentro de la tendencia de utilizar los partidos de fútbol para recaudar fondos, en marzo de 1937 formó parte del equipo de Euzko Gudarostia (Ejército Vasco), vinculado al Partido Nacionalista Vasco y más tarde lo hizo con la selección vizcaína que se enfrentó a la guipuzcoana.


Al crear la selección de Euskadi para disponer de fondos destinados al mantenimiento de los niños enviados al exilio, se contó con Larrínaga para emprender una gira por varias ciudades europeas. El primer partido que se organizó fue contra el Racing Club de París, y tras varios partidos en Francia y otros países llegarían a Moscú donde fueron recibidos como héroes. Ante la prohibición de las autoridades francesas de mantenerse en el país sin la carta de refugiados, en septiembre de 1937 unos pocos regresaron a España y la mayoría, entre los que se encontraba Larrínaga, emprendió viaje a América, jugando varios partidos en México, Cuba y Chile. Finalmente se quedaron en México donde disolvieron la selección en 1939 formando el equipo de Euzkadi con el que compitieron en la Liga mexicana.


Fernando García, con la gira del Barcelona


Sin ideas políticas conocidas, y seguramente, como la mayor parte de los deportistas, alejadas de ellas, Fernando García, recién incorporado al F. C. Barcelona tras el requerimiento de su técnico, el ex entrenador del Racing, Patrick O’Connell, partió en 1937 con la expedición del conjunto catalán que había recibido una oferta para jugar varios partidos en México. El equipo, que también jugó en Nueva York, se disolvió con diferentes destinos de sus jugadores. Varios se quedaron en México, como García, que aceptó una oferta del Asturias, de tal manera que en el campeonato de Liga mexicano coincidirían, en principio como rivales, los dos compañeros en el Racing, Larrínaga, del Euzkadi; y García, del Asturias.


En Mexico


Nando García
 fue un jugador muy célebre en México. Le llamaban ‘El Gavilán’, por la forma de extender los brazos para proteger la pelota y con el Asturias, al que se incorporaría Larrínaga, ganó la Liga en 1939. Luego colaboró para que el Club Atlante fuera campeón de la Copa mexicana (1940) y su fama se extendería por Argentina, jugando en el Vélez Sarsfield (1940-41) y en el San Lorenzo de Almagro (1941-42). Tras su experiencia argentina regresó a México, al Atlante (1942-44) y en 1944 se enroló en las filas del Real España y se proclamó campeón de Liga de nuevo con su excompañero racinguista Enrique Larrínaga. Tras regresar a España en 1946 para cumplir su compromiso con el Barcelona, volvió a México para jugar en el España (1947-50) y Marte (1950-51).

Por su parte, Larrínaga, tras una breve estancia en el Euzkadi, fichó por el Asturias, club con el que ganaría nada más llegar la Liga y Copa de México, coincidiendo con Fernando García. Con este mismo equipo, Larrínaga también conquistó la Copa de México de 1941. Avanzado este último año, firmó por el que sería último club de su carrera, el Real España, club que con la incorporación de Fernando García para la temporada 1944-45, obtendría el título de Liga. 

Tanto Larrínaga como García, no huyeron de persecuciones ideológicas, sino que jugaron para colaborar en los fines recaudatorios de sus respectivos equipos, quedándose en México ante las posibilidades profesionales que allí se les brindó y que no hubieran podido encontrar en una España herida de guerra. No fue como el de los millares de familias que tuvieron que huir del régimen franquista, pero también sufrieron su particular exilio detrás del balón.

miércoles, 13 de enero de 2021

El prisionero inglés que impulsó el fútbol

El 6 de abril de 1921, vestido con traje azul, guantes blancos, sombrero hongo y fumando en pipa, llegaría a Santander Frederick Beaconsfield Pentland, más conocido como Mr. Pentland. El hombre que popularizó al ‘míster’ como sinónimo de entrenador de fútbol fue el primer técnico serio y con conocimientos que tuvo el Racing y quizás el primero de esas características que llegó a España.

Se sabe que su labor y sus métodos convirtieron al Racing en un equipo de verdadera entidad, pero es menos conocida la impactante experiencia que antes de llegar a Cantabria desarrolló durante los cuatro años que estuvo prisionero en un campo de concentración alemán con motivo de la I Guerra Mundial.

 El periodista Jon Rivas, en su biografía sobre Pentland titulada ‘El prisionero de Ruhleben’, profundiza en aquella etapa. Tras abandonar el fútbol profesional debido a una lesión, Pentland comenzó a entrenar al Halifax Town F. C., el equipo donde había sido jugador, y enseguida recibió una tentadora oferta para dirigir a la selección alemana de fútbol con vistas a prepararla para los Juegos Olímpicos de Berlín previstos para 1916. Pero un mes después de su llegada en 1914 se produjo el atentado de Sarajevo y Gran Bretaña entró en guerra contra Alemania.

Un hipódromo, campo de concentración

Cientos de británicos que se encontraban en el país comenzaron a ser apresados y conducidos al hipódromo de Ruhleben, a unos diez kilómetros de Berlín, donde se improvisó un campo de concentración que llegó a contar con 4.000 hombres. El hipódromo tenía una superficie de diez hectáreas, once establos donde se alojaron los prisioneros, un edificio administrativo, un restaurante, un ‘Tea-House’, tres gradas y una larga pista de carreras cuya zona central era perfecta para jugar al fútbol, pero que no era accesible a los reclusos.

Fue el empeño de Pentland y de otros compañeros que habían sido futbolistas, los que por fin consiguieron el permiso para jugar en marzo de 1915. Entonces los ingleses crearon la ‘Ruhleben Football Association’ para organizar equipos y campeonatos, asociación que tuvo como presidente al mismo Pentland y cuyo primer balance daría lugar a la creación de dos divisiones con catorce clubes en cada una de ellas y una competición de Copa. El trabajo realizado por Fred Pentland fue digno de elogio. Elevó la moral de sus compatriotas gracias a una excelente organización deportiva que mantuvo la actividad, la forma física de 453 jugadores y el interés de unos hombres que se salvaron de la desesperación a la que suele conducir el ocio del confinamiento.

Otra forma de elevar la moral fue la creación de una revista del campo donde Pentland comenzaría su costumbre de escribir artículos periodísticos, costumbre que continuaría en Santander y en otras localidades, donde ejercería como entrenador, y en donde expondría sus ideas, siempre con un propósito didáctico.

Amberes, Pagaza y el Racing

Tras acabar la guerra, Mr. Pentland regresó a Inglaterra en enero de 1919 y pronto fue reclamado para dirigir a la selección nacional de Francia con vistas a los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920. Allí conoció al racinguista Pagaza que le animó a que fichara por el Racing, abriéndole el camino para venir a España.

Después de entrenar al Racing lo hizo en el Athletic Club (1922-25), el Athletic madrileño (1925-26), el Oviedo (1926-27), el Arenas de Guecho (1927-28) y de nuevo al Athletic madrileño (1928-29 y 1933-35) y el bilbaíno (1929-33), donde consiguió los mayores éxitos: dos Ligas y cinco Copas. También en 1929 fue el seleccionador del equipo español que ganó a Inglaterra en su primera derrota por una selección no británica y dirigió en 1930 a la selección española en un par de partidos por encargo del seleccionador, José María Mateos.

El fin de una etapa

Las tensiones laborales, políticas, actos terroristas y asesinatos que se vivían en los estertores de la II República, le animarían a regresar a su patria en junio de 1936 desde el puerto de Santander, embarcando en el ‘Iberia’ con destino a Southampton en compañía de su esposa Nahneen Yvonne y su hija Ángela

A veces la buena suerte se disfraza de fatalidad. Permanecer cuatro años en una prisión alemana no fue un infortunio. El mismo Pentland reconocería que si no hubiera sido por la lesión que le convirtió en entrenador y que le llevó a Alemania, quizá se hubiera encontrado entre los millones de hombres que murieron en la Gran Guerra. Bendita lesión para Pentland, para el Racing y para el fútbol.


miércoles, 4 de noviembre de 2020

Pombo y la osadía de la juventud

Hace poco escuché parte de un concierto de Teo Gertler. No sé qué me estremeció más, el sonido que surgió de su violín o el hecho de que el músico tenía once años. En el fútbol, salvando las distancias de la fuerza y la corpulencia física, también hay talentos tempranos capaces de acallar voces, sobre todo de quienes echan atrás a los jugadores porque son demasiado jóvenes. Hace unos días, un chaval de 17 años, Ansu Fati, se convirtió en el goleador más joven de la selección española, y con 16 años ha habido futbolistas que han tenido la oportunidad de marcar un gol en Primera División, como Fabrice Olinga con el Málaga o Muniaín con el Athletic Club. Sin embargo, el Racing contó en su día con un joven valor de 17 años cuya osadía goleadora me suena como un concierto de violines.

Era santanderino, nació el 13 de junio de 1916 y se llamaba Pablo Pombo Quintana. Tuvo diez hermanos, de los cuales José Felipe y Jesús también fueron jugadores del Racing, mientras que Casilda fue una gran jugadora de tenis y de golf. Aunque vivió su infancia en la Villa Piquío del Sardinero, marchó a estudiar al colegio La Salle de Santoña, con lo que sus primeros equipos fueron el C. D. Paloma y el Santoña C. F. De este último equipo pasaría en 1933 al Racing por mediación del mismo presidente racinguista, José María de Cossío, emparentado con la familia materna del jugador. Entre la plantilla racinguista enseguida se le apodó ‘El chaval’, por su juventud, y en el primer partido de Liga de la temporada 1933-34, disputado en Sevilla contra el Betis, el entrenador, Mr. Galloway, no dudó en alinearle, presentando a un equipo formado por Miera, Ceballos, Gurruchaga, Hernández, Baragaño, García, Santi, Loredo, Telete, Ruiz y Pombo.

Contra el Betis

El partido se jugó el 5 de noviembre de 1933, cuando Pablo tenía 17 años y 145 días. Los béticos se adelantaron enseguida en el marcador con un gol de Lecue a pase de Unamuno, pero los cántabros no se desanimaron, porque seis minutos después, Pombo robó un balón a la defensa y sorprendió de un certero disparo al meta Urquiaga que estaba fuera de su marco. De esta manera, Pablo Pombo Quintana se convirtió en el jugador más joven en anotar un gol en Primera División, y en la actualidad sigue siendo el goleador racinguista más joven en esa categoría. Pero el gran mérito de Pombo no fue marcar un gol en Primera con 17 años. Su mérito fue que, con esa temprana edad, marcó nada menos que once. El segundo fue al Oviedo; el tercero, al Athletic Club; el cuarto, quinto y sexto, al Español; el séptimo y octavo al Madrid; el noveno y décimo al Barcelona y el undécimo al Valencia.

Un extremo rápido con disparo fácil

Pombo era un extremo muy rápido que podía jugar tanto en la izquierda como en la derecha, con un disparo fácil y muy eficaz. Se mantuvo en el Racing hasta que estalló la guerra civil. Se incorporó al equipo en la reanudación de la Liga (1939-40), pero no terminó la temporada con el club santanderino porque marchó cedido al Sevilla para reforzar al conjunto andaluz en la Copa del Generalísimo que por cierto ganaría en 1939, ya que derrotó en la final al Racing de Ferrol. Luego regresó a Santander donde continuó jugando en el Racing hasta 1945. Ese mismo año tuvo que marchar a Cartagena para trabajar en CAMPSA, donde aprovechó para jugar en el Cartagena F. C. (1945-46). También debido a su profesión tuvo que desplazarse esa misma temporada a Jerez de la Frontera, fichando por el Xerez y luego el Cádiz (1946-49), para volver a Jerez formando parte del entonces Jerez C. D. (1949-54), club donde pasaría a la historia por marcar cinco goles en un mismo partido al Betis el 8 de octubre de 1950.

Pombo fijó su residencia en Ciudad Real, donde continuó trabajando en CAMPSA como jefe de la agencia comercial de la empresa. En esa ciudad falleció el 13 de enero de 2001. Con el Racing jugó un total de 164 partidos oficiales, marcando 67 goles, de los cuales 17 los anotó sin haber cumplido los 18 años (los once de Liga ya comentados, más dos de Copa y cuatro del campeonato regional). Sin duda toda una indecorosa osadía de juventud goleadora.


lunes, 26 de octubre de 2020

Santi Zubieta, el último de los primeros


En todos los órdenes de la vida, llegar el primero supone cierto grado de mérito. Pilar de la actividad deportiva que se basa en la competición, el primero, el descubridor, el que abre camino o el que ha superado a todos en la carrera, casi siempre es el dueño del éxito. Pero entre todos los pioneros, el mejor es aquél que contempla la llegada de todos, comparte su alegría y se mantiene el último en marchar para recoger y apagar las luces.

Santi Zubieta Redondo, uno de los jugadores del Racing que participó en la naciente Liga de la Primera División (1928-29), nació en la localidad vizcaína de Galdácano. Tras jugar en el equipo de su pueblo, Santi llegó a Santander en 1927, con 18 años. El Racing, dirigido por Patrick O’Connell, tenía entonces por delante una etapa que resultaría decisiva en su devenir histórico, ya que los clubes estaban discutiendo la creación de la Liga que multiplicaría la celebración de partidos ante la demanda del profesionalismo, recién permitido en España.

La calidad de Santi por la banda derecha le proporcionaría un puesto en el equipo de manera indiscutible, debutando en partido oficial con la camiseta racinguista el 11 de septiembre de 1927, con victoria por cinco a cero ante el Eclipse F. C., en el campeonato regional, y marcando además el primer tanto. En esa misma temporada intervendría en la Copa del Rey y en los partidos de la inconclusa Liga Máxima, siendo después uno de los hombres claves de la fase de clasificación para que el Racing formara parte de los diez equipos que pondrían en marcha la Primera División.

El inicio de la Liga

El 12 de febrero de 1929 fue uno de los once históricos jugadores que debutaron en el campeonato liguero de la máxima categoría, con derrota en los Campos de Sport contra el que sería primer campeón, el F. C. Barcelona (0-2). O’Connell alinearía aquella tarde a Raba, Santiuste, Rufino Gacituaga, Torón, Baragaño, Larrinoa, Santi, Loredo, Óscar, Gómez-Acebo y Amós de la Torriente


En 1931, Santi fue uno de los integrantes que lograron el subcampeonato de Liga y que jugaría el Torneo de la Exposición Colonial de París. Su último partido como racinguista se disputó el 14 de enero de 1934 en el estadio Buenavista de Oviedo. Luego fichó por el Valencia C. F. (1934-36) y con la guerra civil, jugó en el Aviación de Zaragoza, equipo que con el Atlhetic de Madrid formaría el Club Atlético Aviación, donde tuvo como compañeros a los cántabros que serían internacionales, Germán y Aparicio. Tras acabar la guerra, marchó a Cartagena, donde colgó las botas en 1940. Santi, vinculado laboralmente con el cuerpo de Aviación, compaginó su trabajo en el Ministerio del Aire con el de entrenador de las secciones inferiores del Atlético de Madrid y del Real Madrid.


Homenaje

El 20 de enero de 1974, antes del encuentro liguero entre el Racing y el Barcelona, recibió, junto a otros compañeros, un diploma conmemorativo del primer partido liguero de la historia, diploma que siempre mantuvo expuesto en la habitación de su domicilio en Madrid, donde residió desde principios de los años cuarenta. Su hermano menor, Ángel, también fue jugador profesional, destacando en el legendario equipo de San Lorenzo de Almagro de los años cuarenta y cincuenta. Los hermanos Zubieta tienen en su haber circunstancias especiales de la historia de la Liga. Ángel es uno de los jugadores más jóvenes en debutar con la selección nacional absoluta y el que más tiempo dejó transcurrir entre su debut en la Liga española y su último partido, después de veinte años, dos meses y seis días. Por su parte, Santi fue el último superviviente de los menos de 200 jugadores que participaron en la primera Liga. Meses después de recibir la insignia de oro del Racing, fallecería en Madrid en septiembre de 2007, a punto de cumplir los 94 años.

En todos los órdenes de la vida, llegar el primero supone cierto grado de mérito. Pero entre los primeros, el mejor es aquél que contempla la llegada de todos, comparte su alegría y se mantiene el último en marchar para recoger y apagar las luces, como Santi Zubieta, leyenda racinguista de la primera Liga española.

lunes, 10 de agosto de 2020

El Racing y el escritor José María de Pereda



Vincular en un titular al gran escritor costumbrista, José María de Pereda, fallecido en 1906 con un equipo de fútbol que se fundó en 1913, es algo difícil de explicar, pero tiene su fundamento. Aunque el primer partido documentado que se juega en Cantabria date de 1902, es mucho más que probable que Pereda no supiera nada de fútbol, en todo caso alguna referencia lejana de un ‘sport’ inglés que estaba llenando la cabeza ociosa de la juventud de la época, sobre todo en el extranjero. Pero para buscar algún atisbo de esa singular relación, hay que comenzar hablando de una faceta de Pereda que, debido al éxito y a la fama de su actividad literaria, es poco conocida, como fue la de hombre de negocios, porque sería por medio de una de sus empresas por la que se vincularía años después de su muerte con el equipo santanderino.

El empresario

Con la ayuda de la doctora de la UC, Raquel Gutiérrez Sebastián, una de las más importantes especialistas en el estudio de José María de Pereda, hemos sabido que el autor de ‘Peñas Arriba’ y ‘Sotileza’ también fue un diligente emprendedor de los negocios de su familia. Uno de los muchos hermanos de Pereda, el indiano Juan Agapito, sería el hombre clave para reflotar a la familia, gracias al capital aportado como consecuencia de la fortuna que hizo trabajando en los ferrocarriles de La Habana. De esta manera, Agapito se convirtió en el impulsor económico de los Pereda. Cuando José María regresó a Cantabria desde Madrid, sin haber concluido sus estudios militares en el arma de Artillería, y comenzó a escribir y a hacer trabajos en la prensa política, Juan Agapito le encarrilaría en la actividad comercial que sabría compaginar con la literatura.

 

'La Rosario'

Una de las empresas más importantes de la familia de Pereda fue ‘La Rosario’, de la que José María fue miembro del consejo de administración. Esta empresa, fundada en 1864, tenía sus almacenes en el paseo de Canalejas de Santander y comenzó elaborando las antiguas velas de sebo y de estearina, popularmente conocidas como velas de esperma. También fabricaba barras de jabón de lavar y de cocina. La aparición de la electricidad bajó las ventas de las velas y eso obligó a orientar y ampliar la producción de jabones hacia la higiene personal, extendiendo sus productos al agua de colonia, elixires, dentífricos, polvos de arroz y extractos. En sus viajes a París o a Barcelona, Pereda siempre se preocupó de ver cómo se trabajaba allí en el sector de la perfumería, interesándose por la estrategia de marketing y publicidad y también por las últimas novedades del momento, como las cremas japonesas que eran muy demandadas por las mujeres burguesas de la época.

 

La caricatura como envoltorio

Ya tras la muerte del novelista y la aparición del Racing en la escena deportiva, las firmas comerciales se dieron cuenta de la popularidad del fútbol. ‘La Rosario’ tenía entonces varios productos comercializados, como el agua de colonia rusa, agua de Kananga para el tocador, pomada de Kananga para las pecas, polvos de arroz extrafinos, vaselina perfumada, un ungüento bronceador llamado ‘Caobo’ y sus famosos jabones, entre ellos los denominados ‘Brisas del Sardinero’ y ‘Aromas de la tierruca’. Para promocionar este último entre los deportistas, los empresarios y descendientes de Pereda decidieron envolver sus jabones con un papel especial donde se incluía la caricatura del once racinguista de 1916 firmada por Leopoldo Huidobro y que es la primera caricatura conocida del equipo. El Racing, que había surgido tres años antes, ya se había convertido en el club más importante de Cantabria. Era el único federado que había en Cantabria, tenía como terreno propio y exclusivo los Campos de Sport, aunque en régimen de alquiler, y había absorbido a los jugadores del Real Santander convirtiéndose en un potente equipo. La promoción de ese jabón le proporcionaría la primera relación en el terreno comercial. Así que en el aroma perfumado de aquel jabón quedaron impregnados los futbolistas Álvarez, De la Torre, Goyena, Zubieta, Sierra, Lavín, Mateo, Zubizarreta, Salinas, Pepe Agüero, Oria y, sobre todo, una vinculación que, aunque indirecta y lejana, relacionó al Racing con el gran José María de Pereda.

domingo, 21 de julio de 2019

Las dentelladas de 'Torito' Zuviría

No era capricho ni casualidad el apodo que le puso su compañero Toye cuando ambos jugaban en el Club Atlético Unión de Santa Fe. Porque bajaba la cabeza para empujar la jugada, corría frenético tras el balón como bestia tras el capote encarnado y si alguien se cruzaba en su camino con un ligero contacto, el apodo se convertía en superlativo para levantar por el aire a cualquier rival que se hubiera atrevido a ponerse por delante. Así eran las embestidas de Rafael Dalmacio ‘Torito’ Zuviría, uno de los fichajes argentinos del Racing tras derogarse la prohibición de contratar extranjeros en el fútbol español en 1973. No parecía demasiado técnico, pero el caso es que sus internadas por la banda izquierda eran letales para los rivales. A trancas y barrancas, con más rebotes que toques distinguidos de conducción y con constantes resoplidos de tesón, Zuviría llegaba y centraba para que en la mayor parte de las ocasiones la cabeza de Aitor Aguirre rematara aquel fruto del esfuerzo que tanto valoraría la afición racinguista. 

Desde el río Paraná

Zuviría nació el 10 de enero de 1951 en Santa Fe, ciudad bordeada por el río Paraná. De una familia humilde con ocho hijos, el joven Rafael comenzó a jugar en un equipo de barrio llamado San Cristóbal, donde se desenvolvía como delantero centro hasta que se incorporó a las secciones inferiores del Unión de Santa Fe, donde permaneció jugando de extremo izquierdo hasta 1970, debutando en Primera División. Luego se incorporó al Sportivo Belgrano (1970-71) y Argentino Juniors (1972-73), equipo desde el que pasaría a España para fichar por el Racing. Zuviría debutaría con el conjunto cántabro, a las órdenes de Maguregui, el 2 de septiembre de 1973 durante el partido contra el Zaragoza que se disputó en los Campos de Sport.

Sus dientes

Quizás debido a su bravura, el extremo argentino había llegado a España sin buena parte de sus dientes, así que llevaba dentadura postiza que uno de sus compañeros en el Racing, Manuel Chinchón, recuerda “de caballo” por el tamaño que tenía, y que tiempo después cambiaría por otra más moderna. Su integración con los compañeros sería plena, y aunque algunas veces en los desplazamientos y concentraciones se vivían momentos de cierto aislamiento, Zuviría supo muy bien imponerse con una gracia especial no exenta de contundente convicción. Algunos de sus compañeros me contaron una anécdota que repetiría en algunas ocasiones. En las comidas, la avidez con la que los futbolistas devoraban las ensaladas y otros alimentos servidos en fuentes, provocaba que alguno de ellos se quedara sin probar bocado. En esas circunstancias, y para evitar el ayuno impuesto por el barullo, el argentino se quitaba su dentadura postiza y la colocaba en el recipiente para advertir que aquello ya tenía estómago propietario. 

Del Racing, al Barcelona

Zuviría estuvo jugando en Primera tres de las cuatro temporadas en las que vistió la camiseta del Racing, jugando 132 encuentros y anotando 33 goles. Consiguió el ascenso en 1975 y experimentó un notable progreso deportivo, hasta el punto de convertirse en el máximo goleador del equipo en su última temporada, la de 1976-77, superando al ariete Aitor Aguirre. Aquello le abriría las puertas para fichar por el Barcelona (1977-82), donde obtendría su madurez futbolística jugando de lateral derecho. En su primera temporada en Barcelona conquistó la Copa del Rey (1978) y más tarde la Recopa de Europa (1979). Zuviría sería decisivo con un gol en el partido de vuelta ante el Anderlecht que supuso la prórroga y más tarde el pase de los catalanes en la tanda de penaltis. También logró la Recopa de Europa y la Copa del Rey en 1982. Terminada su etapa con los azulgranas pasaría al Mallorca (1982-84), con los que ascendería a Primera en 1983, regresando a su país de origen para jugar en el Defensores de Belgrano (1985-87) y el modesto La Emilia de San Jorge (1987-88). 

Zuviría dejó un muy grato recuerdo en la afición racinguista y también entre sus compañeros que nunca más le dejaron sin probar las ensaladas. Nadie como él supo marcar territorio y conquistar espacios a dentelladas, en el campo de juego y fuera de él.

martes, 23 de abril de 2019

El primer rival de Di Stéfano

Dicen que ha sido el mejor jugador que ha pisado los campos españoles, aunque ninguna aseveración parece poder sostenerse en el tiempo, y menos con jugadores posteriores de tanta calidad como Cruyff, Maradona, Ronaldo o Messi. Pero el reconocimiento de Alfredo Di Stefano como introductor del fútbol moderno, alejado del arcaico posicionamiento que se practicaba antes de su venida, le convirtió en un mito deportivo que aún pervive. Y tras los problemas derivados de la pugna por sus derechos federativos entre el Barcelona y el Real Madrid, Di Stefano pudo debutar en la Liga española un 27 de septiembre de 1953 en Chamartín, contra el Racing (entonces denominado Real Santander), partido en el que anotó el primero de sus goles al guardameta racinguista, el canario Juan Ortega.

Un Racing sin Gento

El Racing había sucumbido a las tentaciones de deshacerse de uno de los mejores jugadores que ha tenido, Paco Gento, que la directiva presidida por Basilio de la Riva traspasó al Real Madrid por 1.450.000 pesetas y dos jugadores, el sevillano Espina, que aparte del club madrileño había jugado en el Betis, y el delantero centro José Antonio Ucelay, natural de Amorebieta (Vizcaya).

La tercera jornada

Dirigido por el vizcaíno Juan Ochoa, el Racing comenzó la Liga ganando a domicilio al R. C. Celta (1-2), luego al Valencia C. F (3-1) y cayendo en la tercera jornada contra el Real Madrid en Chamartín. En este partido fue cuando hizo su presentación en el fútbol español Alfredo Di Stéfano. En realidad se había presentado de forma oficiosa a la afición madridista unos días antes, con la organización de un partido contra el Nancy francés, pero el Racing era un rival de campeonato. El equipo madrileño contaba con tres hombres que habían actuado en el conjunto de El Sardinero, Miguel Muñoz, Joseíto y Gento, quien se encontraba por primera vez con sus antiguos compañeros. El entrenador racinguista planteó el partido a la defensiva ante el potencial atacante de su adversario, con un marcaje especial a Di Stéfano del que se encargaría Felipe.

En Chamartín

El Racing aguantó muy bien los primeros 25 minutos, hasta que Molowny abrió el marcador aprovechando un pase profundo de Muñoz. Hubo reacción del Racing que estuvo a punto de empatar, pero muy pronto llegaría el segundo tanto local. Fue un centro de Gento, rematado de cabeza por Joseíto que dejó la pelota a Olsen, disparando a la media vuelta y batiendo a Ortega. A partir de ese momento el Racing se transformó. Comenzó a dominar y a crear ocasiones, aunque sufrió la pérdida de uno de sus hombres, Poli Revuelta, que cayó lesionado y tuvo que jugar como figura decorativa, apartado de las posiciones donde perder la pelota era peligroso. 

El primer gol de la 'saeta rubia'

El equipo montañés tuvo mala suerte cuando en una carambola de rechazos y más rechazos, la pelota se fue a la cabeza de Di Stéfano que sólo tuvo que empujar la pelota para establecer el tres a cero e inaugurar la larga lista goleadora de su historial deportivo en España. La buena imagen que el Racing estaba adquiriendo con su juego se confirmaría dos minutos después con otro gran jugador, pero racinguista, Rafael Alsúa, que se estaba convirtiendo en el director de su equipo. Sus centros permitieron que en menos de tres minutos, primero León, y luego Vázquez, inquietaran al público madrileño subiendo al marcador un preocupante tres a dos a favor de los blancos. Los cántabros tuvieron cerca el empate. Hubo ocasiones desaprovechadas, tiros al poste y mucha presión sobre la portería del madridista, pero finalmente una escapada de Di Stéfano con centro adelantado a su compatriota Olsen, acabó con las esperanzas racinguistas al encajar el cuatro a dos con el que terminaría el encuentro.

Fue el inicio del vendaval de Alfredo Di Stéfano que aquel día el Racing no pudo parar. Pero a pesar de Di Stéfano y de la ausencia de Paco Gento que se pasó al otro bando, la temporada 1953-54 sería una de las mejores del club montañés al alcanzar una octava posición, la mejor clasificación después de la guerra civil, sin contar la sexta plaza conseguida en 2007-08 que supuso la clasificación para jugar la UEFA.

lunes, 25 de febrero de 2019

La jaula de los Campos de Sport


Las jaulas inspiran profundas reflexiones. La drástica frontera que establecen entre la protección y la esclavitud, también provoca dudas sobre en qué lado se encuentra el peligro y la libertad. Como si se tratara de un buceador entre rejas protegiéndose de los tiburones, los futbolistas nadaron durante varios años en terrenos de juego rodeados de vallas metálicas.

El Racing y sus Campos de Sport, acaso fueron los primeros que suscitaron la vergonzosa medida de considerar fiera indomable a su respetable público. Ocurrió el 12 de abril de 1931, el domingo en el que se celebraron las históricas elecciones que provocarían la instauración de la II República. El Racing disputaba en Santander el partido de ida de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey contra el Arenas Club. La pasión del público, con sólo cuatro guardias municipales para velar por el orden público, comenzó a desbordarse cuando el árbitro no pitó un penalti a favor del Racing.

Hervidero de emociones

Con protestas más o menos airadas, el partido continuó con la superioridad arenera que marcaría dos goles en la primera parte. En la segunda, un defensa del Arenas Club, dentro del área, mandó a córner el balón con la mano. El árbitro no pitó penalti, las gradas se convirtieron en un hervidero de exclamaciones, y algunos espectadores saltaron al campo. Tras cinco minutos de suspensión, el partido continuó con relativa calma. Cuando faltaban veinte minutos para el final, en un avance de Yermo que cortó Pico, el arenero se revolvió y dio dos patadas al jugador racinguista que el árbitro no castigó. Yermo y Pico se enzarzaron en una pelea y el público saltó al terreno de juego para agredir a los jugadores visitantes y al árbitro. El encuentro se suspendió y la Federación impuso el castigo de cerrar El Sardinero hasta el final de temporada y abrirlo posteriormente con la obligación de vallar todo el campo y así proteger a los jugadores y a los colegiados.

'El campo jaula'

El vallado de los Campos de Sport, avivado por la prensa vizcaína que denominaba a El Sardinero como “el campo jaula”, fue paralizado por el buen hacer de José María de Cossío, directivo del club desde 1930, que asistió a la Asamblea Nacional como delegado del Racing. De esta manera, se evitó el deshonor de considerar a los aficionados santanderinos como una especie de jauría de fieras de la que había que protegerse. 

'El loco del Bernabéu'

Cuarenta y seis años después, en la temporada 1977-78, cuando la democracia estaba despertando nuevamente en la sociedad española con la puesta en marcha de la transición política, se aplicaría aquella medida del vallado metálico en los campos de fútbol. El comportamiento del público se estaba desmadrando. El 31 de marzo de 1976, el Real Madrid se enfrentó al F. C. Bayern Múnich y un exaltado, que fue bautizado como “el loco del Bernabéu”, saltó al campo y agredió al delantero alemán, Gerd Müller y al árbitro, el austriaco Linemayer. Luego se produjeron otros incidentes en La Romareda, Mestalla y Puertollano. En febrero de 1977, el colegiado Melero Guaza, fue agredido por el público durante el partido entre el F. C. Barcelona y el C. D. Málaga.

Agresión a Reina

A la semana siguiente, en San Mamés, el guardameta del Atlético de Madrid, Miguel Reina, fue agredido por un espectador cuando se disponía a sacar de puerta, y al terminar el partido, varios seguidores bilbaínos intentaron golpear al colegiado Emilio Guruceta. Estos sucesos agotaron la paciencia de la Delegación Nacional de Deportes y de la Real Federación Española de Fútbol, que ordenaron “la instalación de vallas o fosos o cualquier elemento de separación entre sus campos de juego y el lugar destinado al público”. El 4 de septiembre de 1977, el público de los Campos de Sport recibió a los jugadores del Racing y del Elche C. F. protegidos por las vallas metálicas que en su día había impedido instalar José María de Cossío. Y así permanecieron hasta su desaparición en 1988, prolongándose en el nuevo campo municipal.

La tragedia de Heysel

La terrible tragedia ocurrida en la final de la Copa de Europa de 1985, en el estadio Heysel, obligó en 1991 a la retirada de todo tipo de vallado de seguridad. Aquel suceso fue una fuente de inspiración de profundas reflexiones. La drástica frontera que aquellas jaulas establecieron entre la protección y la esclavitud, provocó dudas sobre en qué lado se encuentra el peligro y la libertad, y también delató la inutilidad de las barreras para separar territorios que nunca deberían estar separados.

jueves, 17 de enero de 2019

El racinguista de aquella selección vasca


Larrínaga con el equipo vasco, es el segundo agachado por la derecha.
La patria de las almas no tiene fronteras, aunque a veces vistan los colores de un equipo. Aquel jugador del Racing no quiso quedarse sin jugar tras estallar la guerra del 36. Como ocurrió en todo el norte de España, Enrique Larrínaga Esnal participó en varios de los partidos benéficos que se organizaban, en este caso, en Vizcaya. Pero José Antonio Aguirre, primer lendakari, y su ministro consejero, Manuel de la Sota, querían algo más. Con otros hombres vinculados al fútbol, darían forma a la idea del periodista Melchor Alegría de crear una selección de jugadores vascos para disputar partidos por Europa. El objetivo era recaudar fondos para la Asistencia Social del Gobierno vasco y dar a conocer la imagen de Euskadi en el exterior. Larrínaga, jugador internacional del Racing, sería uno de los futbolistas claves que se embarcaría en aquella aventura.

De Sestao a Basauri

Enrique nació en 1910 en Sestao, pero poco después su familia se trasladaría a Basauri. Con el ejemplo y la orientación de dos de sus hermanos mayores, que también fueron futbolistas, el pequeño Enrique adquirió una habilidad y visión del juego excepcionales. En 1924 ya formaba parte del Basconia, donde su hermano Luis era el presidente. Cuatro años después, a pesar de tener ofertas de clubes como el Arenas, el Athletic o el Barcelona, Enrique se decidió por el Racing, debutando con los cántabros el 16 de septiembre de 1928 en los Campos de Sport ante la Gimnástica de Torrelavega. El Racing alineó entonces a Aldama; Santiuste, Fernández; Hernández, Baragaño, R. Gacituaga; Santi, Loredo, Óscar, Larrínaga y Amós

Sin grandes facultades físicas pero con enorme inteligencia para dosificar sus energías, Enrique Larrínaga fue el gran organizador del juego del Racing en su etapa dorada gracias a su frialdad y el temple de sus eficaces centros. Fue clave en la clasificación para que el Racing fuera uno de los diez equipos de la fundación de la Primera División y luego del subcampeonato liguero conseguido en 1931. Su calidad sería reconocida en 1933 al ser llamado a la selección nacional, debutando en Vigo el 2 de abril contra Portugal. Larrínaga marcó el primero de los tres goles que dieron la victoria a los españoles. Anotaría 90 goles en los 185 encuentros oficiales que jugó con el Racing hasta 1936. 

En avión a Biarritz

Ya en plena guerra, cercados por las tropas de Franco, la histórica selección de Euskadi, con Larrínaga en sus filas, tuvo que viajar a bordo de un avión Negus para llegar a Biarritz y de allí en tren hacia la capital francesa, donde debutó contra el Racing Club de París en el Parque de los Príncipes el 26 de abril de 1937. El conjunto vasco, que formó con Blasco, Pablito, Ahedo, Cilaurren, Muguerza, Roberto Echevarría, Luis Regueiro, Iraragorri, Lángara, Larrínaga y Gorostiza, ganó 3-0, con los tres goles anotados por Lángara. Tras jugar en Praga, Marsella, Sete, Silesia, Polonia, Moscú, Leningrado, Kiev, Georgia, Minsk, Noruega, Finlandia y Dinamarca, el combinado vasco fue expulsado de Francia y se embarcó a América para disputar varios partidos en México, Cuba, Argentina y Chile, aunque la FIFA había prohibido a los equipos enfrentarse con ellos.

Asentados en México

La selección se refugió en México para competir en el Campeonato del Distrito Federal con el nombre de Euskadi. Larrínaga también jugó el último partido de aquella selección en Asunción (Paraguay), ante el Atlético Corrales, con el que empataría a cuatro goles el 18 de junio de 1939. A partir de entonces todos los jugadores tomaron rumbos diferentes y Larrínaga firmó con el Real Asturias, con el que ganó la Liga y la Copa de México ese mismo año. También conquistaría con este equipo la Copa de México de 1940 y 1941. Ya avanzado 1941, se incorporó al último club de su carrera deportiva, el Real España, con el que conquistaría la Liga en 1945. 

En 1979, Larrínaga regresó a su país. Fue invitado cuando la selección de Euskadi volvió a reunirse, en esta ocasión en San Mamés, para enfrentarse contra la República de Irlanda. Dos jugadores de la selección de 1937 harían el saque de honor de aquel partido: Iraragorri y Enrique Larrínaga

Siempre vasco y racinguista, aquel interior izquierda técnico e inteligente que hacía mejores a sus compañeros, murió en México, su otra patria, en 1993, aunque la verdadera patria de Enrique Larrínaga, la que amó no por su tamaño, sino porque era suya, fue el balón de fútbol.

viernes, 5 de enero de 2018

El silencio de San Mamés

Radchenko
Lo recuerdo impactado. Como cuando oí por la radio los disparos de Tejero en las Cortes, o cuando vi por la televisión cómo ardían las Torres Gemelas. Pero en esta ocasión, yo estuve allí. Fue un silencio que estremeció a miles de personas, unánimemente enmudecidas. Es cierto que sólo fueron unos segundos, porque enseguida estallaron brotes de delirios que rebotaban en el eco de aquel vacío de voces calladas, de bocas semiabiertas que agujereaban miles de caras incrédulas. Eran delirios de una minoría racinguista que nunca dejó de ser silenciosa, pero que emergió enérgica para celebrar el milagro de un gol y la aparición de un nuevo ídolo.

El saludo de los capitanes

Todo empezó cuando Quique Setién y Ánder Garitano estrecharon sus manos en el centro del campo. Unos tres mil seguidores del Racing se habían desplazado a San Mamés, salpicando sus distintivos verdes y blancos por las inmediaciones del campo. El club santanderino había regresado a Primera División, y la visita a Bilbao, después de tantos años deambulando por la Segunda División, con el amargo paso por la Segunda B, era un aliciente más para la afición racinguista que había recuperado el entusiasmo. Pero el equipo que dirigía Javier Irureta no estaba atravesando un buen momento. Después de un inicio liguero bastante aceptable para ser un recién ascendido, se enfrentaba en la decimoséptima jornada al Athletic Club de Bilbao con el bagaje de haber perdido los tres últimos partidos contra el R. C. D. de la Coruña (1-0), Real Oviedo (1-2) y Atlético de Madrid (4-0). Por su parte, el Athletic Club había iniciado una racha de excelentes resultados que invitaba a apostar por una victoria inevitable de los vizcaínos. Pero ya se sabe, el fútbol no es siempre como se piensa.

No hubo goles en la primera parte en el viejo San Mamés, pero fue el Racing el equipo que más cerca estuvo de marcar, aunque el penalti que Larrainzar hizo a Radchenko no fue señalado por el árbitro, Andújar Oliver.

Los goles

En la segunda parte, la defensa cántabra comenzó a debilitarse y la delantera vizcaína aumentó sus opciones. Tuvo tres ocasiones claras en las botas de Larrainzar, Guerrero y Eskurza, que anunciaban la llegada del gol local. Y el gol vino gracias al oportunismo de Ciganda, un jugador que comenzaría a especializarse en batir la portería racinguista, y que en esta ocasión remató en el área pequeña un rechace de Ceballos a un duro disparo de Julen Guerrero. Se cumplía el minuto 55.

Encajar un gol produce sensaciones amargas. Los jugadores se miran por un momento buscando respuestas que no se encuentran y enseguida los ojos ponen su punto de mira en la hierba, mientras se camina cabizbajo hacia el círculo central. Es el pitido del saque el que obliga a levantar la cabeza, a respirar hondo y a eludir el impetuoso arranque de quienes acaban de ponerse por delante en el marcador. Cuando se supera esta embestida, se produce un proceso de cambio de actitud. Irureta sale del banquillo y da instrucciones a Michel Pineda para salir al campo. Durante el cambio, le indica a Quique que adelante su posición. En el Athletic, las sensaciones giran alrededor de la misión cumplida.

La salida de Pineda es providencial. Recoge un balón al borde del área y su disparo establece un empate que deja fría a la parroquia de rojo y blanco. Efectivamente, encajar un gol produce sensaciones amargas e invitan a un proceso de cambio, y los vascos vuelven a buscar la victoria. Pero al Racing se le ha olvidado cambiar. La dinámica de buscar el empate continúa en las botas de sus futbolistas.

La genialidad de Radchenko

Cuando todo parecía destinado a un empate a uno, Dmitry Radchenko se negó rotundamente a aceptar el resultado. Recogió el balón en el centro del campo y esperó a que Mutiu estuviera en disposición de acompañarle para hacer una pared. Cuando recibió la pelota devuelta del nigeriano, el ruso intensificó su carrera con zancadas eléctricas y frescas, impropias del minuto 88 en el que se desenvolvía la jugada. Estiraba la pierna para tocar el balón con la puntera cambiando la trayectoria de la carrera a su conveniencia. Fueron sólo cuatro toques con su pie derecho. El primero fue para controlar la devolución de Mutiu. Con el segundo se coló entre dos rivales que a punto estuvieron de darse de morros intentando parar la afilada penetración hacia el centro de la portería. El tercero superó la entrada desesperada del central, que se tiró al suelo para alargar su voluntad fracasada de arrebatar el balón a aquel espigado jugador. Y el cuarto, ¡oh el cuarto! El cuarto se ejecutó justo en la media luna que corona el área. Fue un toque diferente a los rápidos y breves que lo precedieron, un toque acompañando el balón hacia arriba, levantando una vaselina sobre el guardameta Valencia, que había salido hasta más allá del punto de penalti para evitar la inercia del avance del delantero. Yo vi aquella jugada justo detrás de la portería. La vaselina era tan alta y seca, que me pareció eterno su vuelo. Incluso presentí que era demasiada alta, y que el bote en el suelo podía elevar el balón por encima del larguero. Acaso eso mismo pensaba Radchenko cuando, inmóvil y expectante, miraba la pelota estirando el cuello. Fue cuando estalló el silencio, el gran silencio de San Mamés. Y el balón entró. Y Radchenko se arrodilló, se sentó sobre sus talones y lanzó el grito del triunfo hacia el cielo. Lo recuerdo impactado. Como cuando oí por la radio los disparos de Tejero en las Cortes, o cuando vi por la televisión cómo ardían las Torres Gemelas. Pero en esta ocasión, yo estuve allí.

El nombre de la catedral

¿Que por qué se llama la catedral? Lo comprendí aquel día, cuando escuché aquel silencio de iglesia, silencio de devotos rezando, silencio de plegarias de arrepentidos y penitentes, venerando a un nuevo ídolo (devorador de leones) que desbancó a San Mamés de los altares de aquel templo del fútbol.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Amós y la gracia que deslumbró a Víctor de la Serna

La ley de las gradas es tan sencilla como inflexible. Después de seis partidos jugados y seis perdidos, aquellos miles de aficionados que habían aclamado al equipo tras su clasificación en la apertura liguera de la Primera División, se habían derrumbado. Por eso, cuando los hombres de Patrick O’Connell pisaron los Campos de Sport después de recibir la soberana paliza de ocho goles en Atocha, contra la Real Sociedad, el público rompió en sonoros desahogos de pitos y abucheos. Pero las leyes del fútbol también sientan las bases para que todo se transforme, como la materia, que ni se crea ni se destruye. Y la gracia en el oficio de un jugador fue capaz de envolver el juego del equipo, recuperar el entusiasmo de los aficionados e inspirar al periodista, Víctor de la Serna, para descubrirnos la esencia del fútbol: “Echarle gracia a las cosas. Echarle gracia a la vida, al oficio, al lenguaje, a los movimientos; acertar con el ritmo de una actividad. He ahí el gran secreto que sólo descubren los elegidos…”


Un peque de Mr. Pentland

Amós Francisco Javier de la Torriente Rivas (Santander, 1905-1976) fue uno de esos elegidos. Formó parte del selecto grupo de los “peques” de Mr. Pentland y luego continuaría su progresión jugando en el New Racing hasta debutar en el primer equipo racinguista en 1923. Se mantuvo en el Racing de Santander durante toda su vida deportiva y contó con el privilegio de ser uno de los jugadores que logró la histórica clasificación para formar parte de los diez clubes que fundarían la Primera División. Aunque su puesto era el de extremo derecha, la incorporación de Santi Zubieta le llevaría a jugar por la banda izquierda, donde haría célebre su habilidad para regatear y su tacto para colgar pases medidos al área. Su estado de gracia fue clave para que los aficionados olvidaran la pésima primera vuelta de aquel primer campeonato de Liga, con un Racing desfondado por la tortuosa fase de clasificación de empates y prórrogas, con el efímero descanso de tres días que separaron el partido final de la temporada, en Madrid, contra el Sevilla F. C., y el del inicio de la siguiente, contra el F. C. Barcelona, en Santander. Por eso el juego racinguista, que en las primeras partes se mantenía sólido, se hundía tras el descanso para caer batido una y otra vez.

La segunda vuelta

Pero en la segunda vuelta llegaría el estado de gracia de Amós que se culminó el 9 de junio de 1929, cuando el conjunto santanderino recibió en los Campos de Sport a la Real Sociedad de los ocho goles. El conjunto donostiarra mantenía la garra que el año anterior había demostrado en El Sardinero, en la triple final de la Copa del Rey que le había enfrentado al F. C. Barcelona, así que las apuestas se inundaron a favor de los vascos que comenzaron marcando a los 15 minutos gracias a un disparo de Mariscal. Los hombres de O’Connell no se desmoralizaron y muy pronto lograron el empate por un penalti lanzado por Amós. Cuando faltaban dos minutos para que acabara la primera parte, Larrínaga lanzó en profundidad un pase hacia Amós, y éste, sobre la marcha, empalmó un disparo cruzado imparable hacia la portería adversaria. En la segunda parte, la codicia del Racing no se apagó. Gómez-Acebo remató de cabeza un pase de Julio Torón para marcar el tercero y poco después, los racinguistas marcaron otros tres tantos en ocho minutos, dos de ellos obra de Gómez-Acebo y el otro de Loredo.

El artículo en 'El Cantábrico'

El Racing devolvió la goleada a los guipuzcoanos con un Amós de velocidad de vértigo, pases medidos y una armonía que deslumbraría al periodista Víctor de la Serna, que en ‘El Cantábrico’ dejó escrito un artículo titulado “La gracia en el oficio”:

“…En esa nadería de correr tras una pelota, o correr con una antorcha, un hombre y otro hombre se diferencian. Uno puede hacer una cosa lamentable y triste, en que la humana arquitectura se ‘degringole’ en un gesto feo y desapacible; en un gesto bárbaro o en una silueta rota. El otro hombre puede hacer una bella cosa; puede, sencillamente, echarle gracia al oficio, dotarle de esa cosa tan maravillosa que también se conoce con una palabra griega: estilo…/… Si cada jugador de fútbol le echara al oficio la cantidad de gracia, la calidad de estilo que Amós de la Torriente le echó anteayer al suyo, el juego inglés se habría convertido en una cosa graciosa y bella, digna del himno, del relieve y del friso”.

La ley de las gradas es tan sencilla como inflexible. Los sonoros desahogos de pitos y abucheos pueden transformarse en aclamaciones de admiración simplemente con “echarle gracia a la vida, al oficio, al lenguaje, a los movimientos…”, como hizo aquel día Amós de la Torriente y como podemos hacer todos en cada una de las actividades que emprendamos.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Coque y el romance ciego de un futbolista

Alguien pintó el amor ciego y con alas. Ciego, para no ver la realidad y guiarse a tientas por el contacto de dos fantasías; con alas, para huir tan lejos como la imaginación lo permite, porque huir es la única victoria posible ante el torrente de deseos incontrolables que atan la voluntad, arruinan la razón y provocan el último suspiro de la sabiduría.

Gerardo Coque Benavente (Valladolid, 1928-2006) continuaba huyendo cuando llegó a Santander. Nadie como él había sufrido con las quemaduras de aquella relación volcánica donde los que están fuera, ven antes el humo que las llamas los que, ensimismados, arden y se consumen por dentro. Pero con su mirada en proceso de recuperación, disimulando el aleteo malherido de su rumbo y algo chamuscado, Coque saltó al campo de Las Llanas para demostrar que aún seguía siendo un gran futbolista. Aquel día, 25 de octubre de 1959, le acompañaron en Sestao, en su bautismo racinguista, Larraz, Duró, Santamaría, Trueba, ‘Crispi’, Pardo, Raluy, Montejano, Sampedro y Nando ‘Yosu’.

El éxito precoz

Acaso no fue fácil digerir el éxito y la celebridad desde una humilde panadería de Valladolid, sin la coraza que proporciona la experiencia de la edad. Porque Coque sólo tenía 17 años cuando debutó en el primer equipo del Real Valladolid, con el que consiguió cosas que nunca se habían visto en la capital castellana, como ascender a Segunda División en 1947 gracias a una promoción derrotando al Racing, y al año siguiente, subir por primera vez en la historia a la máxima categoría con dos goles suyos ante el R. C. Deportivo de La Coruña. En 1950, su equipo logró llegar a la final de la Copa del Generalísimo y él mismo marcaría el gol del empate que obligaría a jugar la prórroga contra el Athletic Club, que finalmente se impondría por cuatro a uno. Su fútbol fue creciendo y el 1 de junio de 1952 se convirtió en el primer jugador vallisoletano en ser internacional absoluto con España, cuando se ganó por seis a cero a Irlanda, con el gesto heroico de anotar el primer gol y jugar hasta el final con un brazo roto, sujeto con un fuerte vendaje. 

Madrid, Lola Flores y la farámbula

En 1953 llegó su gran recompensa. Fue traspasado al Club Atlético de Madrid y el mundo se mostró a sus pies. Tenía 25 años y en una tarde de farándula, el actor Paco Rabal le presentó a Lola Flores, la famosa cantante que acababa de tener un romance con el futbolista del C. F. Barcelona, Gustavo Biosca. Dicen que la folclórica se encaprichó de Coque para darle celos a Biosca. Lo cierto es que Coque se rindió ante la enorme sensualidad de ‘La Faraona’, retrasó su boda con su novia de Valladolid y se dejó llevar por las noches de cabarets de moda y las juergas de tabaco, finitos, cantares y zapateados. Y Coque fue disipando su valioso talento futbolístico.

La huida de cante y baile a Sudamérica

La relación con Lola Flores decayó cuando la artista se fue de gira y regresó con un novio panameño. Fue entonces cuando Coque decidió casarse. Pero cuando Lola despachó al panameño, no resistió la tentación de caer de nuevo ante sus encantos. Otra vez las juergas nocturnas invadieron la vida del futbolista, mientras que su esposa, indignada, volvió a Valladolid. Y Coque empezó a faltar a los entrenamientos sin que nadie supiera de su paradero, hasta que se descubrió que se había marchado con Lola Flores a Sudamérica para acompañarle en su espectáculo de cante y baile. El Atlético le denunció ante la Federación por incumplimiento de contrato, pero Lola Flores envió al club la cantidad de 50.000 pesetas como pago de una parte de la ficha, “porque el único sitio donde Coque tiene que meter goles es aquí”, comentaba altiva y desafiante, señalándose entre sus ingles.

Rehacer su vida

Tras dos años de una tortuosa relación de celos y broncas, el romance entre Coque y Lola Flores terminó cuando la cantante se enamoró del guitarrista Antonio González, ‘El Pescadilla’, con el que se casaría. La mujer de Coque le perdonó y el jugador intentó rehacer su vida regresando a los campos. En 1957 fichó por el Granada C. F., pero no contaron mucho con él. Luego fue a su club de toda la vida, el Real Valladolid, donde colaboró en un nuevo ascenso a Primera, aunque no rindió como se esperaba, y después llegó a Santander. En el Racing volvió a brillar, junto a una delantera formada por Zaballa, Sampedro, Galacho, Coque y ‘Yosu’, con la que los montañeses subieron a Primera División en 1960. Coque marcó aquella temporada nueve goles para contribuir al último éxito de su carrera deportiva. Y así terminó su huida, porque huir fue la única victoria posible ante el torrente de deseos incontrolables que atan la voluntad, arruinan la razón y provocan el último suspiro de la sabiduría.

viernes, 7 de abril de 2017

La llegada a España de Mr. Pentland

Mr. Pentland (Dibujo de Pastrana)
Cuando el Racing nació, él moría como futbolista en el Halifax Town F. C. Aún tendrían que pasar varios años para que el destino uniera a ambos en una empresa que convertiría al conjunto cántabro en un verdadero equipo de fútbol. Pero hasta entonces, tendría que esperar a que su frase favorita quedara grabada en la carne de su experiencia: “Los teams, como los caracteres, se forman en las derrotas, no en los éxitos”.

Frederick Beaconsfield Pentland (Wolverhampton, 1883-1962) tuvo muy mala suerte cuando decidió emprender la aventura de entrenar. Conocía a la perfección una metodología ignorada en prácticamente todo el mundo, así que tras colgar las botas, dejó las islas para enseñar lo que más sabía, jugar al fútbol. Había sido jugador, entre otros equipos, del Queens Park Rangers F. C., donde llegó a ser internacional con Inglaterra. Allí aprendió que el carácter es el diamante que talla al resto de las piedras de nuestra personalidad. Así que con ese prestigio y conocimiento, aceptaría la aventura de preparar a la selección de Alemania para acudir a los Juegos Olímpicos de 1916. Llegó a Berlín en 1913, y al año siguiente, el archiduque Francisco de Austria fue asesinado en Sarajevo. En pocas semanas, la mayor parte de los países del viejo continente estaba en guerra y Alemania era enemiga acérrima de Inglaterra. Su nacionalidad le condenó y quedó preso durante cuatro años para convencerse, entre el resto de los prisioneros, de que el talento se hace en la soledad, y el carácter en las tempestades del destino.

Seleccionador de Francia en Amberes (1920)

Liberado tras el fin de la Gran Guerra, marchó a Francia a entrenar al A. C. Strasbourg, y su trabajo fue reconocido por la Federación Francesa de Fútbol, proponiéndole dirigir a su selección nacional para competir en los Juegos de Amberes de 1920. Y allí se gestaría su llegada a Santander. Fue una casualidad. Pentland pasaba largos ratos hablando con uno de sus jugadores, René Petit, entonces futbolista del Real Unión Club de Irún, que a su vez era amigo de Pagaza, jugador racinguista que había sido seleccionado con el equipo español. Los tres tenían en común que hablaban inglés, y durante sus charlas, Pagaza convenció a Pentland para que fichara por el club santanderino para el siguiente año. El inglés, que sentía cierta atracción por España, aceptó inmediatamente.

Mr Pentland llegó a la estación de ferrocarril de Santander el 6 de abril de 1921, con su traje oscuro, su bombín, su puro, y vistiendo unos guantes blancos. Tenía 37 años y era el prototipo de ‘gentleman’, con una exquisita corrección en el saludo, en la conversación y en el trato con los jugadores. Pero también era inflexible con los días, con los horarios y con la intensidad de los entrenamientos. Jamás hubo tanta disciplina en el Racing. Incluso exigió a los jugadores que se cuidaran en sus vidas privadas. Entre los escritos que publicó en la prensa, probablemente ayudado con las traducciones de Pagaza, defendía que “un jugador puede pasar todo el día entrenándose y desentrenándose por la noche y nunca estará así en condiciones de ser un buen futbolista”. No necesitaba gritar para imponer sus criterios. Se vestía de corto y enseñaba su magnífico toque de balón para convencer a sus pupilos.

El sentido colectivo

El Racing consiguió adquirir un verdadero sentido colectivo y convirtió el desmarque en el fundamento del juego de ataque. También insistía en mejorar la técnica individual de sus hombres, enseñando la forma de controlar el balón y disparar con fuerza, acciones básicas para los cambios de juego de banda a banda que eran una práctica que pretendía imponer en sus equipos.

Mr. Pentland dedicó una especial atención a la cantera, preocupándose personalmente por el equipo filial. Pero las cosas buenas siempre duran poco. Tenía la obsesión de que cada jugador debía adaptarse a todos los puestos, de tal manera que los cambiaba constantemente de posición. Aquellas costumbres ponían nerviosos a los aficionados y no gustaba demasiado a la directiva que finalmente dudó en renovarle, aunque la verdadera razón de su marcha era el alto precio de su salario, mil pesetas al mes, que había obligado a los socios a desembolsar cuotas extraordinarias. Fue el dinero mejor invertido del club en toda su historia.

Cuando el Racing nació, él moría como futbolista en el Halifax Town F. C. Años después, cuando llegó a Santander, los Campos de Sport se convirtieron en una academia de conocimientos y de disciplina que sólo su autoridad fue capaz de imprimir en aquellos jugadores con talento, pero carentes de esa singular condición que permite identificar a quienes carecen de ella. Porque formó su carácter y convirtió a aquellos chiquillos en uno de los equipos más potentes del Campeonato del Norte. Su frase favorita, aquella de que “Los teams, como los caracteres, se forman en las derrotas, no en los éxitos”, se quedó para siempre en Santander para apoyar el impulso de las futuras victorias.

sábado, 25 de febrero de 2017

El Racing del himno de Riego

Firmes y alineados ante las autoridades, Solá, Pico, Mendaro, Ceballos, Baragaño, Larrinoa, Santi, Ibarra, Óscar, Larrínaga y Cisco intentan cantar en el campo del Velódromo de Vincennes con la misma entereza que sus rivales del Wolverhampton Wanderers de Birmingham. Un cronista español afirmaría de los ingleses que “escucharon el Dios salve al Rey, rígidos, religiosos, como una tripulación sobre la cubierta de un acorazado”. Más inseguros y disonantes, la mayor parte de ellos improvisando sonidos que disimulaban el desconocimiento de la letra, los racinguistas, apoyados por un disco que trajeron a requerimiento telegráfico de los organizadores, lograron entonar aquel nuevo himno: “Soldados, la patria/ nos llama a la lid,/ juremos por ella/ vencer o morir…”.

Subcampeones

Hacía poco más de un mes que estos mismos jugadores se habían proclamado subcampeones de Liga. Lástima de aquel triple empate que les colocó detrás del Athletic Club de Mr. Pentland. Entonces el equipo se pronunciaba con cierto aire solemne y señorial: Real Racing Club, pero el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, y las cosas cambiaron.

El Torneo Internacional de París

Había más de diez mil personas en el velódromo que sabían que el equipo favorito del Torneo Internacional de Fútbol de la Exposición Colonial de París era precisamente el conjunto inglés. También participaban, además del Racing santanderino, el First de Viena F. C. (Austria), el Royal Antwerp F. C. (Bélgica), el Urania Ginebra Sport F. C. (Suiza), el S. K. Slavia de Praga (Checoslovaquia), el Club Français (Francia) y el Racing Club de París, equipo organizador junto con los diarios ‘Excelsior’ y ‘Le Petit Parisien’. Pero los ingleses eran los ingleses. Los jugadores cántabros no se dejaron impresionar por la reputación y profesionalidad de sus adversarios, aunque éstos parecían desenvolverse en el aguacero del campo mucho mejor. En uno de sus avances, el delantero centro del Wolver, Hartill, fue objeto de un claro penalti que lanzó Lawton, pero el portero racinguista, Cristóbal Solá, despejó el disparo enviando el balón a córner. El público, que parecía frío y distante, comenzó a aplaudir y a entusiasmarse, dando muestras de claras simpatías por los españoles. En la banda derecha, Santi comenzó a internarse con cierta facilidad, aunque Óscar, el delantero centro, era el hombre más peligroso del Racing y el que más murmullos levantaba cuando tocaba la pelota. El gol se presentía, y llegó tras una bella ofensiva conducida por Óscar que culminó Larrínaga rematando raso y cerca del poste. Antes de que se llegara al descanso, Óscar hizo gala de la potencia de su chut anotando otro tanto. En la segunda parte, los ingleses fueron más ofensivos y acortaron distancias gracias a un gol de Bottril. Pero los racinguistas consiguieron equilibrar los empujes de sus rivales y a falta de cinco minutos para el final, una mano del defensa Lawton provocó otro penalti que Baragaño aprovechó para establecer el tres a uno.

Excelentes críticas

El periodista del diario Excelsior de París, André Glarner, escribió una crónica donde decía que los santanderinos habían hecho “el mejor fútbol que nunca se había visto en París”, y el presidente del club inglés, durante el lunch que posteriormente organizaría ‘Le Petit Parisien’, con la presencia del máximo dirigente de la Federación Internacional, Jules Rimet, afirmaría que “ha ganado el mejor pero, con franqueza, ni remotamente suponíamos la clase de que el Racing de Santander ha dado muestras”.

El Racing de la joven República española había causado excelentes impresiones entre los críticos internacionales el mismo día en que por primera vez se mostraba en el extranjero su bandera tricolor. Fue un equipo de Santander el que se encargaría de izarla victoriosa aquella tarde parisina del domingo, 8 de junio de 1931, aunque sus jugadores sólo supieron cantar el himno de Riego jugando, sobre la hierba mojada, “serenos, alegres, valientes, osados…”, logrando con su fútbol que se les contemplara como “los hijos del Cid”.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El origen de la galerna

Paco Gento con el equipaje del Racing
El tiempo es la goma de borrar más incisiva y eficaz. Pero algunos nombres parecen estar escritos con tinta indeleble, y más que escritos, esculpidos en piedra, prolongando la grandeza de sus hazañas por los siglos de los siglos… Sólo el viento y el agua son capaces de poner en duda la entereza de tanta solidez, aunque hay recuerdos, como el de Paco Gento, que se han aliado con la lluvia y el viento para permanecer y permanecer.

Fue el ganador de seis Copas de Europa, fue el mejor extremo del mundo, y aunque los tiempos del marquesado de Vicente del Bosque hayan amenazado su hegemonía, sigue siendo el futbolista español más laureado de la historia. Qué fácil es deleitarse con tanto éxito apegado al Real Madrid. Pero la galerna más súbita y arrasadora que haya pasado por los campos de fútbol, también tuvo su origen modesto y apacible…

Su endiablada velocidad

Francisco Gento López nació en Guarnizo, en el seno de una familia donde el fútbol no era desconocido, no en vano, su padre, Antonio Gento, fue uno de los primeros jugadores de la Cultural Deportiva Guarnizo. Cuando tenía siete años de edad, Francisco obtuvo su primer éxito deportivo en una carrera de velocidad organizada por el Frente de Juventudes de Guarnizo, y desde los doce años, cuando comenzó a jugar en el Frajanas una serie de competiciones domésticas, esa endiablada velocidad le acompañaría siempre en los terrenos de juego. Tres años después, ya formaba parte de la A. D. Nueva Montaña y al año siguiente, en 1950, se integró en la S. D. Unión Club.

Carácter rebelde

El Racing no podía dejarle escapar y le incorporó al Rayo Cantabria, donde tuvo que falsificar su ficha para poder jugar, ya que aún no había cumplido los 18 años. No se arrugaría al dar el salto desde juveniles a Tercera División. Pocos saben del carácter rebelde e indómito de los inicios de Paco Gento. Siendo niño se escapó de casa desobedeciendo la prohibición de su madre, Prudencia, de no acudir a los Campos de Sport para ver un partido, y jugando en el Rayo, tuvo la osadía de protestarle indignado a su entrenador, Teto Sanz, por no alinear a su primo, Mendi, en un encuentro disputado en Navarra, contra el Izarra. Y recibió una lección, porque Mendi jugó a costa de Gento que se quedó en el banquillo. Pero Gento no era carne de banquillo. Ya había comenzado a tomar carrerilla y se mostraba imparable. En pocos meses era la gran promesa del fútbol cántabro y su debut en el Racing se daba por hecho. En las entrevistas en la prensa se sentía seguro de sí mismo cuando afirmaba que no tenía ningún tipo de complejos por jugar en Primera. “Con la misma serenidad que actué por primera vez en el Rayo cuando llegué de Los Barrios, estoy seguro que jugaría en un club de más categoría”, afirmaba con la “veteranía de un bisoño” en una entrevista realizada en 1952. Tres meses después de estas declaraciones, el 22 de febrero, Gento vestía la camiseta del Racing en Primera División en Los Campos de Sport, frente al C. F. Barcelona que contaba con la reaparición de Ladislao Kubala, después de una lesión. 

Catorce partidos

Qué poco duró Gento en el Racing. Tenía un contrato de cinco temporadas, pero sólo jugó catorce partidos. Fueron catorce partidos de un juego de extremo tradicional, siempre pegado a la banda izquierda, rápido, valiente (nunca volvía la cara) y sobre todo potente, mucho más de lo que insinuaba su presencia física. Su regate en carrera tumbaba a los rivales, su ‘dribling’ era seco, cortante y su explosiva salida, siempre sacaba ventaja en los primeros metros. Años después, un zaguero del Manchester United, añadiría otra de su terrible característica: “Gento corre mucho, pero lo peor es cómo se para”.

El tiempo es la goma de borrar más incisiva y eficaz. Pero Paco Gento se escribe con tinta indeleble, tinta de viento y lluvia que sigue azotando el recuerdo futbolístico, como la galerna que definió su fútbol de arranque, soplando vigorosa en los campos de Europa y América, pero originada en la calidez apacible de Guarnizo: con su madre y sus hermanas María Antonia, Consuelo y María Belén; en el ambiente de fútbol de su padre y hermanos menores, Julio y Antonio, que también serían futbolistas del Racing; y en el oleaje de catorce partidos que revolvieron la atmósfera para desatar un fenómeno deportivo-meteorológico e inolvidable.
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