Caer es sucumbir en el combate contra la gravedad, dejarse llevar por esa fuerza misteriosa que nos ata a la tierra y reconocer nuestra naturaleza de dioses expulsados de un cielo que nunca conquistamos, aunque hubo alguien que casi lo logró, a puñetazo limpio.
Nacido en la localidad guipuzcoana de Aizarnazabal el 14 de mayo de 1943, José Manuel Ibar Azpiazu se crio en el caserío Urtain, de donde adquirió el apodo con el que se hizo célebre. Era un chaval rebelde que a los 11 años se escapó del internado de los Jesuitas de Tudela, así que en vez de estudiar prefirió trabajar en diversos oficios pero practicando varias modalidades de deporte rural. Gracias a su enorme fortaleza física se hizo famoso como cortador de troncos y levantador de piedras, llegando a alzar bloques de 250 kilos y batiendo el récord de levantamiento de piedra de 100 kilos en nada menos que 192 veces.
Tosco y sin técnica
Cuando el empresario donostiarra José Lizarazu le conoció, quedó impresionado por su fuerza descomunal y le propuso dedicarse al boxeo. Aquello cambiaría su vida. Era tosco, sin técnica, pero sus brazos eran armas de destrucción masiva. Su primer rival le duró 17 segundos y el resto eran retirados del ring en camilla o conmocionados. Combate a combate, su nombre empezó a sonar acompañado de un marketing de éxito apoyado por los medios de comunicación, aunque también se rumoreaba que sus peleas estaban amañadas. Pero entre tantos detractores, surgían cada vez más los admiradores de su fortaleza que en los años setenta le convertirían en un fenómeno de masas.
La culminación
La culminación de todo el proceso llegaría dos años después de su primer combate. El cuadrado de lona rodeado por doce cuerdas se ubicó en el Palacio de los Deportes de Madrid. Era la noche del 3 de abril de 1970. Allí había llegado, en olor de multitudes y con la contundente trayectoria de 27 combates y 27 victorias por K.O. el invencible y contundente boxeador guipuzcoano que con algo más de 84 kilos estaba dispuesto a conquistar el título de campeón de Europa de los pesos pesados. Su rival era el alemán Peter Weiland. El país se paralizó por aquel combate. Dicen que algunas entradas de la primera fila se vendieron a 50.000 pesetas, cuando el salario medio en aquel entonces era aproximadamente de 20.000. Cuando sonó la campana, las puertas del cielo se abrieron para mostrar su umbral y las voces de miles de espectadores: “¡Ur-tain!, ¡Ur-tain!, ¡Ur-tain!”.
El combate por el título
Todo marchaba muy bien para Urtain que sin embargo no era capaz de dosificar el esfuerzo y se desgastaba poco a poco en la potencia de unos golpes que no siempre llegaban a su destino. Por su parte, el alemán encajaba bien y parecía que estaba esperando la oportunidad del cansancio de su rival. El ritmo de Urtain desfallecía con el paso de los asaltos. En el cuarto, ambos recurrieron a la confusión de los abrazos del cuerpo a cuerpo para tomar respiro, y en el quinto, Weiland pegó en corto son su izquierda, Urtain no pudo esquivar, agachó la cabeza y recibió un castigo que le apagó su movilidad. Acostumbrado a terminar las peleas demasiado pronto, flotaba en el ambiente la duda de si el español podría aguantar más. Pero en el séptimo, acaso consciente de la situación, Urtain echó el resto de su energía, atacó duro con ambos puños, envió a Weiland contra las cuerdas y sus golpes le hicieron doblar la rodilla y tambalearse. Cuando el árbitro terminó la cuenta y declaró ‘Knock-out’, Urtain brincó de alegría porque ya era el nuevo campeón continental.
El declive
Pero Urtain no pudo entrar en el cielo. Perdió el título poco después en Wembley frente al británico Henry Cooper, y aunque lo recuperó posteriormente, su declive ya había empezado. Con un palmarés de 68 combates, con 53 victorias (41 de ellas por K.O.), 11 derrotas y 4 nulos, la gravedad del éxito mal gestionado le arrastraría a una ruina que no pudo encajar. Derrochador, mujeriego, bebedor... Probó con la lucha libre y varios negocios que le sumieron en el fracaso. Agobiado por los acreedores, los amigos le dieron la espalda y su esposa (la segunda) le abandonaría llevándose a sus hijos. Cuando la casera de su piso de la calle Fermín Caballero de Madrid vino a pedirle las llaves para echarle, José Manuel Ibar Azpiazu se dejó llevar por esa fuerza misteriosa que nos ata a la tierra. Fue su último combate y se lanzó al vació desde el décimo piso. Fue el 21 de julio de 1992. Dicen que con Urtain también quedó aplastada la edad de oro del boxeo español y que desde entonces nadie entrará en el cielo a puñetazo limpio.