Gerardo Diego |
Sólo es un objeto esférico que encierra una porción de aire, pero también es un invento mágico que alguien hizo volar para esparcir su incesante llamada de búsqueda y dominio. No importará demasiado discutir sobre quién pateó una pelota por primera vez, o en dónde, o si la pelota en cuestión era de cuero relleno de estopa, de paja y cáscaras de granos, de vejiga de buey, de relleno de crines o de caucho. Lo importante es que, con un perímetro de unos setenta centímetros, es capaz de cautivar a millones de seres en todos los continentes.
Hay una hermosa frase del poeta galés Dylan Thomas, que me ayuda a introducirme en un fútbol de hace más de cien años: “La pelota que arrojé, cuando jugaba en el parque, aún no ha tocado el suelo”.
Tampoco ha terminado el partido en el que Gerardo Diego lanzó su balón de fútbol sobre los Arenales de Maliaño, un espacio surgido en Santander durante los primeros años del siglo XX, cuando las dragas de la bahía escupían arena cubriendo marisma. Aún no se había creado el Racing, pero algunos de los muchachos que más tarde se reunirían en la Plazuela de Pombo para fundar el club, ya jugaban en este lugar donde, como si fueran conquistadores de un nuevo mundo, marcaron sus huellas y porterías (con montones de ropa o palos hincados en el terreno), los primeros futbolistas de la ciudad. Entre aquellos futbolistas es muy probable que estuviera Gerardo Diego, que retuvo en su memoria aquel lugar de su niñez donde los equipos se batían con tanto entusiasmo juvenil. De aquellas vivencias alrededor de un balón de fútbol surgiría el poema incluido en su obra ‘Mi Santander, mi cuna, mi palabra’ cuyo título es “El balón de fútbol”.
Los Arenales
En 1906, Gerardo Diego ingresó en el Instituto General y Técnico de Santander, actual Instituto de Santa Clara, donde estudiará los seis años de bachillerato. En ese tiempo, las dragas de la Junta de Obras del Puerto ya habían comenzado a crear los Arenales de Maliaño, situados en las inmediaciones de la actual calle Marqués de la Hermida, cerca del antiguo edificio de Tabacalera que hoy es Archivo Histórico y Biblioteca Central de Cantabria, y que irían extendiéndose hasta el Parque de la Marga, antaño asentamiento de una fábrica de maderas. Era un suelo perfecto para jugar al fútbol, amplio y más cercano al centro de la ciudad que La Albericia o El Sardinero, con mejores opciones para que la lluvia no almacenara charcos debido a su suelo arenoso, y con el atractivo de que era un lugar público, sin uso y muy accesible, y por lo tanto, más cómodo y barato que atender el trámite de una autorización o alquiler. De esta manera, se convirtieron en los campos preferidos de los equipos infantiles y modestos.
Aquellos equipos
Algo más de una docena de equipos, en los que se agrupaban estudiantes, vecinos de barrio, dependientes de comercio o aprendices de talleres que se retaban los domingos a jugar, frecuentaban los Arenales de Maliaño en 1907. Ese mismo año se creó el Santander F.C, de mayor entidad, que puso sus miras en el campo de la península de la Magdalena, aunque también acostumbraba a jugar en Los Arenales. Los partidos de los equipos modestos disponían de diversos niveles de formalidad que se pactaban antes del comienzo, afectando al número de jugadores (no siempre eran de once contra once) o a las dimensiones y líneas reglamentarias que, surcando la tierra arenosa, se marcaban con palos o estacas. Los mismos jugadores mandaban retos y crónicas a los periódicos locales, y gracias a su publicación podemos constatar el dinamismo futbolístico que estos campos imprimieron a la ciudad durante décadas.
Con este ceremonial jugaban en Los Arenales equipos como la Recreativa, la Tierruca, la Sportiva España, la Comercial, la Camelia, la Escolar, la Montaña, el Piquío o el Plazuela, mencionados los dos últimos en la poesía de Gerardo Diego. Uno de estos equipos, el Plazuela, que reunía a los mozalbetes que vivían en torno a la Plaza de Pombo, nos conduce al comienzo de la historia del Racing, ya que, como ocurría con la Escolar, jugaban chavales que, amantes de las palabras inglesas que revoloteaban el ‘foot-ball’, muy pronto serían fundadores del ‘Santander Racing Club’.
El canto al balón de la infancia
Gerardo Diego nos dejó constancia de aquel fútbol con su canto al balón, un balón perseguido con rimas de infancia y recuerdo, trotando con octosílabos, salpicado de anglicismos, percibiendo olores y organizando un partido de siete contra siete. Entre sus versos hay patadas, inconvenientes, estrategias y hasta un famoso café de tertulia, el Royalty, acaso introducido por la exigencia de la rima, y que albergaba tres famosas tertulias, entre ellas la deportiva del Catastrófico, futuro embrión de las primeras peñas racinguistas. También hay un montón de añoranza y énfasis en aquellas emociones esperando la llegada del jugador que portaba la pelota. Eran instantes donde “tener un balón” significaba poder gozar y repartir el gozo multiplicándolo en el juego:
“Tener un balón, Dios mío.
Qué planeta de fortuna.
Vamos a los Arenales:
cinco hectáreas de desierto,
cuadro y recuadro del puerto…”
Sólo es un objeto esférico que encierra una porción de aire, pero también es un invento mágico que alguien hizo volar para esparcir su incesante llamada de búsqueda y dominio. Muchos de nosotros continuamos persiguiendo aquel balón que Gerardo Diego soltó sobre los Arenales de Maliaño.