Las leyes guardan silencio cuando surgen las armas. Por eso no se escuchaba ni una mosca durante aquella reunión de la Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de Fútbol. El general José Manuel Núñez, Jefe de Policía de la ciudad de México y dueño del Atlante, uno de los más importantes clubes del país, dejó hablar con aparente tranquilidad al portavoz de la comisión de la Liga Mayor argumentando que la suspensión del jugador del Club Asturias era irrevocable. Fue entonces cuando el revólver colt 45 salió de la funda del general y con un ruido contundente, se posó encima de la mesa.
El escritor George Orwell decía que el deporte es una guerra sin armas, y así es en la mayoría de las veces. Pero siempre hay excepciones, porque en México se jugaba al fútbol con negociaciones literalmente bélicas. Y a México había llegado Fernando García Lorenzo (El Astillero, 1912-1990), huyendo de la España de 1936, en la que los deportistas tuvieron que coger las armas para dedicarse a la guerra verdadera.
Sus comienzos en El Astillero
Nando García fue un jugador con un poderío físico extraordinario. Derrochaba sus facultades por el campo con una exquisita técnica y calidad. Comenzó a jugar en el Unión Club y en 1931 se incorporó al Racing. Tras ser cedido al Sestao Sport, regresó al conjunto santanderino en 1933 para convertirse en el motor del centro del campo racinguista. Fue uno de los mejores medios de España y por eso el seleccionador nacional, Amadeo García de Salazar, pensaba llevarle en 1934 al Mundial de Italia, aunque una lesión se lo impidió. Tras su recuperación no perdió fuelle y debutó en la selección en 1936, en el estadio Metropolitano de Madrid, ante Austria. Al final de esa temporada fue fichado por el F. C. Barcelona, que entrenaba Patrick O’Connell, técnico que anteriormente había dirigido al conjunto cántabro y conocía de primera mano las referencias del futbolista. Poco después, estalló la guerra y se marchó de gira con su nuevo equipo, recorriendo ciudades como París, La Habana, México, Nueva York y Buenos Aires, estableciéndose finalmente en México, donde se convertiría en uno de los mejores jugadores de su época.
En México y el puñetazo al 'silbante'
Fichó con el Club Asturias de México durante la estancia del F. C. Barcelona en Nueva York, y en 1939 contribuyó de forma decisiva a ganar el campeonato de Liga. Su calidad y fortaleza física resaltaban en los campos de fútbol mexicanos. García no daba por perdido un balón, se entregaba al máximo en cada encuentro y protegía la pelota con los brazos de una forma muy peculiar, semejando las alas de un ave rapaz. Por eso los periodistas comenzarían a apodarle ‘El Gavilán’. Sin embargo, el compromiso emocional y las ganas que el astillerense proyectaba en cada partido destaparían su grave defecto de no acatar con disciplina las decisiones de los árbitros, con quienes tenía la costumbre de discutir, a veces de forma insistente. En uno de los partidos de Liga de 1939, el colegiado, otro español de nombre Filiberto de la Osa, que ya conocía a García de la Liga española, fue intolerante con las protestas y la discusión terminó con el cántabro agrediendo al “silbante” con un puñetazo que le noqueó. El castigo impuesto fue de un año sin jugar.
En la Jefatura
Poco después de anunciarse el castigo, la policía se personó en el domicilio de García para llevarle a la jefatura. ‘El Gavilán’ entró en el despacho del comisario con preocupación, pero el general Núñez le recibió con una amplia sonrisa y le propuso que fichara por su equipo, el Atlante, y que a cambio se encargaría de retirar el castigo que pesaba sobre su conducta. Nando García aceptó y el general Núñez esgrimió en su rostro otra amplia sonrisa, la misma con la que retiró su revólver colt 45 de la mesa de la Comisión Disciplinaria de la Federación, después de que todos sus miembros (algunos de ellos pálidos y sudorosos) aceptaran retirar el año de suspensión al jugador español.
Fernando García hizo que el Club Atlante fuera campeón de la Copa mexicana en su primera temporada (1940). Luego su fama se extendería por Argentina, jugando en el C. A. Vélez Sarsfield (1940-41) y en el C. A. San Lorenzo de Almagro (1941-42). Tras su experiencia argentina regresó al Atlante (1942-44) y después jugó en el Real España (1944-45), donde consiguió otro título liguero con su antiguo compañero en el Racing, Enrique Larrínaga. Volvería a España para cumplir su compromiso con el Barcelona en 1946, pero una lesión le hizo hacer las maletas para viajar a México, donde continuó en el España (1947-50), colgando las botas en el Marte (1950-51).
Quizás el deporte, como decía Orwell, sea una guerra sin armas, aunque con excepciones, porque en México se jugaba al fútbol con negociaciones literalmente bélicas, donde los argumentos que se ponían en la mesa pesaban menos que el revólver de un general. Por eso las leyes guardan silencio cuando surgen las armas, porque ellas son, a pesar de todo, la forma más temible e imperativa de autoridad.