Los corredores ya se han dispersado en ese goteo de sufrimiento que es subir en bicicleta un exigente puerto de montaña. Y no es una ascensión cualquiera. El grupo, un modesto equipo de aficionados, se prepara para las próximas competiciones, y nada mejor para probar las fuerzas que afrontar el reto de la ascensión del puerto de El Escudo.
Por Entrambasmestas, cuando se abandona la compañía del río Pas, la carretera, con tramos de tierra y piedras sueltas, comienza a elevarse con una sucesión de rampas aliviadas por breves descensos. Pero al llegar a Los Pandos, el dolor comienza a impedir el bello contemplar del paisaje con las cabañas pasiegas y se hace insoportable después de pasar por el puente del río Selviejo. La respiración se acelera mientras la cadencia del pedaleo se hace más pesada y pausada. Hay que continuar levantándose del sillín para responder a esos porcentajes con cotas entre el 15 y el 20 por ciento. El ciclista más rezagado, el que más sufre la tortura de la lucha contra la gravedad, ha podido observar durante las cerradas curvas que otro grupo se está acercando. Enseguida los reconoce. Son los hermanos Trueba. Cree distinguir a Fermín, a Manuel, a Victorino… No puede identificar al resto. Quizás también esté la gran figura, Vicente, ‘La pulga’, el famoso héroe del Tour y con él una extraña estampa que incluso parece una mujer… parece… ¡No puede ser! ¡Es una mujer!
Una mujer subiendo El Escudo
En tiempos en los que no existían pruebas ciclistas femeninas en España, la única mujer capaz de subir El Escudo sólo podía ser una Trueba, porque Carmen y Avelina fueron tan aficionadas al ciclismo como el resto de sus hermanos, a los que solían acompañar pedaleando. Además, Carmen Trueba Pérez (Torrelavega, 1910-2016) gozaba de una merecida fama de escaladora y no era la primera vez que ascendía El Escudo. Aunque no podía competir, estaba implicada en las pruebas como ‘aguadora’, colocándose en lugares estratégicos para atender al avituallamiento de sus hermanos, y nunca renunciaba a acompañarles en bicicleta durante los duros entrenamientos a los que se sometían.
No sabemos si Carmen había oído hablar de Alfonsina Strada, la única mujer que en 1924, con 33 años, llegó a competir en un Giro de Italia y también única que ha corrido una Gran Vuelta. En aquella hazaña, siempre se mantuvo en la cola del pelotón, soportando las burlas del resto de los ciclistas, además de las caídas, tempestad de granizo, lluvias, vientos, pinchazos y roturas de manillar que sufrió en algunas etapas. Se hizo tan popular, que la dejaron continuar a pesar de que entró fuera de control en la séptima etapa, y aunque su nombre se retiró por esa causa en las clasificaciones oficiales, aguantó en la bicicleta durante todo el recorrido.
El ejemplo de sus hermanos
Pero en realidad, Carmen Trueba no tenía necesidad de conocer la historia de la heroína italiana. Tenía el ejemplo de sus hermanos, en especial el de Vicente, que en el Tour de 1933 dejaría fuera de control prácticamente a todo el pelotón, circunstancia que obligó al organizador de la prueba a cambiar las normas, impidiendo de esta manera el legítimo triunfo del cántabro en la gran prueba francesa. Así que Carmen, amparada por esos genes invencibles, se dispuso a superar al rezagado. En su excelente libro sobre Vicente Trueba, ‘biciografía de un ciclista legendario’, Ángel Neila reseña esta anécdota de la hermana de Vicente Trueba subiendo El Escudo añadiendo que el “hombre joven, atónito ante lo que veía, le dijo que aflojara el ritmo porque se sentía avergonzado de verse superado por una mujer”.
No sabemos si aquel joven, que más que nunca goteaba de sufrimiento, había oído hablar de Alfonsina Strada y de las burlas que tuvo que soportar en aquel Giro de 1924. Pero en realidad no importaba. Porque a quien no olvidaría nunca fue a Carmen Trueba, a quien intentó seguir la rueda durante unos instantes, hasta que ella miró hacia atrás, le dedicó una sonrisa y acelerando le dejó con su soledad de hombre “avergonzado de verse superado por una mujer” y masticando una gran lección de humildad y de reconocimiento al mérito sin distinción de sexos, mientras Carmen Trueba Pérez ensombrecía la hombría del corredor y conquistaba la cima.