Fue el título de una de sus obras, ‘Plenitud’ (1946). Su autora gritó entre sus renglones contra la rutina, el tópico, el adocenamiento y los hábitos retrógrados. Prototipo de mujer moderna, independiente y progresista, Lilí Álvarez (Roma, 1905-1998) aseguraba que “el estudio o la cancha son las puertas por las cuales se sale al universo”. Y con sus triunfos deportivos e inquietudes culturales se forjó un universo pleno donde supo imponer la defensa de la mujer con la exquisitez de la elegancia.
Brillante tenista, patinadora, automovilista y esquiadora, Lilí Álvarez fue también escritora, periodista y defensora de los derechos de la mujer. De familia de burgueses y aristócratas, nació en el hotel Majestic de Roma durante un viaje de placer de sus padres y fue una mujer cosmopolita que ayudó a cambiar los esquemas mentales de una sociedad en la que las mujeres estaban supeditadas a ser madres y esposas. Y lo consiguió sobresaliendo en el campo más masculino, el deportivo.
Su padre le introduciría en el deporte en la Suiza alpina, donde vivió su infancia debido a la delicada salud de su madre. En la estación de Saint-Moritz aprendió a esquiar y a patinar sobre hielo, consiguiendo la medalla de oro internacional en esta última modalidad. Cuando su familia se trasladó a vivir a la Riviera francesa, en 1923, se produce su despegue tenístico, ganando diversos torneos, alguno de ellos jugando con el rey de Suecia, Gustavo V. Fue la primera mujer española, junto a su pareja deportiva, Rosa Torras, en participar en unos Juegos Olímpicos, concretamente en París (1924). Además de dobles de féminas participó en individual y en dobles mixtos, haciendo pareja con Eduardo Flaquer y consiguiendo en ambas categorías el quinto puesto.
En Wimbledon
Pero su celebridad internacional la obtuvo en su participación en el torneo de Wimbledon, donde fue finalista en 1926, 1927 y 1928. En la primera ocasión, con los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en el palco de honor, estuvo a punto de ganar a la británica Kitty McKane Godfree, pero como ella misma decía “se me fue el santo al cielo”. En las siguientes finales no pudo hacer nada con la poderosa número uno de la época, la norteamericana Helen Wills.
Atrevida e intrépida en la vida, también en la cancha exponía su temperamento. Su juego más característico era el de avanzar a la red para jugar de volea. En 1929, haciendo pareja con la holandesa Kornelia Bouman, ganó el título de dobles en Roland Garros.
Vestía modelos de Chanel y la gente se agolpaba para verla cuando entraba en un restaurante o en una tienda debido a su estilo y popularidad. En 1931 conmocionó el mundo del tenis jugando en Wimbledon con una falda de tenis blanca dividida en dos, diseñada por Elsa Schiaparelli, la precursora de los pantalones cortos femeninos.
Aristócrata y escritora
En 1934, se casó con el conde de Valdéne, el francés Jean de Guillard. Pero en 1939 perdió a su único hijo y la pareja se separó. Luego volvió a España donde continuó activa en los deportes, siendo campeona de esquí en 1940. No congenió con el régimen de Franco y comenzó su actividad literaria y cultural. Renacentista del siglo XX y mujer de vanguardia, su trayectoria intelectual está jalonada con obras como ‘Plenitud’ (1946), ‘En tierra extraña’ (1956), ‘El seglarismo y su integridad’ (1959), ‘Feminismo y espiritualidad’ (1964), ‘El mito del amateurismo’ (1968), ‘Mar adentro’ (1977), ‘Mi testamento espiritual’ (1985), ‘La vida vivida’ (1989) y ‘Revivencia’ (1993). También fue corresponsal de la prensa inglesa y colaboradora de revistas y diarios de Madrid y de Barcelona. En sus textos fue crítica con el afán mercantilista del deporte al olvidarse del aspecto formativo y humano. Acuñó el término de “parejismo” como una fase más avanzada y conciliadora del feminismo (basado en la confrontación) que identificó con la verdadera igualdad. Ofreció una trayectoria coherente con la defensa de un humanismo espiritualista y defendió la plenitud como proceso formativo hacia la perfección por medio de la mística, la sencillez y la humildad.
Fue el título de una de sus obras, ‘Plenitud’. Allí gritó Lilí contra la rutina, el tópico, el adocenamiento y los hábitos retrógrados. Sus triunfos deportivos e inquietudes culturales le forjaron un universo donde supo imponer la defensa de la mujer con la exquisitez de la elegancia. A los 93 años de edad, en Madrid, se fue a la red y colocó una media volea sensacional para cerrar una vida plena “que siempre entendió como un partido de tenis, en el que no valía la pena quedarse en el fondo de la pista”.