Mirín Martínez (derecha) se proclama campeón ante Echevarría |
El destino de los dioses tiene caprichos inexplicables. Cuando alguien le propuso hacerse una foto cargando con cinco púgiles del gimnasio, a Casimiro Martínez Iñarra (Cos, 1944) se le otorgó el apodo del dios de la fuerza. ‘El Hércules de Cos’ le llamaron. Y con ese poderío se marcó el camino de su carrera deportiva.
Es sábado, 12 de marzo de 1973. Cerca de su pueblo natal, donde aún se le venera como gran ídolo deportivo, Mirín Martínez está a punto de culminar su trayectoria como profesional. Formado y pulido en el gimnasio torrelaveguense de Pepe Ungidos y luego en Madrid con los entrenamientos del famoso Kid Tunero, Mirín se ha convertido en uno de los boxeadores más prometedores de los pesos pesados españoles. Ganó como aficionado el Campeonato de España en 1969 y 1970 y tras derrotar el 28 de octubre de 1972 al veterano Mariano Echevarría, en un combate celebrado en la bolera cubierta del Santiago Galas, en Ontoria, se convirtió en campeón de España profesional. Pero la reválida de un campeón se obtiene defendiendo el título, y ese día ha llegado con un rival temible, el navarro Lucio Urtasun.
Su padre, el gran admirador
Todos están preocupados por el rival. En toda su carrera deportiva, Mirín jamás había perdido por K.O., hasta que en Bilbao, hacía unos meses, Urtasun le tumbó en la lona. El púgil de Urdiaín, con una pegada demoledora, inquietaba a Mirín y sobre todo a su padre, Casimiro Martínez Vélez, un ganadero de Cos y caminero de la Diputación Provincial que era el primer admirador de su hijo. Cuando sus labores se lo permitían, acudía a las veladas donde peleaba su hijo, hasta que al descubrirle una dolencia cardíaca, le aconsejaron que no presenciara más combates. Pero aquel sábado don Casimiro no va a perderse el combate de la defensa del título de su hijo que también se celebra en Ontoria.
El combate
Como ocurrió el año anterior, el recinto deportivo estaba repleto. La llegada de los púgiles al ring estuvo ambientada por ruidosas exclamaciones. El campeón, Mirín, con una altura de 1,86 metros y 90 kilos de peso, se va a enfrentar a un aspirante de 102 kilos y una estatura bastante inferior. El combate se había pactado a doce asaltos y desde el comienzo, el púgil montañés plantea la pelea desde la precaución de vigilar el peligroso brazo derecho de su rival. La estrategia es moverse constantemente y bombardearle con la izquierda para rematar con la derecha. De esta manera, Mirín va sumando puntos en cada asalto. Su movilidad impide a Urtasun hacer valer su contundente pegada, y a medida que pasan los asaltos, el navarro se desespera buscando el golpe de fortuna, mientras que en el cuerpo a cuerpo, aprovecha para golpear antirreglamentariamente la nuca del cántabro. Al final, los jueces no dudan en dar la victoria a Mirín. Ganó once de los doce asaltos a los puntos. Cuando el árbitro catalán, Vicente Monrabal, levanta el brazo de ‘El Hércules de Cos’, su padre no puede evitar subir al ring para abrazar y felicitar a su hijo, junto con otros familiares y admiradores del campeón.
Las manos al pecho y la mueca de dolor
Pero de pronto, sumamente emocionado, don Casimiro se lleva las manos al pecho con una mueca de dolor y cae fulminado. Los brazos de Mirín amortiguan la caída. Enseguida se requiere la asistencia médica. Alguien se da cuenta de que no respira. José Luis Torcida, otro de los grandes boxeadores cántabros, intenta reanimarle con la respiración boca a boca y el masaje cardíaco. Pero don Casimiro no responde. Mientras los médicos intentan salvarle, el público se niega a salir del pabellón deportivo. Son minutos de enorme confusión, hasta que alguien comunica a Mirín que su padre ha fallecido. Aún con el torso desnudo y sudoroso, el gran triunfador de la noche se derrumba y no puede contener las lágrimas. Su rival, Urtasun, es uno de los primeros en acudir a consolarle con un abrazo.
El refugio de las traineras y la tentación de Urtain
Desde aquel día, Mirín no quiso saber nada del boxeo. Se refugió en las traineras, formando parte de la tripulación de la ‘San José’ de Astillero, hasta que dos años después el famoso José Manuel Ibar ‘Urtain’ se cruzó en su camino como aspirante al campeonato que aún conservaba. La tentación de volver fue demasiado grande. El combate se subastó en 1975 por 1,6 millones de pesetas, la cifra más alta jamás pagada por un título nacional. Fue una lucha de titanes. Mirín logró tumbar a Urtain, pero con un entrenamiento orientado al remo, el cántabro fue ahogándose con el ritmo de los asaltos, hasta que el dios de la fuerza, el que soporta la carga de cinco hombres, no puede con el peso de la memoria de su padre muerto. Acaso por eso desfallece, abandona y convierte a Urtain en el nuevo campeón. Son los caprichos del destino de los dioses.